La agenda nacional: moral, política y ética públicas
El presidente López Obrador aludió el pasado martes, a propósito del desencuentro
Históricamente, la izquierda ha tendido siempre --cuando ha sido fiel a sí misma y a sus orígenes-- a conquistar los espacios de libertad, igualdad, democracia y justicia allí donde no existían, o a ampliarlos donde los ha conquistado y a darles siempre un contenido concreto Adolfo Sánchez Vázquez El presidente López Obrador aludió el pasado martes, a propósito del desencuentro entre el líder de Morena en el Senado Ricardo Montreal y el presidente de la Cámara Baja, Martí Batres, a la ética y la praxis política en general; y en particular, a la que aspira en su partido, Morena: “… quienes nos dedicamos al noble oficio de la política, tenemos que actuar poniendo por delante los ideales, los principios y debemos profesar un profundo amor al pueblo; si no hay ideales no hay principios, no se puede hacer política...” La idea de una nueva ética pública ha rondado en el pensamiento de AMLO desde los tiempos de su militancia en el PRI, después como presidente del PRD y como jefe de Gobierno. También como candidato, una y otra vez, y ahora como presidente. El llamado a una constitución moral y la difusión masiva de la Cartilla moral de Alfonso Reyes son parte de esta tentativa. También las alusiones, reiteradas, a los ejemplos históricos y a la probidad de los héroes nacionales, tanto como la condena a la ausencia de valores en los gobiernos neoliberales. Pero el movimiento que lo llevó al poder, concebido e impulsado por él mismo, ahora está en la crisis que todo movimiento político triunfante enfrenta: la de los dilemas y desencuentros en la distribución del poder. En efecto, esta realidad, cruda, de la política sólo puede atenuarse con la ética y la responsabilidad políticas, como lo demanda el presidente: “… no son los cargos lo que debe de importar, sino la contribución a los cambios, a la transformación del país… el político tradicional, el que está pensando cómo colarse --entre comillas--, no ayuda en nada y no tiene futuro, porque el pueblo de México ya es otro, el pueblo sabe quién habla con la verdad, quién tiene buenos sentimientos, quién se preocupa por ayudarlos y quién es un trepador, un oportunista, un politiquero…” Morena, movimiento social, pluripartidista, incluso pluriclasista, en proceso de conformación como partido político, está ya en crisis, que es la crisis del poder. Una crisis que ha crecido desde el 2 de julio del 2018 mismo, que tiene ya historias escritas en el círculo del poder presidencial, en las nuevas élites de casi todas las entidades federativas, y en los municipios y pueblos. Crisis que, todo indica, es inevitable y, por el bien del país, debe encontrar un cauce. El presidente López Obrador apela a los valores y principios para detener esta expansiva ola de despropósitos, extravíos y sueños de poder que se multiplican día a día: “Ya pasó el tiempo en que la politiquería era sinónimo de individualismo, de provecho personal, de estar pensando nada más en intereses personales, por legítimos que fueran. Ya no ayudan quienes solamente piensan en sus intereses personales, tiene que haber mística con convicciones, entrega total a la causa pública… Si se quiere hacer política, se tiene que trabajar en beneficio del pueblo… Tenemos que formar jóvenes para el relevo generacional… El poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud cuando se pone al servicio de los demás… Si una organización se ancla en valores, resiste; si empieza a buscar el poder por el poder, el triunfar a toda costa, si empieza el zigzagueo, no dura. El escudo protector son los ideales, son los principios” ¿Cómo y por qué se dan estos riesgos en un movimiento que en sí mismo se asume como libertario? ¿Qué diferencias y similitudes se están dando con las crisis que resintieron los primeros gobiernos de la alternancia encabezados por el PAN? De manera muy esquemática, me parece que son dos variables: las pasiones propias de los actores políticos; y el proceso --no acabado-- de definición del nuevo régimen. La pasiones, buenas y malas, de todo ser humano, sea de izquierda de derecha o de centro, son parte de la existencia de las personas. Más aún tratándose de responsabilidades públicas; es decir, del poder político. Reyes Heroles sentenció: “A un hombre sólo se le conoce cuando tiene el poder. El poder transforma, transfigura a los hombres; a unos para bien, a otros para mal; si se transfiguran para mal, surgen los apetitos sin límites.” En términos de José Antonio Dacal: “Las pasiones tienden a ser dominantes, absorbentes. En el fondo existe un estado de emotividad intenso que se repite, y la pasión realiza una gran actividad consciente para alcanzar su fin.” Estas pasiones de la naturaleza humana, que en política son más trascendentes, en cuanto tiene repercusiones en el ejercicio del poder, son las que deben ser contenidas con el apego a la moral y la ética públicas al que llama el presidente. La otra variable es la de la conducción política del cambio de régimen. Lo que define de manera contundente a la 4aT es el combate decidido a la corrupción, y el objetivo prioritario de austeridad para liberar recursos en favor del bienestar generalizado. Por ahora tenemos trazos, pero no precisión, sobre la estructura del nuevo régimen; acaso una vaga noción de vuelta al modelo centralista. Por ello la confusión entre los propios aliados de la 4aT; v.gr las organizaciones campesinas de izquierda o los actores locales aliados en los recientes procesos electorales, como el de Puebla, o los empresarios. Y en el ámbito de la conducción política: la estrategia de régimen y partido, que en apariencia se ha proscrito en aras de la neutralidad del Ejecutivo, como fue el caso del presidente Zedillo con la sana distancia, que al final condujo a la pérdida del PRI en las elecciones del 2000. Es entendible, incluso plausible, la determinación del presidente de respeto irrestricto a la voluntad popular, al tomar distancia de su partido y de las decisiones sobre su vida interna. Pero hay signos de que algunas de las áreas de gobierno sí pudieran estar involucradas, como es el caso de la denuncia de la propia presidenta de Morena sobre la posible injerencia del coordinador de los Programas de Bienestar en la integración del padrón de militantes. Una estrategia de régimen y de partido que respete de manera irrestricta las leyes electorales, transparente y democrática, podría contener los riesgos de que las disputas internas se salgan de control y afecten la eficacia y el prestigio del nuevo régimen, y sobre todo que generen ingobernabilidad. Si al final del día los funcionarios de los gobiernos, federal y locales, de la 4aT, en uso de sus derechos políticos van a participar, de alguna u otra forma, en el destino del movimiento que los llevó al poder, es mejor que lo hagan de manera ordenada y transparente en el tiempo y circunstancia que les permita la ley. Finalmente viene al caso el pensamiento de Adolfo Sánchez Vázquez, que en su Ética y política enumeró las virtudes, públicas y privadas, que deben distinguir a la izquierda: • la solidaridad frente al egoísmo; • La disciplina consciente frente la arbitrariedad; • La lealtad frente a la deslealtad; • La honestidad frente a la corrupción; • La tolerancia frente a la intolerancia; • La transparencia frente al doble lenguaje; • La modestia frente a la vanidad o afán de protagonismo; • La coherencia entre el pensamiento y la acción; y finalmente • La independencia de juicio frente a la incondicionalidad y el seguidismo. Dicho lo anterior, debemos reconocer que se trata de una de las transiciones más complejas en la historia moderna de México, para la que no parece haber fórmulas preconcebidas. Las diferencias conceptuales entre moral y ética políticas suelen terminar sin luces claras. Para estas notas tomo la idea de Sánchez Vázquez. |
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