Educar como un acto de amor

Al principio, la pandilla de perros callejeros peleaban por su territorio, pero pronto comprendieron que contra las máquinas no podían competir

Hace meses empezaron a construir junto a nuestra casa. El campo donde estaba la montaña de tierra que servía a mi hija para vigilar la ciudad, ha desaparecido. Al principio, la pandilla de perros callejeros peleaban por su territorio, pero pronto comprendieron que contra las máquinas no podían competir.

Cada vez que el dueño llegaba, los perros correteaban su carro con furia; mordieron su defensa y varias veces tuvimos que controlarlos para que no intentaran morderlo. Le recomendamos al vecino que se ganara la confianza de los perros llevando croquetas. Desde ese día ya no intentan morderlo, pero aún atacan su coche cada vez que lo ven llegar.

Nosotros seguimos nuestra vida normal, sacamos a nuestros perros al cerro y muy contentos conviven con la pandilla callejera. Disfrutamos mucho ver a los 16 perros corriendo, retozando, jugando; se llevan muy bien.

El vecino, al ver la convivencia entre ellos, me dijo que llevaría a su perro para que se empezaran a conocer. Una tarde, iba saliendo con mi hija y al abrir la reja mi pequeña Choco se salió. Abajo del auto del vecino encontró una bolsa de croquetas y se las empezó a comer; mi hija, divertida, se quedó junto a su perra mirando la travesura. De pronto, del Jeep se asomó un perro enorme; no ladraba pero claramente su lenguaje corporal me dejó ver que estaba cazando a Choco. Corrí para abrazar a Olivia y la metí al coche mientras le gritaba al vecino: “¡tu perro!”. Desde lejos le gritó, pero el perro no hizo el mínimo intento por obedecer. Atrapé a mi perra y la metí a casa.

En otra ocasión, en su torpe intento por “presentarlos”, soltó a su perro y empezó una horrible pelea. Salí corriendo y desde lejos controlé a Lluvia y Poch, los más aguerridos. El vecino, con dificultades jaló al perro de su cadena y con esfuerzo lo hizo para atrás. “Perseo va a llegar a mandar aquí”, me dijo.

Le dejé muy claro que su perro no va a llegar a mandar, que necesita un entrenador y que bajo ninguna circunstancia lo deje libre. No solamente la pandilla anda suelta en el cerro, hay muchos niños y adultos mayores.

Mi preocupación es muy grande; me queda claro que el problema no es el perro, es el dueño. Con educación, disciplina y constancia podría lograr que su Perseo aprenda a convivir y deje de ser un peligro, pero por alguna razón se niega a ver lo que puede suceder.

Educar a nuestros perros no sólo es para nuestro bienestar; también es para el bien de la comunidad, y por supuesto, para beneficio de nuestros perros.

*Agente perruna y diseñadora gráfica

 Lauralva agenteperruna

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