Rastros de Tinta
Mensajes contradictorios
Por Sandra VALLE El cerebro asombra por su complejidad y la variedad de representaciones de funciones y diversidad en su patología. Despierta en mí un interés existencial, tratar de entenderlo es acercarme a mi esencia, la base de la que puedo partir para encontrar sentido a mi vida. A pesar de la importancia que he decidido darle a mi cerebro, no ha sido fácil acercarme al conocimiento de éste; la teoría pura, me sobrepasa, la narrativa por sí misma no es suficiente, solo un punto medio es capaz de mantener mi atención. Buscando esta mezcla, llegué a Siri Hustvedt autora reconocida tanto por sus novelas como por sus ensayos, de éstos últimos leí los contenidos en el libro Vivir, Pensar, Mirar. Este volumen aborda temas como filosofía, arte, neurociencias, entre otros. Me identifiqué especialmente con uno: “Mi extraña cabeza”, en el que expresa una relación entre el malestar físico y la salud emocional.
Siri Husvedt habla, en ese ensayo, sobre sus migrañas, la forma en que las ha experimentado, cómo se han vuelto una expresión y no un ente a enfrentar. También son parte de la comunicación del cuerpo con su consciencia. Sin embargo, ella cuenta que siente que su cerebro espera al último momento para dar el mensaje de cansancio, llega al límite de sus fuerzas y es cuando se presenta el dolor insoportable de la migraña, este dolor provoca no solo un descanso físico obligado, es también un “tiempo fuera” emocional. Ella compara sus migrañas con el vaivén de la bipolaridad: va de un periodo productivo lleno de satisfacción a uno con migrañas y la enfermedad en general como último resquicio para tomar un descanso. Solicitar licencia para resguardarnos en casa por la enfermedad es una forma socialmente aceptable de expresarnos emocionalmente, como por ejemplo cuando el estrés provoca una gastritis tan fuerte que no queda remedio más que quedarte en casa; de otra forma, al denotar rendirnos o emociones y sentimientos negativos, seremos vistos como desertores, traidores al sistema que exige obstinación y sacrificio a cualquier precio. ¿En qué momento se convirtió en una terrible afrenta escuchar y actuar conforme las necesidades físicas y emocionales? Al leer este ensayo pensé en mi experiencia: mi cuerpo ha encontrado una forma de comunicarse; aunque sus informes son variados y confusos, hay uno recurrente: fuertes dolores de cabeza, cuello y espalda que se conectan formando uno. Siento los músculos como cuerdas tensas que pequeños seres repliegan dentro de mí y en cada movimiento localizo un tirón diferente. En ocasiones pongo especial atención justo en el momento en que comienzan a tirar de mis músculos. Noto que estoy contrayendo casi todo el cuerpo, que me paralizo, que encojo cada músculo como para no hacer un movimiento en falso. Los motivos para cuidar mis acciones son variados y dependen de la situación. En cuestiones sociales, por ejemplo, me he encontrado en circunstancias incómodas como tomar de la mano o aferrarme al brazo de quien sea que tenga a un lado (sin darme cuenta de ello hasta que la persona se mueve o me sudan las manos). Río o hablo en un volumen innecesario, pienso en voz alta sin darme cuenta de lo bochornoso de las implicaciones. Me encuentro en oscilación constante, porque este es tan solo uno de tantos escenarios de polaridades. Si no me obligo a estar rígida, tiendo a las respuestas exageradas y casi involuntarias. En la búsqueda de equilibrio, he comprendido que la causa es la ansiedad, el síntoma del que se desprenden los síntomas. Intento reconocer su procedencia, el punto donde se manifestó o se afianzó, pero es una serie de eventos, tal vez momentos y circunstancias que consolidaron una predisposición. Entonces no me he librado fácilmente de la ansiedad porque no se puede encontrar su origen específico y curar la parte enferma. Las herramientas que se supone podrían ayudar a sobreponerme son las que están manteniendo el daño.
Sé muy bien que la ayuda para la ansiedad se encuentra en mi mente, que parece un mapa indescifrable, esto no por la complejidad, más bien por la resistencia, la protección irónica de utilizar sus propios medios para sabotearse. Me tomo demasiado tiempo tratando de interpretar los caminos que parecen llevar al mismo inhóspito lugar en el que gobierna el pensamiento mágico, irracional, en el que habita sólo el miedo. Me han dicho que deje de pensar y haga caso a los “instintos” que son útiles, que tienen un mensaje importante, pero ¿qué pasa cuando están contaminados? ¿Qué pasa cuando has tenido miedo por tanto tiempo que todo lleva su marca? Con cada pensamiento y cada sensación se entreteje un temor ambiguo, inescrutable. Voy a trabajar, por un café, a ver amigos, a clases, y ahí está, si no es el dolor en el cuerpo es una sensación como de estar donde no debería, haberme equivocado de camino hace 20 años y no tener ni idea de cómo retomarlo; un constante malestar que a veces se torna insoportable. Tal vez por eso mi camino en la ansiedad ha sido complicado, me es difícil ser Yo sin Ella. Trato de preguntarme: ¿qué haría si no tuviera miedo? No lo sé, es algo tan profundo que no sé aislarlo de mi personalidad. Aun con todo esto, sé que puedo reeducarme, reestructurar no solo mi pensamiento, también poner atención a mi cuerpo, a sus recomendaciones y cambiar las respuestas automáticas de ambos. Quiero dejar de sentir el miedo a gran escala, dejar de enfrentarlo sin permitir que tome el control, guiar su camino a expresiones más sanas y útiles que me permitan dar una nueva perspectiva en lugar de utilizar la misma sucia y gastada. En su ensayo Siri Hustvedt termina de narrar su experiencia con la migraña haciendo alusión a la posible función mediadora del dolor que provoca diciendo que tal vez es una forma de obligarla a tomar un descanso después de “volar alto” por mucho tiempo, es decir, después de un periodo de mucha actividad. Es lo que hacemos, buscar el equilibrio, aunque en la búsqueda podemos cargar la balanza hacia un lado y parece imposible volver a nivelarla. Es una constante labor y pocos prestamos atención al cometido. Es cansado ir conscientemente tras la homeostasis, es decir la autorregulación para mantener un buen estado de salud. Ojalá la ansiedad fuera algo tan sencillo como para desentenderme, pero negar su existencia para no dar la batalla no es útil, prefiero guiar en lo posible la ruta, esforzarme por retomar esa tendencia natural de bienestar del cuerpo y la mente a partir de mi acción consciente.
La autora es psicóloga. Su correo es: [email protected]
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