Abro hilo de cómo aprendí epidemiología en la Rivera Anaya

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Luis J. L. Chigo


Mayo 20, 2020

En el transcurso de esta semana, según asegura un periódico de circulación estatal, los vecinos de la Rivera Anaya detuvieron a tres presuntos delincuentes. Al comenzar la cuarentena, durante dos días seguidos hubo intento de linchamiento. ¿Será esta una de las periferias más extravagantes? Abro hilo.

Las canchas del andador Abel Sagreste Viveros fueron testigos del torneo relámpago de fútbol del INFONAVIT Manuel Rivera Anaya. Probablemente haya muchos como estos en otras partes, pero no sé si todos sean así en una ciudad con casi millón y medio de habitantes. Y más: en medio de la fase tres.

Se trataba de un esfuerzo bien intencionado entre vecinos de la unidad habitacional para combatir los estragos psicológicos del aislamiento. La han pasado mal, pues la reta que organizaron el 26 de abril terminó en batalla campal. Había aproximadamente 100 espectadores de la copa.

Pueden probar mis palabras gugleando “rivera anaya torneo”. Hay hasta video. Pero ese no es el punto. El lunes 11 de mayo hice mi travesía interunidadeshabitacionales porque en el mercado de dicha colonia es donde encontramos el kilo de tortilla más barato: 9 espléndidos pesitos.

Cubrebocas. Gorra. Biclicleta. Bolsa de mandado. Listo. Desde Bosques de San Sebastián se llega a Rivera Anaya por un puente colocado bajo las vías del tren. Vías del tren que están bajo un puente en “S”, de la Línea 1 del RUTA. Las tres estructuras sobre una barranca-vertedero.

La desafiante arquitectura de esta colonia es afín a los rumores sobre su seguridad. Junto con Bosques son las zonas donde menos confianza puede sentir un poblano. Pero estos son datos del año pasado. Si uno revisa el semáforo delictivo del estado, poco o nada encontraremos.

Con este precedente me encuentro en la fila de las tortillas. Es ahí donde escucho lo que casi todos han escuchado al menos una vez: “Esta madre fue inventada. Dicen que su propósito es terminar con la población más grande. Ni madres, yo por eso ni me paro por los hospitales”.

Las tortillas todavía no salen. La señora, colocada enfrente de mí, hace gala de su seguridad. Pero no sé cuál de las cosas es peor: que su interlocutor es una señora de la tercera edad, con el cabello totalmente encanecido o su siguiente afirmación:

“A mi nieta le dio tos y fiebre. La llevé a la clínica, ¡y que la van a internar, que se va a quedar ahí! ¡Ah, no! ¡Ni madres! No era para tanto. Ya en la casa nada más le hice su té de canela con ajo bien caliente. ¡Y santo remedio! Ya nada más le dio diarrea unos tres días”.

Un cuadro de tela de mascota –de cuadritos– con orilla bordada. La abuelita aprieta su servilleta. La epidemióloga agita la suya con fuerza. Yo procuro alejar la mía de las de ellas. Por si no se dio cuenta, los síntomas de la niña son los perfectamente conocidos del nuevo virus.

Los anchos rines de montaña impiden el acercamiento con mis coterráneos. Pero al voltear descubro una fila de 20 personas. Cuando más la necesitamos, Susana brilla por su ausencia. Sólo dos personas en la fila llevamos cubrebocas. Ni siquiera el personal del establecimiento.

Caen las tortillas. Las señoras son despachadas –al fin. La adolescente que atiende me pone ojos de huevo porque el cubrebocas impide escucharme de forma clara. ¡Dos kilos!, le grito más en tono de auxilio que de amable petición. Y la fila ya es más grande.

Avanzo unos 30 metros y me encuentro una fila igual de descomunal: otra tortillería que también tardó en preparar la masa. Les cerraron el deportivo, pero por donde cabe mi mirada encuentro reuniones de personas: en las jardineras, banquetas, en el puente. Algunos tomados de la mano.

Cuando en otros estados la curva está descendiendo, en Puebla va en aumento. Sea o no cierto, el virus no nos permite retomar la cotidianidad. Se ha especulado que se aumentarán unos 15 o 30 días más. Sólo por eso deberíamos considerar tener sentido común.

Es complicado tener pruebas efectivas para aseverar un juicio. El 80% de la población, inconscientemente, es analítica de filosofía: la verdad es la correspondencia entre lo que digo y lo que veo. Pero en la Rivera Anaya y muchas otras colonias quién sabe qué vean.

Si no tengo pruebas, miento. Si mi pensamiento induce a contradicción, miento. Si tengo pruebas y no me contradigo, de todas maneras miento. Esta necedad únicamente le da la razón a nuestros gobernantes, quienes, al ver nuestra poca habilidad lógica, decretan más días de encierro.

Aunque sea una utopía abandonar el Estado patriarcal como forma de gobierno, lo interesante es cómo lo retamos para conseguirlo. Seguiremos escuchando juicios como “les pasó por revoltosos” cuando hablemos de Ayotzinapa o del 2 de octubre. El coronavirus no, ese nomás no existe.

Recientemente se dio a conocer que Amalucan es una de las colonias más afectadas por COVID-19. Es decir, al otro lado del cerro homónimo. Es decir, a escasos 5 minutos. El virus no sólo es letal sino medio pandillero.

El casi linchamiento de los delincuentes en la Rivera Anaya evidentemente conglomeró habitantes. Las filas de las tortillas, sus torneos de fútbol ofreciendo un premio en efectivo. Los únicos ganadores ahí fueron los goleadores. Quién sabe por cuánto tiempo.

¿Quiénes pierden? Los confinados. Porque deseamos lo más pronto posible volver a la rutina. Muchos no por una cuestión romántica: si se alarga, nos quedamos sin trabajo o no podemos hacer trámites importantes. O ver a la familia. O a la pareja. O a nosotros mismos casi vivos.

¿Es tan difícil pensar en el otro? No en el empresario o el político, sino en el mismo barrio. Si sigue fallando –como lo dijo el escritor Alejandro Paniagua en Facebook–, no habrá nadie a quién echarla la culpa.

Papá Estado nos mirará con sospecha, respirará profundo y dirá un gran “te lo dije”.

Cierro hilo.



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