No volveré a escribir tonterías

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 “¿Es pues aquí que viene la gente a vivir? Más bien me inclino a creer que aquí se muere. He visto los hospitales”.

Rainer Maria Rilke

El covid-19 ha asentado un duro golpe en la mandíbula de la humanidad. Durante este proceso, el tiempo y su duración parecieran adquirir un nuevo significado, así como las prioridades en el consumo de las personas han dejado al descubierto lo irrisorio en la adquisición de múltiples mercancías.

Refugiarnos, soportarnos y sobrevivir se ha convertido en el objetivo de los más afortunados. Lamentablemente, ese golpe en la mandíbula del sistema ha dejado paralizado a miles de individuos que trabajan en la economía informal y a los que el modelo actual no les permitió siquiera satisfacer sus necesidades básicas y una que otra vanidad.

Millones de empleos y vidas se han perdido, todo por un virus que le ha permitido al mundo descansar de su pandemia más grande: parvadas de seres humanos, hedonistas y soberbios que creían que el universo les pertenecía y que el resto de los seres vivos sólo eran espectadores de la hazaña.

Basto un virus sin vacuna ni tratamiento alguno para paralizar desde el país con mayor acumulación de capital hasta la nación más segregada en el mapa. Durante no sé cuántos días la burbuja nos ha explotado en la cara y los más optimistas han traído al debate nuevos modelos de convivencia en sustitución de aquellos que a su criterio nos llevarán a la extinción; otros, los más irresponsables, lo consideran un tropiezo transitorio e incluso han cuestionado pobremente la veracidad e impacto del virus, preocupados sólo por ellos mismos; los más realistas, —a mi criterio—, consideran que el mundo sólo cambiará superficialmente en su convivencia y que la caída todavía resulta insuficiente para tocar fondo.

Ante el colapso financiero, se visualiza un precipitado regreso a la selva y muchas personas se enfrentarán a una dicotomía: la nostalgia desde la valorización a la cotidianidad o el desprecio a ésta desde el descubrimiento más grande de los seres humanos: reconocer el valor de la libertad. ¿El aislamiento social realmente representa un cambio tan drástico en nuestras vidas? ¿O sólo es una materialización física de lo que gran parte de las personas experimentaban en la convivencia desde las pantallas, el estrés y el sedentarismo?

Este fenómeno ha hecho aún más visible no sólo la desigualdad económica sino también los desequilibrios emocionales, segregando a parte de la población entre los que han logrado establecerse detrás de una historia de éxito, haciéndoles creer que tienen todas las respuestas del individuo y el colectivo; además de los resentidos sociales que culpan a todo un modelo económico por su incapacidad de lograr una posición en ella.

Ambos, me parecen igual de utópicos y en recientes años comienzo a catalogarme como un escéptico ante cualquier iniciativa o propuesta que no observa más allá de su contexto. No existe ninguna postura literaria, política o social que no responda principalmente al interés personal y a la soberbia disfrazada de sabiduría.

Considero que desaparecer paulatinamente, escribir cuando sea necesario y seguir preservando valores como la amistad y el amor son la única manera de hacerle frente a un futuro incierto. La practicidad que lleva consigo la no renuncia hacia lo que consideramos valioso y afrontar con vitalidad la afrenta inexorable del existir, representan una forma honrada de envejecer y quizá, la única vía honesta de proponer mediante el ejemplo una vida más prospera.

Es verdad que es imposible ser feliz en cualquier sociedad que no les permita a sus ciudadanos trabajar honradamente en lo que les apasiona individualmente y que tendrá un beneficio para la comunidad, pero también es menester encontrar una manera de salir avante ante la adversidad, porque es mentira que sólo el talento dirigirá hacia el puerto soñado. Madurar implica dejar a un lado la soberbia intelectual y emocional para entender que nuestra opinión y presencia sólo es importante cuando la solicitan.

Ante la situación incierta en la que nos encontramos, podemos darnos cuenta qué resulta indispensable para nuestra supervivencia y podemos reflexionar ante ella, cuál ha sido nuestra posición ante este mundo que se niega a derrumbarse. Sería inconsciente de mi parte proponer una serie de pasos o fórmulas a seguir, pero sí identifico actividades que nos permiten disfrutar lo mejor de la vida, como enamorarse, convivir con nuestra familia y amigos, y destapar una cerveza, pues como decía Faulkner, representa brindarle una nueva oportunidad a la vida.

Aprovechemos este distanciamiento para reflexionar sobre el mundo como un niño en cuarentena y acerquémonos no sólo a la obra de los escritores o artistas, sino también a su vida, pues gran parte de ellos tendrán cosas que enseñarnos y demasiadas de las que debemos huir, pero los entenderemos sinceros y reales y, probablemente comprenderemos que si el escritor ruso Fiódor Dostoievski consideraba su obra como un montón de tonterías, los que creemos en el valor del arte debemos esforzarnos más y mantener el pie de lucha hasta volvernos locos. ¿El virus? Somos nosotros.


 

 

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