Brazos de lujo y autos ponchados

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Luis J. L. Chigo


Junio 07, 2020

 Una mano diciéndome adiós en la lejanía me hizo conocer la poesía de Titos Patrikios. Entre sus versos encontré la siguiente idea: “Allí donde piensas que […] / suprimir el temor de aquél que manda […] / allí donde luchas para sacudirte las nuevas ataduras / que vinieron después del estallido de tu rebeldía. […] / Allí la poesía te encuentra.”

Amañada mi cita, el poema entero nos pone frente a las condiciones límites donde nace la poesía. Éste en particular hace referencia al reconocimiento de la consciencia de clase. Y casi todos fuimos espectadores de una de las avalanchas de opinión pública más polarizadas de los últimos días: un brazo físicamente trabajado –porque no se alcanza a ver el rostro– se asoma por la ventana de un autobús y, a la protesta de la oposición gubernamental, grita “¡ésta es la que mueve a México!”

Quisiera ceder a la neutralidad pero, lamentablemente, no puedo. La razón: la historia personal, proyección de una historia colectiva de la cual ya he hablado antes, de estar siempre en esta cara de la Ciudad. Bosques y colonias adyacentes no son residenciales. Uno encontrará oasis con titulares como Hacienda X, Paseo X, etc., sin embargo, no serán sino lozas de mármol tiradas sobre el lodazal.


Uno aprende a amar el lodazal. Ni siquiera me refiero a ello con desprecio, vengan en época de lluvias y me darán la razón. Y si aquí es un lodazal, no les comento de las colonias ubicadas después de la autopista. En esas Dios perdió la memoria. En fin, si usted aborda el transporte en mi colonia encontrará el rostro cotidiano de quien detesta levantarse temprano, pero no le huye al trabajo. Y sí, de este lado históricamente lo hemos comprendido como una de las maneras de no perder valor frente a las autoridades. Si volcados en la chamba arrasan con la voluntad natural de nuestras vidas, no hacerlo significaría nuestra aniquilación.

Lo lamento mucho: la idea del trabajo eterno y honrado que ha forjado la riqueza actual es un mito de las películas hechas por mexicanos de clase alta. Los discursos se cruzan siempre, por ejemplo, en las festividades: qué bonitos se ven los pobres en los negocios de cempaxúchitl, arreglando el altar y desbordando colores y qué mal se ven tomando las calles, exponiendo el hartazgo y reclamando reconocimiento en general.

Déjenme retomar una anécdota para ello. Papá ha servido 30 años al ejército. No, no es obrero; por alguna razón la gente se imagina la milicia como una fábrica de dinero. Quizá esa abundancia nunca se vio reflejada en las paredes de nuestro departamento porque Papá no es de un rango alto. Sin desgajar los múltiples factores por los cuales nunca afloró, fue hasta 28 años después de iniciado su servicio que pudo obtener una camioneta. Modelo ’98. Lo curioso era ver cómo evitaba usarla: ésta encendía el motor sólo en casos muy especiales. Era, por decirlo así, un trofeo por 28 años de faena.

Un día, en el estacionamiento de Soriana de Bosques de San Sebastián, frente el viene-viene, frente a la patrulla de policía que resguarda la entrada, frente a los guardias privados y transeúntes, alguien ajeno la abrió y se la llevó. Lo peor vino después: cuatro horas en la Fiscalía del Estado, un acta de chocolate y al menos 10 insensibles tratos con el personal. 28 años de trabajo con toda seguridad ya archivados en los estantes de la Fiscalía. Caso cerrado.

Acostumbrado a desvelarse casi todos los días, Papá enfermó de hipertensión. Va todos los días a la 25° Zona Militar en bicicleta. Su cuerpo, a pesar de ser pequeño, es el conjunto de músculos sin descanso.

Yo no puedo decir lo mismo frente a una computadora. No tomaré el camino del obrero por elección propia. Así muchos de los hijos de quienes viven en esta colonia. Casi todos los obreros tienen el mismo objetivo: que sus hijos sean profesionistas. Su labor ha engendrado una de las comunidades profesionistas más grandes de esta Ciudad. Los invito a venir a las 6 de la mañana y observar el camión del Sistema de Transporte Universitario (STU) de la BUAP. En su segunda parada ya va lleno de universitarios. Ser conservador es un privilegio de dos caras: naciste así o te educaron así. Pero tener posibilidades económicas de sobra sólo tiene una: nacer así.

Lo lamento mucho, las manifestaciones se hacen a pie, bajo el sol: así las hicieron los primeros oprimidos. El brazo asomándose por la ventana del transporte público hace unos días es la medalla a siglos de opresión, de comprarnos el alma –cuando bien nos va– con el salario mínimo y de evitar privilegios.

Los hijos que algún día ocuparán algún cargo en algún hospital privado, o serán empresarios trajeados, o artistas de renombre –quienes pintan de sangre a un par de aves–, ellos serán los hijos del privilegio, quienes han demostrado históricamente no mover a México. A todos los demás nos queda pelear las mejores de las peores ofertas de trabajo, sin relación alguna con nuestros estudios. Y, por supuesto, jactarnos de este pequeño lujo de la existencia proletaria: los brazos alzados, la rebeldía de estar vivos; los brazos fuertes –aunque sea sólo metafóricamente–, la estética de ser pobres. Mientras adornamos los marcos donde aquéllos se tomarán una selfie.

A todos los obreros; a ti, mano agitándose en el viento: […] donde el empleado de un puesto superior trata de / humillarte / […] allí donde piensas que todo esto es broma frente a la / búsqueda del pan / y luego ves que sin las palabras nada adquiere forma… / Allí la poesía te encuentra.”

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