En el Senado estadounidense, un juramento no significa nada

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Barthélémy MICHALON


Febrero 09, 2020

“Hay gente que no te esperas que lo hagan, y muchas veces no lo hacen.” Trump pronunció estas palabras de gran sabiduría en el contexto de una entrevista previa al Súper Tazón, probablemente con la intención de resaltar la belleza del deporte, donde algunos competidores desafían los pronósticos al lograr victorias inesperadas.

Lamentablemente, la frase no le salió como esperaba, pero termina funcionando de maravilla para describir la reciente actuación de los senadores republicanos en el Impeachment contra el actual presidente.

Este proceso consta de varias fases, la última y por ende más decisiva de ellas teniendo lugar en el Senado, que funge como jurado para determinar si el acta de acusación presentada debe o no desembocar en la destitución del mandatario. Se trata de un procedimiento extremadamente poco común –éste fue el tercero en la historia del país–, y revestido de un nivel de solemnidad acorde a las implicaciones que conlleva. Por este motivo, la etapa final inicia con los Senadores prestando juramento de que “impartirán justicia imparcialmente de conformidad con la Constitución y las leyes, con la ayuda de Dios”, uno por uno, oralmente y por escrito.

Una extensa lista de argumentos y evidencias fueron presentados para demostrar que Trump actuó en contra de la Constitución en sus relaciones con Ucrania, por condicionar la entrega de una ayuda militar a la apertura de un proceso judicial en contra del hijo de un oponente político suyo. En resumidas cuentas, estaba ejerciendo ilegalmente una competencia que no tenía (retener una ayuda que ya había sido aprobada por el Congreso), para realizar una acción ilegal (utilizar para fines personales el poder que le confiere su rango político) con un fin ilegal (propiciar una injerencia extranjera en un proceso electoral).

Por añadidura, el presidente obstaculizó la investigación sobre sus actuaciones, al impedir que se entregaran los documentos en su posesión y que se presentaran aquellos testigos que dependían de la Casa Blanca, en abierta violación de los poderes que la Constitución atribuye al Congreso para este tipo de procesos.

Por donde sea que se observe, el actuar de Trump respecto a Ucrania está manchado de ilegalidad y de inconstitucionalidad, a años luz de la simple “llamada telefónica perfecta” que afirma haber tenido. Todos los testigos que el presidente no pudo silenciar presentaron una descripción concordante de los hechos: él estaba personalmente monitoreando los avances de este intento de manipulación, mientras su abogado personal Rudolf Giuliani se estaba haciendo cargo de los aspectos prácticos.

Cualquier persona que examinara esta situación desde un ángulo no partidista, llegaría a la única conclusión que se impone: se trata de un acto de corrupción grave y, como lo ha subrayado en diciembre el experto en derecho constitucional Michael Gerhardt, “si esto no es digno de Impeachment, nada lo es”. No hay duda acerca de la materialidad de los hechos descritos, y éstos representan un ejemplo por excelencia de lo que debería desembocar en la remoción de un presidente en ejercicio.

Los senadores republicanos decidieron no verlo así. Todos, salvo uno, votaron en contra de la destitución de Trump. Para justificar lo injustificable, varios de ellos pretendieron posicionarse en una especie de punto medio: admitieron que el presidente cometió algo “inapropiado”, pero al mismo tiempo aseveraron que este acto no fue tan grave como para removerlo del cargo. No hay peor ciego…

Mitt Romney fue el único senador republicano capaz de salir de la manada y de expresar un voto que reflejara sus profundas convicciones, en lugar de resultar de un simple cálculo político y una actitud de miedo y sumisión respecto a Trump. En un discurso donde a duras penas contuvo sus emociones, el adversario de Obama en las elecciones de 2012 dejó en claro que el juramento que había tomado lo obligaba a reconocer que lo cometido por Trump lo hacía merecedor de una destitución, aun cuando perteneciera a su mismo bando político.

Este discurso habla favorablemente de sus valores como persona y como responsable político. Al mismo tiempo, resalta lo que les faltó a los otros integrantes republicanos del Senado estadounidense: tomar en serio su rol como jurados imparciales; es decir, examinar con objetividad las evidencias presentadas, en vez de dejarse guiar por sus intereses a corto plazo.

Antes de que iniciara el juicio en el Capitolio, todos los observadores coincidían en que era virtualmente imposible que un número suficiente de senadores republicanos votara a favor de la destitución del presidente. Había pocas esperanzas de que lo hicieran y, efectivamente, como bien lo dijo Trump: no lo hicieron.

 

* Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey en Puebla, en la carrera de Relaciones Internacionales

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