Mary Shelley y 29 brujas que salen en las noches
¿Cuántas de nosotras nos atrevemos a andar solas por las calles, enfrentamos a quien nos maltrata y convocamos la posibilidad de ser distintas?
¿Cuántas de nosotras nos atrevemos a andar solas por las calles, enfrentamos a quien nos maltrata y convocamos la posibilidad de ser distintas? ¿Quiénes y en qué momentos nos atrevemos a ser diferentes? ¿Cómo enfrentamos a los monstruos, las lonjas alrededor de la cintura, los temores, los pecados y las costumbres que no deben ser? ¿Cuántas nos atreveríamos a ser brujas? Mary Shelley (1797-1851), es, desde mi perspectiva, una de las mujeres más atrevidas de la historia de la literatura escrita por mujeres y, la mayor de las brujas escritoras que han existido. Poderosa y tremenda, aún en la juventud enfrentó a su familia desmembrada, la ausencia de su madre y la imposibilidad de escribir y publicar durante un siglo tan oscuro que la luz difícilmente caería en una mujer, a menos de que fuera para quemarla en la hoguera, como a las brujas de Salem. Mary fue madre cuatro veces y las mismas ocasiones perdió a sus hijos —nonatos, recién nacidos, con varios años de vida— en un mundo que trató de negarle su nombre en la portada de Frankenstein o el moderno Prometeo (1918), su obra magna. Entonces, parió a un monstruo como se permite nacer todo aquello que duele. Desde el vientre y las entrañas. Escribió como solo puede hacerse cuando se lleva un largo recorrido de dolor y sangre: sin miedo. Y cuando se le dijo que no, que ella no era la autora, sino su esposo, que una mujer no podría escribir cosas como esas, que los monstruo y las escrituras distópicas y de horror no eran cosa de mujeres, decidió gritar bajo la luna llena y entre pedazos de mentes muertas para encontrar su propia voz. Por eso, precisamente por ese tremendo acto de valor, es una bruja. Compañera y, luego, segunda esposa del poeta Percy Bysshe, Shelley vivió la infidelidad y fue infiel; buscó ser libre y escribió; se equivocó; amó como se ama en la adolescencia; vio morir a su hermana y siguió escribiendo; ayudó a otros a la comprensión de sus propios textos, y abrió una brecha enorme por donde pasaron y siguen transitando muchas otras sin escobas ni gorros ni ollas o tatuajes de letras escarlatas en los pechos: la novela gótica. Por el puente que ella construyó, caminaron y caminan muchas mujeres que no llevan otra defensa más que su voz autoral y su pluma. Su maternidad literaria y creativa —que para muchos no es más que el deseo de revivir a los hijos muertos— ha estado ligada a ese hombre electrificado hecho de partes ajenas que es casi un animal sin alma. Pero, además, Shelley, la bruja mayor, escribió la novela futurista The last man que anuncia la desintegración del ser humano en un mundo caótico a punto de perecer por una bacteria. Esto cuando ni siquiera se había inventado el foco, por ejemplo. Esta autora con una vida llena de mitos, como debe ser la existencia de las brujas, es la bruja literaria que cierra el homenaje ilustrado que publicaron en 2017, Taisia Kitaskaia, autora y poeta, y Katy Horan, ilustradora. “¿Por qué nos atrevemos a llamar a alguien ‘bruja’? —se preguntan Taisia y Katy, en Brujas Literarias: 30 escritoras que conjuraron la magia de la literatura (Planeta, 2017) —, porque todas las artistas son magas, viven en mundos creativos”, no le temen a estar solar ni a la imaginación ni a la soledad. No tienen piedad de sí mismas al traer el dolor a la página en blanco, como lo hace Shelley en sus diarios cuando recuerda a sus hijos fallecidos: “Sueño que mi pequeño bebé volvió a la vida —escribió Mary en sus diarios, recuperados en Eagleton (1986) —, que solo había estado frío, que lo frotamos antes del fuego, y vivió. Pensé que si pudiera otorgar animación sobre materia sin vida, podría en el tiempo renovar la vida” Una cosas es segura, escriben Taisia y Katy, “la magia de una bruja solo la tiene una mujer”: Así, junto con Shelley, presentan un compendio de obras recomendadas, biografías e ilustraciones biográficas de escritoras brujas que van desde Sylvia Plath, Flannery O’Connor y Virginia Wolf, hasta Sandra Cisneros Yumiko Kurahashi y Alejandra Pizarnik. Con este libro, Taisia y Katy dejan en claro algo con lo que concordamos, plenamente, en LEM: la mujer que escribe, siempre suena muy fuerte.
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