La resiliencia como esperanza
Cuando creemos que ya hemos visto lo más cruel, escandaloso, escalofriante o inverosímil, surge un nuevo hecho que supera al anterior
Miedo, coraje, enojo, indignación, impotencia, frustración y muchos otros sentimientos son los que nos genera la agenda pública. Las noticias, las redes y las conversaciones ocupan la mayor parte del tiempo en hablar de los hechos que suceden diariamente en el mundo, en el país, en Puebla y la zona metropolitana. Todo suena a sangre, caos, crisis, y abuso de unos contra otros. Ante esta realidad, es notoria la ausencia de propuestas y liderazgos que abanderen la pobredumbre que percibimos y vivimos. Son voces aisladas las que intentan contrarrestar los efectos de la agenda cotidiana. Ante esto, es necesario voltear la mirada a lo básico y desde ahí generar alternativas que desde nuestra persona, entorno y sociedad puedan poner los medios para promover alternativas en sentido propositivo. La resiliencia, que es la capacidad de enfrentar la adversidad, es una forma de adaptarnos a las circunstancias para lograr que las cosas sean diferentes en percepción, pero sobre todo en realidad. Lo importante es entender la parte que a nosotros nos toca y exigir la parte que a otros, principalmente a la autoridad, les corresponde. Sólo así es cómo podemos, desde nosotros mismos, mediante el ejercicio de esa capacidad, ver la esperanza en el porvenir. Escandaliza ver en las noticias y en las redes cómo la delincuencia, el abuso y el maltrato cobran diariamente vidas inocentes, el aumento de los feminicidios, el desabasto de medicamentos, la impunidad con la que se mueven grupos delincuenciales, la falta de respeto y cumplimiento de los derechos humanos, especialmente de los grupos más vulnerables; la marginación en la que se encuentra el 70 por ciento de la población, el abuso de unos sobre otros en forma despiadada. Cuando creemos que ya hemos visto lo más cruel, escandaloso, escalofriante o inverosímil, surge un nuevo hecho que supera al anterior. A esa realidad es a la que nos estamos acostumbrando y es ante la que debemos poner medios para que no sea la que tenga la última palabra. Ante esta realidad, hay una insuficiente o nula respuesta por parte de los gobiernos. El silencio, la evasión, la incapacidad, la omisión, la negligencia, la opacidad y la ocurrencia son las principales herramientas que utiliza la autoridad para hacer frente a los hechos que diariamente suceden en nuestro entorno. En este sentido, es urgente hacer un llamado para tener estrategias, proyectos, programas y soluciones que garanticen la paz y tranquilidad a la que tenemos derecho todos los mexicanos y los poblanos. No nos podemos, ni debemos acostumbrar a este clima que nos afecta a nosotros y a nuestras familias. Pero también, ante esta realidad, es necesario resaltar que ha habido ausencia de líderes y representantes que abanderen estas causas y que hagan contrapesos. Es una gran oportunidad para que, desde la sociedad civil y partidos políticos, se haga la parte que aún queda pendiente a través de las propuestas, de la denuncia y de la exigencia del cumplimiento de la ley. Es una gran área de oportunidad, en la que todos podemos y debemos participar. Es aquí donde está a prueba nuestra capacidad para enfrentar la adversidad. La actitud con la que asumamos la realidad que nos toca vivir nos pertenece, a cada uno en lo particular. Podemos plantear la resiliencia como una cualidad que podría facilitar el proceso de recuperación de una sociedad que sufre el contexto actual de crisis económica, social y de inseguridad, entre otras. La resiliencia no es una habilidad que venga de fábrica. En el imaginario popular existe la idea de que en la adversidad hacemos de tripas corazón, o que el sufrimiento nos hace fuertes. No siempre es así, una experiencia negativa por sí misma no contiene elementos que garanticen una mayor sabiduría, entereza o evolución personal. No obstante, las consecuencias psicológicas del ambiente de incertidumbre, inseguridad y malestar que vivimos pueden situarnos en un lugar en el que podemos cuestionar nuestras prioridades vitales. Pasado el shock inicial debemos plantear estrategias para recuperarnos, o incluso resurgir fortalecidos, e iniciar una siguiente etapa como sociedad. Esto es a nivel colectivo, pero a nivel personal también nos podemos plantear características personales que nos permitan ser resilientes y no dejarnos afectar por el entorno, independientemente de contribuir a que éste pueda cambiar en positivo. Algunos de estos aspectos son: conocernos a nosotr@s mism@s, replantear nuestras prioridades vitales, responsabilizarnos de la parte que nos toca, cultivar nuestras relaciones, intentar ser flexibles, pensar en positivo, ver lo que sí hay y disfrutarlo, proyectarnos en el futuro, plantear objetivos alcanzables, no depender de lo que no está a nuestro alcance. Ante la situación que estamos viviendo, tenemos grandes áreas de oportunidad: no dejarnos llevar por el mal ambiente que se vive en todos los aspectos, concentrándonos en hacer bien la parte que nos toca, y decidirnos a participar en lo individual, en lo colectivo o a través de los partidos políticos para ser un contrapeso y ejercer nuestro derecho a manifestarnos señalando aquello que está mal, que nos afecta y exigir a la autoridad correspondiente hacer la parte que le toca. Pero principalmente, no dejarnos llevar por el fantasma de la indiferencia y de la apatía, pues eso es abrir la posibilidad de que todo siga igual. Para finalizar hago mención al término proveniente de la novela El gatopardo, escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa entre finales de 1954 y 1957. El personaje de Tancredi declara a su tío Fabrizio la conocida frase: “si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Esta frase simboliza la capacidad de los sicilianos para adaptarse a lo largo de la historia a los distintos gobernantes de la isla; pero también la intención de la aristocracia de aceptar la revolución unificadora, para poder conservar su influencia y poder. El “gatopardismo” en términos políticos se refiere principalmente a la premisa de que “hay que cambiar todo, para que nada cambie”. Es decir, una estrategia de simulación o embuste para evitar modificar el sistema que favorece a unos cuantos y perjudica a todos, haciéndonos creer que ahora sí van a revolucionar la forma de hacer gobierno, cuando realmente sus planes son muy lejanos a cambiar sustancialmente y lo que buscan es, si acaso, lograr un cambio superficial.
“No dejemos que quieran cambiar todo para que todo siga igual.” Seamos resilientes. |
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