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El hombre sin atributos

El hombre sin atributos define cómo ha evolucionado el concepto del ser humano.

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“A mí me gusta mucho enseñar; sobre todo porque,

mientras enseño, estoy aprendiendo”

Jorge Luis Borges

 

El hombre sin atributos es un término que podría utilizarse para definir cómo ha evolucionado el concepto del ser humano desde la época de revolución industrial y la manera en que la mercancía y lo efímero ha alcanzado y deconstruido nuestra presunta humanidad. Más allá de una analogía del título de aquella mítica novela del escritor austriaco Robert Musil, es una herramienta argumentativa para encontrar la relación entre la educación o nuestro papel como docente dentro de la sociedad actual. ¿La educación está condenada a arrojar máquinas?

Desde sus cimientos, la educación debe diferenciarse del resto de las disciplinas ya que, su objetivo principal es la formación de seres humanos sensibles y pensantes con las habilidades técnicas, pero sobre todo interpersonales para impactar tanto en el sector productivo como en la sociedad. Un individuo instruido será capaz de ejercer su ciudadanía con responsabilidad y podrá tener una repercusión mucho mayor en su empleo porque le permitirá comprender y atender las necesidades de su entorno. Un trabajador con estas capacidades que vayan más de lo técnico o el quehacer tendrá más posibilidad de sobresalir.

Sin embargo, no debemos buscar a priori la aristocracia intelectual aristotélica para no perder el objetivo principal de los educadores, el cual está relacionado con la enseñanza pedagógica orientada al enriquecimiento en las aulas de individuos capaces de tomar decisiones y que lleven al aprendizaje al siguiente nivel; es decir, a su papel social.

En ausencia de una disciplina capaz de orientar el carácter racional resulta imposible adentrarnos en nuestra labor colectiva, por ello, la filosofía es una disciplina enfocada en lo racional; su importancia en la humanidad está presente todo el tiempo, como cada vez que sopesamos sobre un tema y consideramos todas las opciones posibles para resolver un problema; para saber qué responder ante un cuestionamiento y cómo actuar de manera correcta; esto es de manera muy propia para cada persona, aunque el camino que se busca es llegar al bienestar tanto propio como social. No olvidemos que la duda es el principio básico de la filosofía y el conjunto de inquietudes del ser humano lo han llevado a buscar educarse y adquirir el conocimiento deseado.

Desde la antigüedad, la educación está relacionada con la disciplina de la filosofía; un claro ejemplo es la difusión del pensamiento de Confucio, el cual proponía que el maestro debía ser un hombre cuya inteligencia, honestidad y virtud lo diferencian de la mayoría. Además de poseer facilidad y amabilidad en el trato con las personas. Así como, tener la sensibilidad de identificar y conocer las capacidades de cada alumno. Él por su parte ayudará a ser un guía, que le muestre el camino al conocimiento. Otros ámbitos fundamentales son la formación moral, intelectual y la espiritual o guerrera. Para conseguir los objetivos morales, el educador se apoya de la conversación que despierta el interior de la persona y le crea tranquilidad; la otra es la conducta exterior que se pretende ejercitar con rigor.

En una cultura y época del instante y del instinto, la educación y la formación de nuevas generaciones parecerían ser la única esperanza de cambio social y una de las pocas vías para dentro de una profesión dejar un legado saludable y necesario. Para el escritor francés André Gide, el educador y el hombre instruido debía ser aquel que fuera a contracorriente y es justo lo que hoy en día se necesita; es decir encontrar nuevas y mejores vías de aprendizaje que tiendan a la innovación sin perder su sentido humano. La educación y la filosofía tienen una relación intrínseca entre sí y debemos recuperar la capacidad de su enseñanza a través de la participación en el aula y de encontrar terapia y cura existencial en la búsqueda continua del Edén.

En el proceso de la búsqueda del conocimiento, el educador en algún momento se enfrentará con el conflicto platónico de la existencia de dos mundos: el mundo sensible, perceptible a través de nuestros sentidos; y el inteligible, alcanzable únicamente a través de lo lógico y lo razonable. Actualmente en las aulas, predomina un ambiente de lucha deshumanizada entre alumnos de la educación media superior y superior, teniendo como consecuencia que cada individuo adopte una actitud egoísta hacia su comunidad y busque únicamente su beneficio, sin importarle lo que pase a su alrededor. No es de extrañarse la calidad de funcionarios públicos de la que somos víctimas, debido a que esas mismas personas fueron educadas a través de una lógica de satisfacción efímera y egoísta sin visión comunal. Como formadores, es nuestro deber tratar de desarrollar competencias educativas que fomenten el adecuado aprendizaje, mediante valores como la cooperación, solidaridad y bienestar de la comunidad estudiantil. Lo que significa aprender a ser cooperativos antes que competitivos, porque la mayoría de los egresados formarán parte de un sistema laboral que les otorgará mayormente puestos secundarios dentro del sector productivo, y en donde no podrán destacar para escalafones superiores sin habilidades interpersonales sólidas como la empatía, el liderazgo y el trabajo en equipo.

Desde la práctica docente, no será suficiente conformarse tan solo con transmitir conocimiento a los estudiantes sino convencerse y convencernos mediante el ejemplo, que la felicidad y el desarrollo profesional y personal, no puede depender del consumismo y de los malos hábitos, los cuales pueden tener consecuencias globales. El facilitador deberá adquirir una relación mucho más estrecha con los estudiantes para concientizarlos a ser responsables de sus decisiones hacia los demás.

Uno de los principales intelectuales que han tocado el tema de la educación como un sinónimo de cambio y valoración del ser humano en el mundo actual es Fernando Savater, que en “Potenciar la razón”, advierte que la educación tiene bases muy importantes, y cada una de ellas tiene el principio de formar seres racionales que a partir de la formación individual alcancen su formación social. En consecuencia, el poder comunicarnos con los demás ayuda a expresar ideas y manifestar emociones; estas actividades enriquecen el desarrollo de la inteligencia intrapersonal para poder empatizar con otras personas y actuar de manera oportuna en diversas situaciones.

Por las consideraciones anteriores, la ausencia de capacidades elementales como el pensamiento, reflexión y crítica nos hacen vulnerables a las metodologías de las clases que tienen características anacrónicas, ya que, se imparten, en su mayoría, de tipo lineal, repetitiva y memorística, donde al alumno sólo se le enseña a escuchar y a observar dejando de lado el cuestionamiento y expresión.

Únicamente los sistemas educativos que busquen la innovación y la inclusión de las humanidades en el aula podrán ejercer su labor éticamente y con plena responsabilidad del crecimiento civil de su sociedad.

 

Las opiniones expresadas son sólo responsabilidad de sus autores y son completamente independientes de la postura y la línea editorial de El Popular, diario imparcial de Puebla.

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