Ficciones breves navideñas

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Invitado


Diciembre 21, 2019

Fragmentos de tus navidades (4)
José Juan Aboytia

Ahora estás obeso, te pones el traje rojo, no necesitas una panza postiza, sólo la barba larga y blanca. Subes niños a tus piernas y les toman fotos. Ellos creen que el Santa Claus sale chistoso, pero a ti está a punto de darte un infarto.

Rito de pascuas
Mar Horno

La familia sigue la tradición todos los años. En la víspera, esperan a que oscurezca y se dirigen al bosque alumbrados con faroles de colores confeccionados especialmente para la ocasión. Los niños llevan guirnaldas al cuello. Eligen el árbol adecuado y el padre lo tala con vigorosos hachazos, mientras la madre y los hijos recitan unas plegarias. Vuelven a casa cantando, felices, con el corazón festivo. Entre todos confeccionan una rudimentaria cruz invertida y empalan al forastero que atraparon a las afueras del pueblo. Cuando cesan los gritos, dan gracias por los dones recibidos.

El intercambio
Adriana Azucena Rodríguez

Ella aceptó las insinuaciones del patrón: le hacía tanta ilusión regalar a su novio, por Navidad, entradas para el estadio.

Él revendió sus entradas, que tenía desde que le dieron el aguinaldo, y compró un anillo de compromiso: su novia era tan decente y se conformaba con tan poco

Interrogante
José Manuel Ortiz Soto

Que el viejo Santa Claus apareciera muerto, no sorprendió a nadie: la lista de quejas en su contra era enorme. “Y eso sólo en este pueblo”, dijo el jefe de policía en declaración a la prensa. “La pregunta es: ¿qué hacía en pleno verano un tipo como él, armado hasta los dientes y con un barco repleto de mercancía china?”

La cena
Alberto Benza González

Era víspera de Navidad y me encargaron vigilar al huésped de casa. Sabía que pasarían muchas horas, así que destapé el whisky y empecé a beber con él.

—¡Ya es hora de la cena! —dijo papá al caer la noche.

El invitado no podía ni ponerse en pie. Mis hermanos lo desvistieron, lo ataron a la mesa y gritaron: “¡La cena está servida!

El justiciero
Fabián Vique

Salió de la chimenea y abrió la bolsa.

–Jennifer, en esta caja encontrarás las orejas del abuelo, que enrojecía las tuyas al “saludarte” en cada cumpleaños. Nicole, aquí hallarás la cabellera de mamá, quien fingiendo peinarte tironeaba con violencia tus dorados rizos. Para ti, Edgar, el dedo índice de papá, ese que te levantaba intimidante cuando te sorprendía colocando veneno para ratas en sus zapatos nuevos. Y tú, pequeño Brian, recibe el ojo izquierdo de la abuela, el que te miró furioso el día que arrojaste su bastón barranca abajo.

¡Gracias! –dijimos, y nos lanzamos sobre los paquetes.

Vasos comunicantes
Pablo Nicoli

Papá Noel se alistó a entrar por la chimenea y darles la sorpresa; más abajo, los tres cerditos lo aguardaban con el caldero hirviendo. 

En renta, adolescentes navideños
Omar St. Esteban

Harto que su cena navideña sea monótona, cansado de los mismos villancicos, aproveche con nuestros adolescentes. “Triste, Pedinche y Huraño” se encargará de traer otro tono a su cena navideña, con sus quejas, preguntas y “jetas”; esparcirá a la celebración esa bonita atmósfera de agresividad navideña, tan de moda en nuestros días. Después de la cena, también sirven como adornos, genial para fotos.

Patio vecino
Luis Ignacio Helguera

Rubicunda, coqueta, cuelga, se agita en el tendedero, la piñata. Como quien en la horca se mofa de la muerte. Repentino palo certero; explosión. Diluvio de cañas de azúcar, cacahuates, colación, naranjas; diluvio de niños. Un trozo de barro empapelado descalabra a uno: se rompe una esferita de Navidad. Recogen al niño, no el relleno de su piñata, el torrente de sueños blancos de posada como, por ejemplo, el rostro de una niña bonita dibujado por luces de Bengala.

Patio súbitamente desolado. La piñata, cercenada, se zarandea todavía hasta el último instante, en espasmos jocosos. Junto a ella, suben y pasan, vaporosos, con el confeti del aire, los sueños blancos desperdiciados.

La muñeca
Antonio López Ortega

La ves llegar en navidades. Tus padres han procurado comprarla a escala humana y con rizos de oro, exactamente igual a los tuyos, para crear un clima de confusiones.

Le resulta fácil ambientarse en la casa. Desde el mismo momento en que la viste entrar te sorprendió su paso mecánico, la intermitencia de sus ojos y el llanto seco que la abandonaba cuando se daba golpes en el ombligo. De vez en cuando te soltaba un “mamá” y corría estropeadamente hacia tus brazos como huyendo de lobos invisibles; otras veces te tumbaba en su alocada carrera, precisamente cuando la retabas a ver quién subía más rápido las escaleras.

Pero poco a poco fuiste notando su farsa, la máscara de muñeca ingenua que instalaba ante tus padres y los ojos satánicos que veías brillar al lado de tu cama durante todas las noches.

Finalmente supiste sus intenciones cuando conversaron en tu cuarto, veías cómo sus prismas se volvían bombillos, como te iba suplantando de lugar, hasta que decides invitarla al baño y en un descuido fatal le clavas los alfileres en sus ojos y la ves desangrarse con agonía de muñeca, esperando acabarla para siempre.

Y ahora tus padres han creído haber comprado una muñeca diabólica, y es también ahora cuando la expulsan a la calle para proteger a su primogénita, que deambula ciega a través de la casa, tropezando de pared en pared y oyendo el quejido desesperado de su antigua dueña, que yace afuera, pegándole patadas a la puerta y muriendo afónica en las espadas de la noche. 

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