La lucha por recuperar la escritura

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Efrén CALLEJA MACEDO


Agosto 15, 2019

Lo específico existe al ser nombrado. En la tradición bíblica, la enunciación del creador produce la revelación de lo identificable: “Hágase la luz, y la luz se hizo”. Antes de eso, sólo se percibe lo confuso, el caos, la mezcla de materias, la ausencia de categorías, la carencia de partes: El Todo, esa masa apabullante que asfixia por su impenetrabilidad. En el acto de nombrar-materializar, el lenguaje manifiesta su poder como generador de territorios y delineador de especificidades.

Las palabras son, entonces, piezas maleables de las dúctiles fronteras físicas, mentales y existenciales que permiten habitar el mundo sin que cada paso encuentre un abismo. Por lo tanto, al perder el alfabeto se extravía la capacidad de identificar, relacionar y compartir las visiones y las necesidades personales. ¿Cómo se vive ese estar sin herramientas para nombrar? Olivia Rueda lo cuenta en su relato autobiográfico No sabes lo que me cuesta escribir esto. La historia de cómo recuperé el lenguaje (Blackie Books, 2018).

Olivia es editora audiovisual. Lo suyo es el montaje de historias para la televisión. En sus manos se flexibilizan la escritura, las voces, los ruidos y las imágenes para construir narrativas. Ella es un pulpo de los lenguajes. Hasta que tiene un ictus (accidente cerebrovascular provocado por la obstrucción o rotura de una arteria). Lo que sigue es el peregrinar por consultorios médicos, la acumulación de diagnósticos y la valoración de tratamientos. Olivia elige la nebulización para tratar de eliminar al tigre que habita en su cabeza. En la tercera sesión, sufre un derrame: “La cosa se puso muy fea. Desperté sin poder expresarme con palabras, y tuve que aprender a hablar y a escribir de nuevo. Hablar es muy difícil. Explicar por qué no puedes hacerlo, lo es todavía más”.

Es el encuentro con la afasia, ese trastorno del lenguaje producido por lesiones cerebrales que se caracteriza por la incapacidad o la dificultad de comunicarse a través del habla, la escritura o la mímica. Para Olivia el daño es bilingüe: olvida el español y el catalán.

Explicado por la narradora, sucede que el mayordomo mental del lenguaje nunca le trae las palabras adecuadas, o insiste en servirle siempre la misma. Así que Olivia sufre tratando de hilar oraciones, expresar sentimientos o pedir cosas. Eso, cuando no repite contra su voluntad un vocablo ilógico para el contexto. Este angustioso padecer la hace odiar a las personas cercanas —su pareja, sus amigos, los doctores— y le impide gritar todos los insultos que, ella cree, se merecen todos y cada uno de ellos.

Una vez atrapada por la afasia, Olivia se enfrenta al olvido, combate cuerpo a cuerpo para recuperar las palabras —sus palabras—. Esta batalla es lenta y se lleva a cabo en muchos escenarios: la cabeza de la protagonista, los consultorios médicos, las instituciones de rehabilitación, los recorridos cotidianos, las conversaciones, el devenir maternal, los cuadernos de notas, las relaciones filiales…

Cada momento es extremo: de la sensación del fracaso absoluto por no recordar las capitales europeas, al luminoso hallazgo de una oración en catalán. Es lanzarse una y otra vez desde el trampolín del silencio sin saber —en cada ocasión— si hay agua en la alberca del lenguaje.

Escribe Olivia: “A veces me preguntan: ¿pero cómo puedes seguir adelante con todo lo que te ha pasado? Bien, no es una elección. Si a ti te encerraran en un lugar y te tiraran encima un montón de prendas de ropa o de trastos o de tierra, ¿qué harías? Intentarías salir de ahí, ¿no? Pues yo hago lo mismo. Sobre todo porque sé que fuera me esperan mis hijos, Roberto y la gente que me quiere. No soy una heroína, eso lo tengo claro. Sólo hago lo que puedo”.

La narrativa de No sabes lo que me cuesta escribir esto es —como lo advierte de inicio la autora— básica, elemental, sin oraciones rebuscadas. Cada párrafo ha sido construido sobre términos primarios, comprensibles, recuperados tras disputarle fulgores lingüísticos al oscurantismo afásico.

En LEM sabemos que, como lo consigna Olivia, “el lenguaje te puede oprimir o liberar”. En esa disyuntiva, lo valioso son los esfuerzos individuales, familiares y comunitarios por escribir, aunque los demás no sepan cuánto cuesta hacerlo.

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