Nuestro nombre, un maravilloso secreto

¿Alguna vez has pensado que tu nombre puede ser un maravilloso secreto?

Recorte

¿Alguna vez has pensado que tu nombre puede ser un maravilloso secreto? Si esto te parece exagerado, puede ser que lo reconsideres si piensas en las veces en que has evocado a una persona de la que te has enamorado sin saber su nombre, y sin siquiera poder cerrar con ella ese vínculo virtual.

Si lo has pensado, quizás puedas atender (y entender) ahora lo complicado que pudo ser, para tus progenitores, tratar de imaginarte cuando la forma de tu cara y de tu cuerpo seguía siendo un misterio, pero ya había un deseo y una necesidad de designarte un nombre.

Seguramente tuvieron dos o más propuestas –le llamo un menú de nombres–, antes de que eligieran, de modo muy minucioso, “el ideal” para ti; descartando unos y sin considerar otros, proyectando sobre ti ciertas expectativas de cómo serías o cómo esperarían que fueras, cristalizando esa idea en tu nombre.

Por eso, en cierto sentido, nuestro nombre dice más de los que nos lo pusieron que de nosotros mismos, ya que, en principio, somos una historia fuera de nuestras manos. Así, nuestro nombre, sin darnos cuenta, contiene huellas de cómo comenzó esta historia.

Los nombres de pila, por supuesto, guardan cierta relación con el medio social donde se realiza una familia. Eso da cuenta de por qué los nombres (y también los apellidos) pueden ser comunes en una región o provincia, pero a la vez ser ajenos en otra.

Las distancias sociales, entre el campo y la ciudad por ejemplo, se proyectan en los nombres de las personas, ya que, lo sepamos o no, nuestros nombres son signos de algún tipo de regionalismo e identidad social, aunque también nos muestran, y he aquí lo interesante, cierta actitud de nuestros progenitores sobre sus expectativas con el medio, medio que esperan conservar y aceptar, rechazar o negar, o transformar a través de sus hijos.

Por ejemplo, si los padres eligen un nombre de pila típico de la región, es porque no intentan ni pretenden romper con los esquemas tradicionales, sino más bien buscan, mediante sus vástagos, mantener ese curso que les da unidad e identidad social. Asimismo, los nombres tradicionales también van cambiando conforme el medio social y natural va teniendo cambios, algunas veces imperceptibles, pero constantes, o de manera abrupta o radical, como ocurrió con La Conquista española.

Éste es un buen ejemplo de cómo su irrupción trastocó radicalmente los nombres tradicionales. Con la evangelización sucumbieron, pero no del todo, como algunas costumbres prehispánicas. Así, los nombres que perduraron, dejaron su impronta en los hijos como expresión de resistencia.

Sin ir tan lejos, la apertura comercial y el dominio económico del extranjero en la región también han producido cambios en los criterios de selección de los nombres. No sólo importamos maíz, sino además importamos nombres extranjeros, negando o contraponiendo al ente social que nos tocó vivir.

Por supuesto, estas “adopciones” que hacemos con los nombres de fuera no siempre son tan radicales, sino que se presentan de modo transicional, lo que da paso a los nombres híbridos, que denotan cierta ambigüedad en la actitud de los progenitores, porque oscilan entre la aceptación de los cambios sociales pero sin dejar atrás sus bases; por eso se componen casi siempre de un nombre tradicional y un nombre moderno en tiempos de transición social.

Conforme la sociedad se va abriendo más, las personas tienen apertura a otras culturas, lo que se refleja en los nombres de pila: así se van formando nuevos nombres biculturales e interculturales. Los primeros son frecuentes cuando la madre es de una cultura o religión distinta a la de su congénere; los segundos, cuando madre y padre son de distintos países, lo cual cada vez es menos extraño.

En muchos casos, los progenitores proyectan en sus hijos lo que significa para ellos que porten un nombre tal. Por ejemplo, los nombres de guerreros para los varones, siguen siendo un criterio que se tiene presente desde hace siglos hasta la actualidad.

Sólo que en nuestros tiempos ya no es necesario que el nombre signifique etimológicamente guerrero, o que se le designe el nombre de un guerrero de origen hebreo, bíblico, romano. Sólo basta con tomar prestado el nombre de un ícono masculino actual, cuyas cualidades le resulten (generalmente al padre) la representación de un guerrero, lugar común que ocupan los futbolistas, como Lionel Messi o Íker Casillas, que ha desatado una ola expansiva de Leos e Íkers.

Para las mujeres, por ejemplo, ahora se empieza a considerar que ellas también son guerreras y, por tanto, su asociación con el significado de delicadeza comienza a quedar en un segundo plano, de tal forma que los nombres de flores –que bien representaban esta abstracción–, ahora quizás se conserven en los híbridos, como un segundo nombre, o se sustituyan por otros que representen bravura.


Pero lo cierto es que el significado de los nombres ya no necesariamente tiene que ser etimológico. La penetración de los medios electrónicos en nuestras vidas diarias ha jugado un papel clave como mecanismo de difusión de los nombres de pila, buscando los rasgos que admiran de sus íconos favoritos, y que no pocas veces recaen en personajes ficticios o figuras inanimadas.

En estos casos, se cumple con los mismos criterios de quienes eligen para sus hijos nombres de personajes célebres. Lo importante es lo que asemejan y las cualidades que enaltecen.

De esta manera desfilan, por un lado y por el otro, nombres como Frida, Gandhi, Fidel, Lenin (que en origen es apellido), pasando por nombres de personajes de ficción (de novelas, películas o caricaturas), hasta llegar incluso a nombres inauditos que no obstante quedaron registrados, como Terminator, Gokú y Agente Cero Cero Siete, entre otros.

Otro atributo implícito en los nombres, es su peso. A veces los progenitores, en su esfuerzo por ser originales, no toman en cuenta que su hijo tendrá que esforzarse más en demostrarle al mundo... nada, siendo que tal vez sólo pasen a la historia por su nombre, pero no por ser las personas ligeras que quisieron ser. Hay nombres, así, que pueden resultar muy comunes y que parezcan ligeros, pero que para el portador representan una carga emocional, a veces de dimensiones inimaginables.

Para un varón puede convertirse en una carga muy fuerte el portar el nombre de su padre. Y hay casos en los que los hijos portan el nombre de un familiar anterior con una historia funesta, como por ejemplo, la de su hermana que falleció en un trágico accidente o por enfermedad. Así, puede haber nombres que representen una carga sin que los demás lo sepan.

Hay a quienes les gusta que su nombre sea extravagante, porque los hace sentir únicos; y en cambio, para otros, no lo sabemos. Habría que preguntarles.

Concedamos que nuestro nombre responde a los rasgos que nuestros progenitores imaginaron o esperan de nosotros, o a lo que desean que conservemos, o aspiran que tengamos.

Nuestro nombre, al final, cumple una función social muy necesaria. Pero si pudiéramos cambiarlo, y no hubiera sobre nosotros estas reglas tan estrictas y rigurosas para identificarnos ante la sociedad (y nuestro sistema financiero), ¿acaso no les gustaría tener su propio menú de nombres, para escoger uno propio con el cual identificarse y que los represente tal como les gustaría? Al menos por diversión; pero recuerden que su nombre, o el elegido por ustedes, será un maravilloso secreto.


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