El país de las mujeres

  • URL copiada al portapapeles

Rakel HOYOS


Diciembre 28, 2019

Imaginar un mundo gobernado por mujeres se ha convertido en una distopía recurrente en la literatura; por ejemplo, en la anterior entrega de esta columna analizaba en The power, de Naomi Alderman, un revés a las desigualdades entre géneros: el poder pasa a manos de las mujeres y ellas se sobreponen a la violencia machista. En el caso de El país de las mujeres, de Gioconda Belli, la distopía toma la forma de una peculiar inclusión.

No se trata de excluir a los hombres, sino de incluirlos en los espacios que el patriarcado ha designado como exclusivos para las mujeres: el hogar y la familia.

La obra se sitúa en Faguas, un país de América Latina (inventado por la autora) sumergido en los problemas sociales y económicos de cualquier región del tercer mundo.

En Faguas surge un grupo de mujeres que forma un partido político, el PIE (Partido de la Izquierda Erótica), nombre desafiante y con sorprendentes propuestas que darán un giro completo a todas las costumbres sociales y políticas.

Gioconda Belli crea una realidad en la que lo femenino tiene todo su legítimo derecho de expandir su esencia; no se trata de conquistar los espacios ya creados por hombres e imitarlos, sino imponer el sello femenino, en el que la maternidad no es un sacrificio, sino un goce compartido, feliz, seguro y equitativo.

Se tiene la falsa idea de que las feministas no quieren tener hijos porque odian a los niños, cuando una de las principales peticiones de nuestras antecesoras del llamado “nuevo feminismo” de los años sesenta, eran guarderías para que las mujeres pudieran salir a trabajar.

De hecho, El país de las mujeres retoma ideas planteadas en los sesenta, como el cambio en las relaciones sociales que conduzca a la liberación de las mujeres, una nueva redefinición de los espacios públicos y privados bajo la bandera de que “lo personal es político”.

La fantasía, un elemento necesario

Las distopías feministas se caracterizan por el elemento fantástico-transformador que altera la cotidianidad; en este caso, un inexplicable hecho provoca la disminución de la testosterona en lo hombres.

Bajo una masculinidad doblegada, el PIE ganas las elecciones y llega al poder la primera presidenta. Su gabinete lo integran sólo mujeres, así como todos los puestos de gobierno, incluidas las dependencias de seguridad.

Se establecen guarderías comunitarias en las que el lema es “la maternidad no tiene género”; además, la violencia doméstica es tratada con suma seriedad y la economía mejora considerablemente. Al país lo arropa la cualidad maternal femenina de proteger, alimentar y cuidar.

Una combinación de ternura y fortaleza. ¿Es eso posible? A final de cuentas, ¿estas características atribuidas a las mujeres son naturales, o son construcciones sociales impuestas?

Es decisión de las lectoras qué postura tomar. Me quedo con la tesis de cuidarnos, como lo hacemos entre nosotras. No hay nada más errado que el mito de que las mujeres somos enemigas; al contrario, somos las que protegemos a nuestras compañeras, las que pondríamos a “arder” todo si nos tocan a una.

Superando la ficción

Faguas en un sitio inventado, pero con las mismas características de un país latinoamericano: pobreza, desigualdad, machismo, rezago educativo, etcétera. Ante el hartazgo de la opresión, surge un gobierno femenino, tal como ocurre ya en Finlandia, con el nombramiento de la primera ministra Sanna Marin, la más joven del mundo, quien liderea una coalición de cinco partidos, todos dirigidos por mujeres.

¡Ya es una realidad el país de las mujeres! Igual que en la novela, las finlandesas creen que un Estado benefactor y el sistema educativo son los impulsores del bienestar y el desarrollo de los ciudadanos. Sólo basta leer el currículum de las ministras de Educación, Finanzas y del Interior para darnos cuenta que el feminismo corre por sus venas.

Aunque la novela no se aventura por un feminismo radical (recordemos que radical viene de “raíz”, de terminar con la cultura patriarcal desde sus cimientos), también hay pasajes que se asemejan a lo que muchas hemos soñado: un mundo donde no existe el lenguaje de odio, de los términos denigrantes para las mujeres o para cualquier preferencia sexual, protección del Estado, cero tolerancia a la violencia doméstica, castigos adecuados para violadores…

El país de las mujeres nos ofrece diversas oportunidades de reflexión; sin embargo, aún nos falta en la literatura ese feminismo radical que abarque a todas las mujeres, y no sólo un feminismo burgués, tan criticado por luchar sólo por determinados privilegios. No habremos logrado un verdadero cambio hasta que todas las mujeres, las campesinas, obreras, indígenas y de todos los estratos sociales, estemos seguras y tengamos completo control de nuestros cuerpos y de nuestras vidas. 

  • URL copiada al portapapeles