Sobre lo que no se publica —la deuda externa—

Dentro de las noticias que no salen al aire o que, a veces, salen muy opacas.

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“Considerando las circunstancias, se relajen además

las sanciones internacionales de los países

 afectados, que les impiden ofrecer a los

 propios ciudadanos una ayuda adecuada”.

SS Francisco

 

Dentro de las noticias que no salen al aire o que, a veces, salen muy opacas e, incluso, pasan de largo, muchas veces porque el sistema mundial no desea que se publiquen, precisamente porque hoy todo es pandemia: algo que influye temor a la población, lográndolo con creces; dentro de aquellas noticias paralelas, en las últimas páginas de cualquier medio de comunicación, se encuentra que en el pasado mes de abril de 2020, el Papa Francisco, en la homilía del día domingo 12 de abril de 2020, sostuvo: “Considerando las circunstancias, se relajen además las sanciones internacionales de los países afectados, que les impiden ofrecer a los propios ciudadanos una ayuda adecuada, y se afronten —por parte de todos los países— las grandes necesidades del momento, reduciendo o, incluso, condonando la deuda que pesa en los presupuestos de aquellos más pobres”.

Esta manifestación no es cualquier cosa, sobre todo por de quien proviene, aunque el sistema se dedicó a ocultarla. Es insólito que un Papa haya sostenido la necesidad de llevar a cabo una reducción de la deuda externa de los países del denominado tercer mundo, no obstante ya lo había mencionado el Papa Paulo VI. Ocurre que uno de los grandes problemas de los países sub-desarrollados es la carga de la deuda con que cuentan prácticamente desde que se independizaron. Prueba de ello es que, en sus tiempos, el presidente Juárez —quien, por cierto, es muy ovacionado por la actual administración pública federal— tuvo la valentía de implementar una moratoria de la deuda externa, debido a la situación en que la nación se encontraba en aquellos tiempos. Desde luego que la reacción de los países acreedores fue tremenda, como fue el caso de Inglaterra, España y, sobre todo, Francia, que decidió la invasión de la cual todos tenemos conocimiento.

La dependencia de la deuda pública de los países de América latina es toda una historia de corrupción, pues muchas de las ocasiones esos préstamos son usados por los dirigentes de los países para su beneficio; razón por la cual a tales deudas se les ha denominado: “la deuda odiosa”, esto es, deudas que, debido al destino de las mismas, no deberían ser pagadas por la población de esas naciones.

Algo muy similar sucedió con el denominado FOBAPROA (después llamado IPAB), pues, en tiempos del presidente Ernesto Zedillo, cuando sucedió la crisis económica de diciembre 1994 (a la que se le denominó mundialmente como “el efecto tequila”), los montos millonarios que se habían adquirido por préstamos al sistema bancario se convirtieron en deuda pública. Por ende, el Estado mexicano, a la fecha, sigue pagando tales adeudos. Incluso, el titular de la administración pública federal actual no ha hecho manifestación alguna respecto de esa deuda ni, menos, se ha pronunciado respecto de solicitar una condonación, reducción o algo similar. Por el contrario, seguimos cubriendo esas deudas cada vez más religiosamente, a sabiendas de que inmediatamente después de cualquier intento de moratoria o de condonación de adeudos vendrá un golpe de Estado organizado por la embajada de Estados Unidos de América (como sucedió con Francisco I. Madero) o algo parecido a la invasión francesa del siglo XIX. Por ello es que, en la actualidad, parece ser preferible recortar el gasto corriente, esto es, quedarse sin computadores en las oficinas públicas, sin agua para el simple uso sanitario de los museos y centros históricos, dejar las oficinas públicas al mínimo indispensable (como ha sucedido con el poder judicial federal, en el que —es un hecho notorio— no hay sistemas de copiado ni hojas para las copias) o, incluso, en el extremo que todos conocemos por los medios de comunicación, dejar sin medicinas, insumos y equipos a los médicos en los hospitales.

Lo cierto es que la deuda externa asfixia a los países y este es, desde luego, un momento propicio para, por lo menos, condonar los intereses de la deuda externa, pues: “ante lo imposible nadie está obligado”. Por ende, la procedencia de la condonación de las deudas externas no se trata simplemente de un mero capricho de seguir una sugerencia del Papa, sino por una imposibilidad de pago. Un tema que —por cierto— nuestras autoridades mexicanas no han mencionado, pudiera ser por pavor o por tratarse de una noticia que no se publica.

 

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