Horizontes

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Tere MORA GUILLÉN


Abril 13, 2020

En días recientes hemos visto el incremento de casos de Covid-19 en Nueva York, México y lo que es peor, imágenes dantescas de los cadáveres de seres humanos regados por las calles del país hermano Ecuador, donde las funerarias están rebasadas, y han acudido a los ataúdes de cartón para levantar a sus cientos de muertos. Muchos de ellos serán arrojados a una fosa común, porque no tienen quién los identifique. Y es que el Coronavirus es la pandemia que por mucho tiempo marcará la historia de la humanidad. Lo mismo hemos visto que como éste monstruo arrasó con países como China, España, e Italia, que ahora con Norteamérica y América Latina.

Los católicos acudimos a la misa dominical que se transmite a través de la televisión, unos eligen escuchar la eucaristía con el Papa Francisco, otros vemos la que se transmite desde la Basílica de Guadalupe.

Los adultos aterrados permanecemos laborando desde casa, sin saber a ciencia cierta cuándo habremos de obtener nuestra añorada libertad, para acudir sin inquietud de adquirir ningún virus a nuestros empleos; salir en suma a vivir la vida, y compartirla con la familia y los amigos.

Somos muchos quienes no encontramos explicación, y si estamos preocupados e inquietos por salvaguardar nuestra vida y la de nuestros seres queridos. Los padres de familia entretienen a los menores y adolescentes en casa, durante la cuarentena impuesta por nosotros mismos, porque sabemos que México no tiene la capacidad de atención médica, ni los recursos para adquirir accesorios y equipos que poseen los países del primer mundo. Con tristeza el pasado sábado vimos que el Instituto Nacional de Nutrición, que atiende a los pacientes de Covid-19, -entre otras instituciones del sector salud, colgó un letrero en su puerta de acceso indicando que no había más cupo para atender a personas con Coronavirus en terapia intensiva.

Y es que la angustia crece cuando vemos que muchos mexicanos no paran de laborar en centros de abasto, porque viven al día, otros más, por ignorancia, como quienes realizaron procesiones tumultuarias en Chiapas, durante la Semana mayor; no deja uno de lamentar la situación de nuestro México en donde seguramente el Covid-19 habrá de cobrar miles, sino es que millones de vidas.

Así en estos días de reflexión, vale la pena recordar la fabulosa narración del libro "El Amor en los Tiempos de Cólera" de Gabriel García Márquez, donde un capitán narra a un niño sus vivencias durante una cuarentena en alta mar: -"En lugar de pensar en todo lo que no podía hacer, estaba pensando en lo que haría una vez que llegara a tierra firme. Visualizando las escenas de cada día, las vivía intensamente y disfrutaba la espera. Todos lo que podemos obtener en seguida, rápido, no es interesante. Esperar sirve para sublimar el deseo y hacerlo más poderoso. Me privé de comidas ricas, botellas de ron y otras delicias. Me habían privado de jugar a las cartas, de dormir mucho, de practicar el ocio, de pensar solamente en lo que me estaban privando". Y el niño pregunta ¿Cómo terminó capitán? -"Adquirí nuevos hábitos. Me dejaron bajar del bote mucho más tarde de los esperado". -¿Te privó de la primavera, entonces? -"Sí, ese año me privaron de la primavera, y muchas otras cosas, pero aun así florecí, llevé la primavera dentro de mí y nadie me la puede quitar".

Segura estoy de que así será cuando terminen estos días de cuarentena, y todos habremos de florecer y el mundo será otro, habremos de celebrar cada minuto de nuestra vida, y lo que es más a aquellos con quienes la compartimos.

Sabemos que tras la crisis sanitaria las cosas no serán fáciles, que habrá una gran recesión económica a nivel global, y que todos habremos de dar lo mejor para salir adelante, y lo más alentador es que esto, como el Covid-19, también habrá de pasar, y que con disciplina, responsabilidad, trabajo arduo, solidaridad y una sonrisa, uniremos fuerzas para salir adelante y heredar un mundo mejor a las futuras generaciones. Está es sólo una pausa que pronto habrá de pasar...

 

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