AVES EN LA CIUDAD
Para ser pajarero, antes se tiene que ser, por lo menos, poeta o enramada.
Qué limpias y bellas se ven las ciudades con sus calles y plazas vacías: parecen más largas, anchas y abiertas. Sin embargo, no hay desolación porque en ellas pasean —con entera libertad— coquitas grises, cuervos, urracas, cigüeñas, todo tipo de aves canoras. Al admirar los altos rascacielos relumbrantes de soles, sin querer, asombran las parvadas de garzas y gansos que migran ligeros a otros lugares. El movimiento que despliegan muestra tal coordinación, que podría asegurarse que siguen la misma dinámica de las corrientes del viento. Uno se pregunta (seguramente Usted también lo hará) qué lenguaje utilizarán para enviarse mensajes —encriptados para el resto del universo— que les permitan seguir el mismo rumbo, variando la dirección de manera sincrónica, sin perder a ninguno de los miembros de la bandada. Se quisiera ser convocado para entender a quienes, hasta hace poco, habían rendido las ciudades a los hombres: tal vez sería posible si se transformase en pajarero.
“(…)Sí sí sí sí sí sí, soy un desesperado pajarero, no puedo corregirme y aunque no me conviden los pájaros a la enramada, al cielo o al océano, a su conversación, a su banquete, yo me invito a mí mismo y los acecho sin prejuicio ninguno (…)” fragmento del poema El poeta se despide de los pájaros, de Pablo Neruda.
Que nadie se confunda, por favor. Pajarero no es el que atrapa y comercializa con los pájaros—lo que también podría ser. Sino que es más bien, nido. Acaso, semejando al poeta chileno, Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido como Pablo Neruda, se trate de transformarse en jaula, para dar cobijo y conocer la charla de estos seres alados; lo que resultaría complentamente natural, si acudimos a otro fragmento del mismo poema:
“(…) colgados del cielo, diucas que me educaron con su trino, pájaros de la miel y del forraje, del terciopelo azul o la blancura, pájaros por la espuma coronados o simplemente vestidos de arena, pájaros pensativos que interrogan la tierra y picotean su secreto (…)”
Porque de sus voces se desprenden secretos que vaticinan el futuro —el cambio climático y de los tiempos—; lo saben porque le preguntan a la tierra, queriendo formular un pronóstico, para ello la escarban, la leen y la interpretan. No en balde son los grandes mensajeros del planeta: los hay quienes se posan en las ramas de los árboles o surcan «… al cielo o al océano…». El individuo común de las ciudades sigue los gorjeos de gorriones y tórtolas —apostados en los alambres colgantes de los postes—, en el inicio de un nuevo amanecer; pues contienen la promesa de levantar el día; emulando de este modo al poeta Neruda, quien sostiene en la misma poesía:
“(…)Poeta provinciano, pajarero, vengo y voy por el mundo, desarmado, sin otrosí, silbando, sometido al sol y su certeza, a la lluvia, a su idioma de violín, a la sílaba fría de la ráfaga. (…)”
Que son los mismos elementos a los que estas se criaturas se enfrentan; de los que también se valen para acariciar al mundo, beber de sus placeres y sobrevivir.
Porque tienen alas, vuelan, y se aventuran sólo en lugar seguro. Más también saben que el fabuloso cazador de Esopo, permanece vivo —en la forma del humano actual—. Quien viendo a una paloma, hace lo posible por matarla, aunque una serpiente lo muerda. Luego, resulta extraño que se pregunte (sí, Usted también), ¿por qué, antes del confinamiento, en las poblaciones quedaban pocas aves?
Vendrá el tiempo en que todos regresarán a las calles y plazas; se tendrá al alcance (Usted también) a aquellos animales que tiempo atrás no se veían pasar: pelícanos en Ilo, Perú; pingüinos en Sudáfrica; petirrojos en Ciudad de México; pájaros índigos y amarillos en Puebla Capital.
Pero, ¿se recordará el poder del augurio de estos entes plumíferos?, ¿se tendrá presente que regresaron ante la asuencia de las personas?; o ¿se entenderá que para ser pajarero, antes se tiene que ser, por lo menos, poeta o enramada?
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