Marianne, Maus y las memorias que no son nuestras

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Laura ATHIÉ


Noviembre 17, 2019

Desde niña he escuchado a mi padre contarme sobre Tlatelolco: los gritos de la gente corriendo, la sangre, los zapatos sobre los cofres de los autos estacionados, el sonido de las ametralladoras, las luces de bengala en el cielo y él ahí, testigo mudo.

Más no era ésa la única historia que solía narrarme. Estaba, por ejemplo, una de mis favoritas: la llegada de mi abuelo libanés, un niño emigrante de apenas 12 años, al puerto de Veracruz en barco, por estas fechas pero en el siglo pasado. Ninguno de dichos recuerdos es propiamente mío, pero ésos y muchos otros que he venido escuchando desde niña, indudablemente forman parte de mi memoria.

Nunca supe cómo explicar que no, que yo no había vivido eso, pero que me duele, que lo siento como en carne propia, que forma parte de mí, de lo que soy, de mi estancia en este momento en este mundo. Jamás encontré la palabra adecuada para explicar que me había apropiado de las memorias de mi padre de tal forma, que, al volver a contárselos a mi hija o al conversarlos con alguien, se me enchina la piel y me imagino ahí, con el viento de la mar en el rostro, en aquel navío, cuyo nombre no sé, en el que venía Farid, mi abuelo, y siento ganas de llorar al imaginarme tocando la puerta de la iglesia en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de Octubre de 1968, gritándole a la monjas: “¡Abran, abran, que nos están matando!” Sé, perfectamente, que ni estuve ahí, ni viví eso. Ni siquiera había nacido.

Fue hasta que conocí a Marianne Hirsh que supe cómo nombrar esos recuerdos que no son míos y que me robé, de tanto que me los han contado. Se llaman posmemorias, y son tan fuertes que forman parte de mi historia biográfica y también lo serán de la de mi hija y de sus hijos, si los llega a tener, y si seguimos narrando en las reuniones, en los viajes largos de carretera, en los museos frente a alguna muestra sobre magnicidios, exiliados y refugiados en México, o cuando hablemos de las guerras y de la gente que sale huyendo de su país para evitar la muerte.

En su tercer libro sobre el tema, The generation of postmemory. Writing and visual culture after the Holocaust (Columbia University Press, 2012), Hisrch afirma que los descendientes de víctimas sobrevivientes se conectan profundamente con las remembranzas de la generación anterior, e identifican esa conexión como una forma de memoria transferida.

Es así que sé que recuerdo gracias a la emoción que mi papá imprimió en sus historias: me conmocionó tanto, que inoculó en los hilos de mi memoria eventos mnemónicos traumáticos que eran suyos y de su padre, en una cadena generacional. Me sucedió igual que a Art Spiegelman, el creador de Maus: relato de un sobreviviente (Random House, 2013), quien narra en una espléndida y dolorosa novela ilustrada la historia de su padre durante la Segunda Guerra Mundial.

El autor, que quería saber si lo que le habían contado desde niño era verdad, comenzó a entrevistar a su envejecido padre. Vivió entonces un proceso regresivo sobre aquellos recuerdos que llevaba en su memoria sobre una guerra que no fue suya en los campos de concentración. Así, sus posmemorias fueron desentrañándose en busca de una verdad que no existe, porque nadie —y Spiegelman lo sabe— posee la versión final de los hechos vividos.

Justamente ese libro de Art —que recibió en 1992 el primer Premio Pulitzer otorgado a un cómic— fue el que se encontró Hirsch después de haber visto el documental Shoah (Claude Lanzmann, 1985) sobre el Holocausto Judío; de descubrir que los hijos guardan los recuerdos de los padres, y de confirmar que la voz de las mujeres no estaba siendo retratada en la historia humana. Entonces comenzó a investigar los álbumes fotográficos y las narraciones, acuñó el término y concluyó: las generaciones siguientes guardamos posmemorias.

En Maus, los judíos son ratones y los nazis son gatos. En mi historia de vida, los niños sirios que mueren a causa de la guerra y los jóvenes libaneses que se levantan en una nueva revolución son también mi abuelo, aquel pequeño recibido como migrante en México sin saber que era un refugiado. En •••LEM••• le seguimos el rastro a las posmemorias. Por eso, trabajamos para preservar la memoria de quienes huyen del dolor, han sobrevivido a las masacres y tienen la esperanza de una utopía posible: la paz.

* Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (LEM)

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