Cuarentena: Guía para sobrevivir a esto que somos con una pluma y un papel
En la soledad que nos habita durante este autoencierro no hay nada más duro que encontrarnos frente a lo que somos.
El silencio es siempre un abismo insondable para quienes temen a los otros: ¿qué decirle a un extraño?, ¿cómo empezar la conversación? Esto, además, se convierte en tortura cuando descubrimos que la otredad somos nosotros mismos y que lo peor no es la cuarentena ni el virus, sino el observar lo que hemos llegado a ser. “He querido olvidar a aquella chica —dice Annie Ernaux en Memoria de una Chica (Cabaret Voltaire, 2016)— olvidarla de verdad, es decir, no querer escribir más sobre ella”. Y eso es, tal vez, lo que venimos diciendo de nosotros mismos desde hace tres, siete o catorce días. Ver la otredad por la ventana es sencillo: allá, a lo lejos, las cenizas del Popocatépetl, por ejemplo; el vendedor de tamales de la esquina ahora fantasmagórica; el perro del techo vecino que ladra con angustia interminable, invencible, como la que sentimos al ver que ahora estamos abandonados frente a nuestro yo. Mejor aún, cuando la otredad se instala en los cuerpos de los demás —en la prima, en la suegra o en los compañeros de trabajo— es fácil verla con claridad y decir: Él ha estado equivocado; ¿cómo se atreve a vestirse así?; siempre dice que tiene la culpa y no la tiene; otra vez a hacerse el mártir, la sensual, el simpático…
Pero estamos en problemas cuando esa ipseidad y esa mismidad (Ricoeur, 1974), confirman que somos tan nosotros como los demás. Es decir: somos lo que creemos ser y también lo que no queremos ser —distintos a los demás pero tan iguales como los demás—. Por lo tanto, estamos hechos de las memorias: los amores que nos volvieron locos y los que nos convirtieron en un tapete; ese padre o esa madre que jamás quiso tener hijos; los relatos que nuestras abuelas narraban en la cocina; el olor del tren o el del camión que tomamos a diario; los humores de quien nos violó; el aliento de la que nos dio el primer beso, las palabras de la amiga o el compañero que se ha ido. En la soledad que nos habita durante este autoencierro no hay nada más duro que encontrarnos frente a lo que somos. Por eso, como ruta de nuestra cartografía vital, dejo aquí cinco formas para sobrevivir y sobrevivirnos a partir de la escritura: 1. Libera las voces. El pasado deja huellas en nuestro sistema neurológico y en nuestra psique, pero están silenciadas, no constituyen memoria a menos que sean evocadas. Es momento de quitar el cerrojo para ubicarlas en un marco que les dé sentido, “atravesar el muro que nos separa de esas huellas” (Ricoeur, 2000). Para ello, deja salir tus voces, tus muchos yo. Reacomoda tus cajones, revisa las fotos, ordena las imágenes que has guardado, lee tus escritos viejos, revisa los cuadernos de notas, disfruta tus cartas de amor, acuna las epístolas entre tus padre o entre tus abuelos. Sacas tus voces y pon en orden lo que has llegado a ser. 2. Créete. Repítete una y otra vez que eso que ordenas es tu verdad, que nadie tiene derecho a cuestionarla. Si encuentras que en algún momento de tu vida sentías dolor pero ahora crees que no, recuerda: ¿por qué te sentiste así?, ¿por qué lo guardaste o te pusiste a gritar?, ¿por qué besaste sin haberlo pensando?, ¿por qué corrías como si fuera el fin del mundo?, y decide: ¿verdaderamente se sintió así esa o ese que era yo? No importa si en la escena que evocas todos te dijeron lo contrario, si te juzgaron, si nadie te creyó. Créete tú: si te sentiste feliz, lo fuiste; si querías llorar, te invadía la tristeza; si creías que eras el rey o la reina del mundo, seguramente así fue. 3. Conviértete en personaje. Para Ricoeur (1974), somos narrativas, personas reales en vidas reales. Desde esta mirada, la verosimilitud trasciende a la verdad. Es decir, sólo aquel que narra su propia existencia es el experto en su vida. Así, se honra —como anotaría Michael White (2016)— la verdad del otro o de la otra. Esa otra que estás viendo de nuevo en las fotografías usaba el cabello corto, rosa, verde o tal vez se había rapado; quería ser monja, maestra, punk o madre, y lo fue (o no). Piensa en ti y pregúntate: ¿Qué pensaba?, ¿de qué hablaba y con quienes?, ¿qué te guardabas como secreto?, ¿qué música bailabas? Responde como si estuvieras contestando el chismógrafo de la secundaria. Cuando termines, toma un papel o siéntate frente a la pantalla de tu computadora y comienza a escribirte como si apenas te estuvieras conociendo. 4. Ordena tus memorias. Sumérgete en tus momentos de mayor felicidad o de dolor —las autohistorias no tienen que ser blancas o negras— y ponles fecha y nombre: cuando me casé y no quería; cuando tenía miedo de decirle al jefe que yo deseaba ese puesto; cuando mi negocio quebró; en aquel cumpleaños de mi hijo; cuando entré a la sala de partos y pensé que iba a morirme; cuando me comenzaban a salir los pechos. También puede ser cuando cometiste la torpeza mayor en el amor. Así lo cuenta Annie Ernaux: “Ella va a echarse en sus brazos, Él los mantiene pegados al cuerpo. Y sigue sonriendo sin decir nada. Se da la vuelta y entra en su habitación (Estaba seguramente cada vez más convencido de que esa chica era una idiota, que no podía cargar con ella, una imbécil que se toma por Juliette Greco)”. 5. Decídete. Escríbete, sobrevive a lo que fuiste y a lo que eres. Imagínate. Recrea lo que te puso la piel de otro color, lo que te convirtió en el hombre o en la mujer que sorprendió a todos. Si hay que perdonar, perdónate; si es necesario, defiéndete ahora. Hoy es el tiempo. Y escribe. Escribe como lo hizo Ricoeur cuando estuvo en el encierro durante la Segunda Guerra Mundial y no tenía más que un lápiz pequeño. O como Ernaux cuando descubrió que no quería ser maestra de literatura, sino escritora, y que deseaba, además de todo, escribir solo sobre lo que ella fue. Escribe o nárrate a ti mismo o a otros. Así, cuando veas el espejo del texto descubrirás que estás haciendo y autobiografía y que, como decimos en LEM, las historias salvan. Para saber más busca: Tiempo y Narración III. Paul Ricoeur, México: Siglo XXI. 1974. La memoria, la historia, el olvido. Paul Ricoeur. México: Fondo de Cultura Económica. 2000. Mapas de la práctica Narrativa. Michael White. Primera edición en español. Chile-México: Casa Tonalá México-Pranas Chile Ediciones. 2016. *Centro de producción de lecturas, escrituras y memorias (LEM)
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