El arte de hacer trampa

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Hay personajes cuya sola presencia es despreciable y crean un desasosiego a su alrededor que imposibilita la convivencia entre las personas; no obstante, existen otros como el escritor argelino Albert Camus que, aunque murió en el mejor momento de su vida, acabando de recibir el Nobel y se encontraba en una profunda relación amorosa con la actriz María Casares, resultan sumamente agradables. Si bien es cierto no eran sus años de mayor creatividad, ya había escrito tres obras narrativas fundamentales como: El extranjero (1942), La peste (1947) y La caída (1956); no me detendré en abordarlas porque sería tarea de una nueva columna.

Sin embargo, los lectores asiduos encontrarán en Camus un personaje que, sin tener la oportunidad de conocer, lo imaginarán afable y consciente del papel de la filosofía en una existencia absurda. Qué sería mejor que una vez escrito lo necesario, los últimos años se disfruten en compañía de la mujer amada y la tranquilidad emocional.

El deceso de Camus fue trágico, similar a la de una película romántica amarga, pero colaboró para entender en época de pandemia que la materialización de la convivencia no es necesaria para disfrutar de las personas; salvo si se trata del ser amado, la familia y unos cuantos amigos. En estos meses de colapso civil, resultaría interesante encontrar lecturas y escritores que nos produzcan empatía y cercanía, más allá de las sumamente publicitadas plataformas de reunión digitales. Si no tengo la oportunidad de conocerte, cuéntame cómo escribes y qué has leído, seguramente podremos ser amigos. En lo particular, ya me considero amigo de Camus.

Otro escritor que me resulta amistoso es el galardonado Gabriel García Márquez que, en una de sus múltiples entrevistas, declaró que parte de sus antecedentes referían a trabajos burocráticos y de oficina que le permitían solventar sus gastos corrientes, además de mantener a línea los comentarios familiares; sin embargo, comentó que siempre buscó la manera de escribir y dedicarse a lo que tanto le gustaba. Con el tiempo, las colaboraciones y trabajos eventuales de las que es víctima un escritor le permitieron dejar la oficina y vivir su verdadera vocación.

Las palabras del escritor colombiano me produjeron una profunda identificación y vitalidad en mi quehacer diario, puesto que he tenido que hacerle trampa al trabajo burocrático para tener el tiempo requerido para lo que me apasiona.

Lamentablemente no todos tienen la fortuna de dividir su tiempo; los que han logrado dicha hazaña literaria o se encuentran en proceso de ella, sabrán que se requiere un poco de suerte, paciencia y perseverancia para hallar espacios en lo que, con el tiempo, permitan a un escritor encontrarse consigo mismo. Entre todos los menesteres posibles, considero que la educación es la menos egoísta y placentera. Todos los que negaron en un momento su vocación por temor al fracaso o han condenado sus días en la silla de un escritorio, les sugiero no declinar y actuar con vehemencia; se le puede hacer trampa a la vida, pero se encontrarán con respuestas poco placenteras: la sociedad ha cambiado con el tiempo, pero es igual de despreciable


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