La verdad somos nosotros

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Luis J. L. Chigo


Abril 30, 2020

Se vale vivir de la nostalgia cuando aún falta un mes para, paulatinamente, hacer nuestra la ciudad. Para escuchar de nuevo las quejas de las calles de alfeñique. Para preguntarse los unos al otro si todo esto no fue mentira, si tú conociste a algún contagiado. Yo no, ¿tú? Una simulación, bloqueo de la experiencia. De todas maneras, si fuéramos un cerebro flotando en una cubeta y conectado con cables a una computadora, no tendríamos forma de saberlo.

Juan Gabriel está vivo. Enterró el Noa Noa en alguna parte de Michoacán porque le debía al fisco. Me lo imagino debatiéndose entre la vida y la muerte frente a una copa de vino: “Tres metros bajo tierra o no te van a dejar ni una lentejuela”. Y no es ni por mucho la mejor invención.

El cadáver de José José, las peleas entre youtubers, Jaime Maussan. Horóscopos: “recientemente vi una tabla de compatibilidad entre los signos zodiacales.” Los desvelados videos de Canal 5. Series de narcotráfico y políticos corruptos causando sensación. ¿Por qué hay tantos casos de “neumonía atípica”? ¿Nos están ocultando algo?

Al final de la dudosa pandemia por AH1N1 –yo iba en primer año de secundaria–, un compañerito, con el ceño fruncido y con gestos que probablemente reproducía de su papá, demostración de certeza, nos decía a todos: “la influenza fue un artilugio gubernamental para que los narcos se fueran del país”.

Es un evento digno de cualquier epistemología: aquí o te crees todo o no te crees nada. No hay punto intermedio. Pregúntele a su círculo más cercano: el Covid-19 es un invento chino para quebrar la economía estadounidense. Cualquiera de sus amigos o parientes conoce la cura, menos López-Gatell. Un nuevo orden mundial se acerca. A los pobres no nos da coronavirus: ¡revisen el HU por doceava vez en la semana!

Eusebio Ruvalcaba decía que podía ver una piedra por horas con tal de obtener hasta el más mínimo detalle de la vida cotidiana. Qué menso el jalisciense, ojalá hubiera aprendido a usar Facebook, hubiera experimentado lo mismo pero en technicolor y con memes.

A mí nadie me engaña, si veo una piedra, estoy plenamente convencido de que veo una piedra. Y cuando se habla de pandemias no hay nadie con mi enorme trayectoria de epidemiólogo: los tubos del camión tienen hasta VIH, viajo todos los días ¡y mírame!

En fin, la simulación es nuestro único instinto de supervivencia en una tierra de gandallas. Si no miento, pierdo. Si no me miento, existo pero no soy. La lógica es un enemigo público porque atenta contra la única libertad que tengo de expresión: la del alienado. Y cada vez es más raro, ya los políticos no son ni tantito protagonistas. ¿Habrá en Bosques de San Sebastián o en cualquier colonia periférica alguien que defienda a Salinas de Gortari?

Y hablando de Bosques, he de reconocer que cada vez es más pantalla. Hace no mucho me trajeron unos libros y el punto de encuentro era la plaza comercial nueva. No habían transcurrido ni cinco minutos y el guardia ya nos estaba echando. “El comercio informal está prohibido en la plaza, señores”. A pocos meses de colocar un cine de conocida franquicia frente al bosque de edificios, la oligarquía de algunos pobres sobre otros pobres ya se hace notar. Como aquellos policías judíos que golpeaban judíos por órdenes de nazis en el gueto de Varsovia. Un cine hace la diferencia.

Cada día estamos más lejos de la periferia. Monstruosamente somos devorados por el agujero negro. Pero sentimos que la ciudad acaba aquí y quién sabe cuántas veces ya nos masticó Saturno.

Total, hoy la periferia luce vacía. Y cuando regrese a la simulación dejará ver sus mejores contradicciones, sus teorías más concisas y sus argumentos más sólidos. Enérgicos enemigos del Estado, pero todavía temerosos de la ira de Dios. Qué raro se siente ser reaccionario y fan del subsecretario de salud al mismo tiempo. “No vaya a ser la de malas...”

Todo esto mientras empresarios, líderes políticos y uno que otro conductor de televisión o locutor de radio con sobrepeso se ríe a carcajadas viendo las noticias en su iPhone. Frente a una playa exótica. Tomando una bebida digna de conocedores de alcohol fino. Moviendo su siguiente pieza en el tablero.

Al final del día sólo nosotros determinamos qué es el sueño y cuál es su realidad. Claro, con un empujoncito de nuestros líderes.

¡Ya que me desconecten de la computadora!


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