El faro: desquiciante
El aislamiento extremo es desquiciador, y así ocurre en la extremadamente desquiciante cinta El faro
El aislamiento extremo es desquiciador, y así ocurre en la extremadamente desquiciante cinta El faro (Canadá/EU, 2019), el segundo largometraje del norteamericano Robert Eggers, en el que somos espectadores de un magnífico duelo histriónico entre Robert Pattinson y Willem Dafoe. En algún momento del siglo XIX y en un apartado peñasco del mar nórdico norteamericano, un viejo marinero (Willem Dafoe) y su joven asistente (Robert Pattinson) llegan a hacerse cargo del faro instalado en ese lugar. Aislados del mundo y atendiendo a los deberes para los que han sido contratados, que es mantener funcionado el faro y darle mantenimiento, ellos poco a poco abandonarán la mente que los mantiene como seres humanos plenos. Con el paso del tiempo, el estricto y represor viejo comienza a ser cuestionado por el joven, y con ello comienzan a surgir sus pasados intrascendentes y por lo tanto traumáticos, con el aislamiento los enfrentarán en una desquiciada lucha psicológica llevada al extremo del horror que implica la oscuridad humana. Explorando la estética del viejo expresionismo alemán que en el cine nos regaló joyas como El gabinete del Dr. Caligari (Das Cabinet des Dr. Caligari, Alemania, 1920) de Robert Wiene, Eggers se aventura a filmar con película analógica de 35 milímetros y en blanco y negro, y crear así la atmósfera perfecta para esta historia claustrofóbica donde el terror surge de las propias entrañas del ser humano que se ha perdido en la locura a partir del aislamiento extremo, y no de una entidad extraña y externa. El trabajo previo de Eggers como diseñador de producción y de arte en cortometrajes, le hizo crear los elementos necesarios para el contexto de esta narración, con exactitud histórica y cultural, tanto del faro y su casa, como del vestuario y objetos de utilería. Así, unido a la textura de la imagen en un perfecto blanco y negro original a partir de las posibilidades que otorga regresar a la película en 35 mm, el director ha recreado la sorprendente e inquietante estética visual del expresionismo para su desquiciada historia. Ha sacado de su tumba al expresionismo para hacerle moverse nuevamente, como si fuese un zombi cinematográfico. Pero no sólo la estética visual es el logro de esta cinta. Basado en la historia real de dos cuidadores de faro a principios del siglo XIX que terminaron fuera de sus cabales por el aislamiento, Eggers escribió un guión con esmero en los detalles, especialmente en los personajes. La profundidad de cada uno va surgiendo en la medida en que surgen sus perversiones, en que surge la oscuridad que almacenan en la profundidad de su torcida psique por la intrascendencia de su vida, carente de sentido y significado, carente de la relevante otredad que construye a la persona en la cordura. Los diálogos cuidadosamente escritos, que recuperan la lengua inglesa de esa época con el slang de los marineros y de los leñadores, recuerdan a Herman Melville, pero también se puede percibir la influencia de Shakespeare en el lenguaje común del norteamericano de ese tiempo. Para que este ensayo cinematográfico sobre la fragilidad de la cordura humana, especialmente en la sociedad de la modernidad capitalista, basada en la ilusión de que la riqueza material por dinero es la base de la trascendencia de la existencia de la persona, complete perfectamente su cometido, el diseño sonoro —que es lo único propio del cine contemporáneo en esta película— juega un papel de vital importancia. Este trabajo progresa a la par de la narración, pues parte de los sonidos de la realidad hasta llegar a los sonidos de la oscuridad de la mente humana, donde el silencio del aislamiento, no es sólo físico sino mental, es desquiciante. Así, el paisaje sonoro de esta cinta es también inquietantemente expresionista.
El faro resulta un experimento bien logrado, tanto de técnica como de estética audiovisual, para mostrar lo que sucede con la mente cuando se le aísla, no sólo físicamente del mundo, sino emocional y trascedentemente de la vida. El faro es una desquiciante historia para ya no desear aislarse completamente. |
Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de El Popular, periodismo con causa. |