Lunes 05 de Agosto de 2019 |
“[…] la fe ciega en el progreso es la que crea, magnifica y globaliza unos nuevos riesgos globales de proporciones desconocidas.”
Ulrich Beck
Los tiempos de la guerra fría, que inició en agosto de 1945, cuando los norteamericanos arrojaron las bombas nucleares a dos ciudades de Japón —las cuales, por cierto, los niños de los setenta y ochenta japoneses del siglo XX tenían la creencia de que fueron lanzadas por los rusos— y que finalizó, simbólicamente, con la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989, fueron los denominados por el sociólogo alemán Ulrich Bech como los de “la sociedad del riesgo”; pues resultaba que el mundo estaba en riesgo permanente de que se aventaran bombas por doquier y, con ello, se terminara con la humanidad y no sólo con los enemigos de una guerra. Ahora bien, pareciera que, con las últimas noticias, se ha vuelto a poner en la mesa ese riesgo tan alto para la humanidad y que estamos de nuevo en “la sociedad del riesgo”. El mismo sociólogo alemán Ulrich Bech, en su última obra antes de morir, sostuvo que: “Nos hemos encontrado con una serie de riesgos públicos globales incluidos los riesgos que representan el cambio climático, la energía nuclear, las finanzas y el terrorismo, y ahora nos enfrentamos al riesgo de la libertad digital” (La metamorfosis del mundo, Barcelona: Paidós, 2016). Es decir que esa sociedad del riesgo nunca ha desparecido, pero que, últimamente, el riesgo se puede incrementar, si se atiende a la retirada de Estados Unidos de América, en la primera semana de agosto de 2019, del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio. Esto quiere decir que ese país (al igual que Rusia) finaliza con la prohibición de almacenar, probar y desplegar misiles terrestres nucleares o convencionales de alcance intermedio (de entre 500 y 5,500 kilómetros). Prohibición que permaneció durante 32 años. Lo cierto es que esa medida del gobierno “yanqui” es muestra plena de su desesperación de no contar con un enemigo a la medida de sus necesidades para mantener su hegemonía mundial; pues anteponer a los migrantes como los enemigos manifiestos de estos tiempos del sistema y de la nación norteamericana, evidentemente, sólo era para salir del paso, pero no representan un peligro evidente ni manifiesto para esa nación; por el contrario, normalmente le son útiles para mantener su supremacía, por lo menos en toda la América latina. Por ello, han encontrado esta “salida” de provocar una oposición con el gobierno ruso, un enemigo que, por lo menos, se ve más poderoso que aquellos artificiales (los migrantes). Todo esto demuestra la sentencia de que siempre debe haber enemigos para justificar y legitimar los gobiernos, pues, de lo contrario, no hay razón alguna para contar con muchas de las instituciones del Estado. El despreció de considerar como enemigos a los migrantes se debió a su clara debilidad económica, pero, sobre todo, nula oposición ideológica: esto es gran parte por la que no se los puede considerar verdaderamente enemigos. Sin embargo, esa desviación gubernamental de provocar una adversidad con los rusos también se encuentra en las mismas condiciones, es decir, hay una ausencia de oposición ideológica, pues la diferencia que existe entre la realidad actual y la de hace treinta años con la guerra fría es que hoy no hay una adversidad ideológica. Precisamente, por ello, los tratadistas del tema, que desde principios del siglo XX han observado la debacle del capitalismo, como es, principalmente, M. Heiddeger y, en nuestros días, G. Sartori, Ferrajoli o Santos, sostienen que el verdadero enemigo del sistema capitalista es el mismo sistema y que debería preocuparse más por sí mismo que por el exterior, en donde no se visualizan enemigos de la misma talla para poder, por lo menos, considera que hay oposición. Entonces, será el mismo capitalismo el que acabe con él; lo cual hace que vivamos en tiempos inexplicables y, por su parte, de desesperación “yanqui”, ya que no se visualiza cómo justificar su sistema de dominio comercial y militar.
Desde luego que levantar nuevamente la creencia de que vivimos en la sociedad del riesgo tiene como objetivo a millones de personas, pero también hay millones de personas más que hemos vivido permanentemente en esa sociedad del riesgo, con o sin guerra fría. Prueba de ello son las naciones del medio oriente o los países de África en condiciones de miseria y guerras racistas permanentes. Desde luego, América latina no es la excepción; por el contrario, la sociedad del riesgo se ha vivido desde la independencia de las naciones, primero, con el dominio europeo del siglo XIX y, ahora, con el norteamericano, que se ha dedicado a, en la mejor de las ocasiones, desplazar a las poblaciones, en otras, a exterminarlas, también, a destruir el medio ambiente y, en las mejores condiciones, a monopolizar los mercados de nuestros países. Por ello, en estas regiones no es extraño hablar sobre la sociedad del riesgo. |