Martes 01 de Octubre de 2019

“(…) las fuerzas científicas, técnicas, económicas

Incontroladas por los humanos conducen igualmente

a degradaciones irreversibles”

Edgar Morin

 

Recientemente, la legislatura de Tlaxcala aprobó la permisión del aborto, es decir, despenalizar a aquellas mujeres que, sin causa justificada, abortan. Con ello, se comprueba una vez más que la legalización del aborto no es otra cosa, sino la muestra de la legislación de nuestro tiempo, en donde la tecnología, la ciencia y la economía van de la mano haciendo del mundo, de todo el planeta y de los que lo habitamos una mercancía.

Ya se ha expuesto en otra ocasión que todo el planteamiento a favor del aborto sin causa justificada está relacionado con una concepción científica sobre cuál es el momento en el que hay vida: si es desde la concepción, si es en determinadas semanas de gestación, etc. Sin embargo, no hay más razones para poder despenalizar el aborto que la comprobación científica de que aún no hay vida; pues, en caso de que científicamente esté comprobado que ya hay vida, entonces se trataría de un homicidio. Definitivamente, no existe otro argumento para la permisión del aborto más que el meramente científico; el cual detrás encubre perfectamente razones económicas y, desde luego, no se preocupa, necesariamente, de los vituperados derechos humanos.

En la Conferencia de 1935, Martín Heidegger, en la Universidad de Friburgo en Alemania y en el desarrollo de su propio pensamiento ―quien fuera, a decir de los que saben, el filósofo más destacado del siglo XX― sostuvo enfáticamente que “la ciencia no piensa”, es decir, que el científico y sus conocimientos científicos no piensan las consecuencias de sus invenciones y descubrimientos. Por ello, después de tantos descubrimientos, invenciones, se ha concluido que todo lo que ha aportado la ciencia y la tecnología no es suficiente para la humanidad; que, si bien ha inventado cosas buenas, también ha provocado cosas malas: armamentos, guerras, matanzas. Por lo cual, actualmente, los más destacados pensadores de la actualidad sostienen que hay que buscar otros saberes, menos tecnificados y científicos, menos fragmentados e híper-especializados; pues la ciencia y la tecnología se han mercantilizado, y todo lo que se descubre e inventa gira alrededor de la oferta y la demanda, del mercado, de considerar precisamente al mundo como una mercancía.

Y esta forma de pensar ―si se puede decir que se trata de un pensamiento― se ha extendido en el proceder de todos los seres humanos, por lo menos de los que viven en el mundo occidental, donde todo el comportamiento y actividad humana gira en el consumo: cuando se descansa, se consume; los pequeños momentos de relajamiento son momentos de consumo; cuando se trabaja, uno es consumido por el sistema tecnológico, científico y económico; en las escuelas y universidades, los alumnos dejaron de ser alumnos y se convirtieron en clientes; el talento personal ha sido sustituido por la burocracia estatal o privada altamente tecnificada.

Ante esa realidad: ¿dónde quedan los derechos humanos de las mujeres en el caso del aborto?, ¿efectivamente, son derechos humanos abortar sin causa justificada? Precisamente, son parte del sistema tecno-científico-económico, en el que (habiendo más razones económicas que de protección a derechos humanos), con la permisión del aborto, se da preferencia a ese tipo de “derechos”, pero el sistema deja en el olvido la protección de otros derechos que se violan por las desapariciones forzadas, los desplazamientos de miles de personas de sus tierras y comunidades, las muertes generalizadas. Esto, debido a que mañana serán tierras de empresas mineras, desarrollos habitacionales o campos de golf. Por ende, se le da prioridad a la legislación sobre la permisión del aborto, porque resulta ―a decir del sistema― que también se trata de un derecho humano. Sin embargo, antes de eso, hay una razón tecno-científica-económica y redituable, porque en este mundo mercantilizado, hedonista, entre otras razones económicas, existe un número considerable de consumidores de esos servicios médicos; lo cual permite que sean exigidos en las instituciones hospitalarias públicas o privadas y, con ello, permitirán incrementar los servicios médicos y poner a la luz pública un mercado que ha estado durante mucho tiempo en la clandestinidad. Además, permite controlar los altos índices de natalidad (sobre todo, de la natalidad en la pobreza). Por ello, la legislación de la permisión del aborto no es otra cosa más que una muestra de la legislación de nuestro tiempo. Sin embargo, habrá que aclarar ―como lo sostuvo el profesor G Radbruch al término de la segunda guerra mundial―: una cosa es la legislación alemana de la pre-guerra y la guerra y otra muy distinta es el derecho. En esta ocasión, con la permisión del aborto, una cosa es su permisión legislativa y otra muy distinta es el derecho.