Martes 12 de Noviembre de 2019 |
"Pero nosotros mismos, en nuestros antecesores, fuimos muy peores, así en la irracionalidad y confusa policía como en vicios y costumbres brutales por toda la redondez desta nuestra España” Bartolomé de las Casas
En este mes de noviembres de 2019, se conmemoran los 500 años de la entrada de Hernán Cortes y su ejército a lo que ahora es la Ciudad de México (denominada, en esos tiempos, como la gran Tenochtitlan), una vez que los españoles transitaron por Cholula, en lo que ahora es el Estado de Puebla, donde masacraron a miles de personas en pocas horas, para, luego, llegar, el 8 de noviembre 1519, a las puertas de la capital del imperio Azteca, el cual sucumbió en 1521. Con ello inició la hegemonía española, que permaneció durante 300 años en las tierras americanas. Con esta conmemoración, se pone de relieve nuevamente los hechos que se presentaron en aquellos tiempos, lo que sucedió en la conquista. Para lo cual, basta con analizar la literatura; en particular la que produjo Bartolomé de las Casas (encomendero español y luego fraile dominico, cronista, filósofo, teólogo, jurista, obispo de Chiapas en el Virreinato de Nueva España, escritor y principal procurador o protector universal de todos los naturales de las poblaciones de la Nueva España), que se encargó de describir lo que sucedió y el trato inhumano de los españoles —ayudados por la dinamita— hacia los pueblos ahora denominados de origen; quien habló de toda la carnicería humana que provocó —a decir de los historiadores— la muerte de aproximadamente 50 millones de personas (más o menos el mismo número de personas que sucumbieron en la segunda guerra mundial); por ende, las dimensiones de esa matanza es descomunal. Hoy, en los medios de comunicación, se pone de relieve la conveniencia de olvidar estos hechos, de considerar que fueron “otros tiempos”, de sostener que todo ello permitió “otras situaciones”, que se conformó una mezcla de razas que hoy es totalmente diversa —y, por lo que quieren dar a entender, ajena— a lo que sucedió en aquellos tiempos. Sin embargo, dejando a un lado esas noticias, vale la pena subrayar que es a partir de esas fechas que muchos de los autores de la actualidad pueden sostener que se inició un debate filosófico; pues se presentó la controversia respecto a si fue justificada esa matanza sobre la población autóctona; si la población de origen americana tenían alma; si era prudente aniquilarlos o evangelizarlos, es decir, incorporarlos a la religión católica; si eran aptos para el trabajo rudo; incluso, qué tan humanos eran los pueblos de origen por realizar sacrificios humanos, lo que era algo desdeñable para los españoles, como si en la misma Europa cristiana de esos tiempos no se hubieran cometido, permanentemente, sacrificios humanos semejantes (lo que hoy sería tildado de feminicidio), pues en aquellos momentos se justificaba el poder con la persecución, tortura y muerte de las brujas, que eran mujeres que —a decir del sistema punitivo de ese tiempo— debía ser aniquiladas. Esos debates respecto al trato que se les debía dar a los miembros de los pueblos de origen se iniciaron entre Bartolomé de las Casas y Juan Gines de Sepúlveda (el célebre debate de Valladolid que tuvo lugar entre 1550 y 1551). El primero sosteniendo que esa población americana era tan humana y con el derecho a la vida tan válido como era en el caso de los europeos; incluso, llegó a justifica, siendo sacerdote, las ceremonias de los sacrificios humanos. Citaba Bartolomé de las Casas: “menor razón hay para que los defectos y costumbres incultas y no moderadas que en estas nuestras indianas gentes halláremos nos maravillen y, por ellas, las menospreciemos, pues no solamente muchas y aun todas las repúblicas fueron muy más perversas, irracionales y en probidad más estragadas, y en muchas virtudes y bienes morales muy menos morigeradas y ordenadas”. Por su parte, Juan Ginés de Sepúlveda, era partidario de la “guerra justa” contra la población americana, a la que consideraba inferior y acusaba de pecadora e idólatra. A Bartolomé de las Casas, debido a ese celebre debate y a los hechos en que participó en el continente americano, así como por los textos que elaboró, se le ha denominado protector de los derechos de los pueblos de origen, predecesor de los derechos humanos en este continente, y, sobre todo, como precursor de un pensamiento distinto al hegemónico europeo, que es el que ha dominado durante estos siglos nuestro continente. Por todo ello, pese a que Bartolomé de las Casas fue obispo de Chiapas, desafortunadamente, la historia oficial, la que dicta el sistema gubernamental, poco ha hecho por darle el lugar que se merece en la historia de nuestro país y del continente. |