Dos hombres

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Invitada


Diciembre 14, 2019

Por Amaranta Castro

Llaves

Esta noche tiraremos el muro que divide los dos bloques, el oriente y el occidente. Será necesario hallar las llaves del sótano y sacar los picos, martillos y mazos. Ya en unos momentos me ocuparé de eso, cuando recuerde, cuando alguien en esta casa recuerde en dónde están esas llaves. Escucho los pasos de mi esposa ir y venir, moviendo cajas. Me he sentado en este sillón, seguro de que más tarde hemos de salir en familia para golpear el muro de la misma forma en que el hombre de la postal lo hace.

Postal

La fotografía que aparece en la postal es una imagen improvisada, lo sé porque parece como si el ojo que está detrás de la foto hubiera pasado por ahí con la intención de contar una historia incompleta. Si ladeo mi cabeza puedo ver el ángulo imperfecto, la prisa o la rapidez de la mano y el flash.

Pero a mí me interesa hablar de los dos hombres que ahí aparecen. Por eso me he sentado en este sillón desde muy temprano, las manos me hormiguean igual que la lengua y por eso intentaré describir lo que veo en ella: en la imagen aparecen dos personas; el primero es un hombre completo y el otro es un hombre a medias. Aunque ambos aparecen sobre las ruinas de una casa, el hombre completo detiene con sus brazos un mazo que parece más pesado que todo su cuerpo. Atrás de él está el hombre a medias. Lo llamo así, porque su presencia me parece un mal augurio, la presencia de la traición de la cual el hombre completo no se ha percatado. Este mismo hombre que se dispone a alzar el mazo para dar un golpe innecesario, pues todo ahí está destruido. El hombre a medias lo sabe y se burla del hombre de brazos delgados. En la postal, el hombre completo detiene el mazo por encima de su cabeza a punto de realizar un golpe contundente, aunque en realidad, ese golpe es imaginario porque uno no puede verlo, pues el hombre completo mantiene sus brazos suspendidos sin llegar a concretar la acción. La decisión con la que toma el mango hace que yo imagine el ruido del mazo golpeando la piedra.

Hay algo que en la foto me parece un motivo chocante, pues detrás de ambos hombres aparece un amanecer y juro que jamás he visto un amanecer más descarnado. Me decepciona que el hombre completo confíe en los amaneceres, porque a mí siempre me ha parecido que no son de fiar. El engaño es evidente para mí, pues la luz aparece anunciando un mal augurio, así son todos los amaneceres cuyas promesas de efímero bienestar se revelan al anochecer. El hombre completo confía y por eso decide dar un golpe, y otro, y otro, hasta que las ruinas desaparezcan y, entonces, pueda construir algo, ¿qué es ese algo? Bueno, eso lo sabe el hombre a medias, por eso está ahí celoso de aquello que el otro hombre pretende construir.

Muro y oscuridad

Es cierto que después de la reconstrucción de la ciudad, no hubo mucho que pudiéramos hacer con nuestros martillos y mazos, pero esta noche les encontramos un uso. Nos acercamos en el silencio mirando nuestras sombras prolongadas en el suelo, gracias a las luces que parecían atraernos como insectos.

Yo vi quién dio el primer golpe, el segundo y el tercero. Estuve ahí algunas horas, me aparté de la luz y decidí quedarme en la sombra seguro de que en cualquier momento me sentiría como el hombre completo, a pesar del dolor de mis piernas, las cuales parecían dudar pues empezaron a temblarme. Cuando me decidí a dar mi primer golpe en el muro, pensé en la oscuridad de la postal, en la penumbra debajo de los pies de los hombres estáticos. Hasta este momento no había enunciado el significado. La penumbra era para ambos: hombre completo y hombre a medias. El hombre completo lo sabía y por eso el golpe que buscaba destruir esa penumbra que aguardaba en el cimiento de una casa destruida, ahora me parecía inseguro. La casa sobre la cual los dos hombres están suspendidos en un tiempo eterno e inmóvil. Cuando escuché a la gente golpear el muro, comprendí que yo estaba rodeado de hombres a medias y de la misma oscuridad que reposaba debajo de los hombres de la fotografía.

Pensé que mis manos no debían golpear tan fuerte el muro, que quizá deberían detenerse o que todos deberíamos detenernos. La noche había traído consigo la duda. Se decía que era el inicio, la construcción hacia la libertad, pero yo no sabía si nuestros golpes realmente estarían destruyendo la penumbra o atrayéndola. No sabía si aquello que realizábamos era lo que impedía que la penumbra nos habitase.

Mis manos se sentían pesadas. Una mujer a mi lado, dijo: golpea, debes golpear como lo hicieron con nuestros padres en la guerra. Y ahora me preguntaba por qué, al destruir este muro, mis ojos se humedecían y a mi alrededor la gente y los lugares empezaban a verse en blanco y negro. Me preguntaba si este amanecer con toda su luz no traería también la desmesurada oscuridad que había tragado a los dos hombres de aquella fotografía.

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