Cosas Invaluables

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En estos días de encierro y aprendizaje, se toman muy enserio algunas cosas; otras, van perdiendo importancia, y algunas, revelan su belleza y utilidad, mostrando que son algo más que el telón de fondo de los hogares. El inolvidable Pablo Neruda encuentra en ellas motivo de inspiración para escribir poesía.

El célebre poeta chileno, nacido el 12 de julio de 1904, en Parral, Chile, sin disimulo declara abiertamente su amor por los objetos inanimados. Así lo dice en la “Oda a las cosas”, de la que tomamos algunos versos:

 

«AMO las cosas loca,

locamente.

Me gustan las tenazas,

las tijeras,

adoro las tazas,

las argollas,

las soperas,

sin hablar, por supuesto,

del sombrero.

 

Amo

todas las cosas,

no sólo las supremas,

sino las infinita-

mente chicas,

el dedal,

las espuelas,

los platos,

los floreros. (…)»

 

El poeta enumera los elementos, como si tropezara con ellos al recorrer su propia casa, que es una casa como cualquier otra (también como la de Usted).

Al nombrarlos, transmite la sensación de comunidad; pues siendo común localizar tijeras, tazas, argollas y platos en las viviendas de la mayor parte de la población mundial, queda en claro: la humanidad tiene las mismas necesidades, no importa en qué parte del planeta se halle.

¿Quién no ha disfrutado de una taza de café o de té caliente durante una mañana de frío invierno? O que al tener entre sus manos una taza con determinada forma o color, ¿no rememora a algún ser querido?

Neruda expone cómo esas piezas hechas de cerámica, barro o de cualquier otro material, adquieren una cualidad especial, dependiendo de quién y cómo se usen.

Es por ello que, al mismo tiempo, el dedal, el sombrero y las espuelas destacan; ya que evidencian cómo se vestía la persona, a qué se dedicaba o cuáles eran sus gustos.

Así que los objetos hablan de las personas (de Usted también).

El confinamiento causa la impresión de que el espacio se reduce. En consecuencia, la gente ha optado por ordenar y limpiar los armarios, los cajones de la concina y cualquier otro, donde se guarde todo aquello que, hasta hace poco, estaba relegado o resultaba inútil, estorboso o feo.

Un sentimiento de satisfacción, tranquilidad o curiosidad invade nuestros corazones, en cuanto redescubrimos el uso de las tenazas o queda a la vista un tesoro oculto.

Las tijeras con las que solíamos cortar los trabajos escolares de nuestros hijos, hoy, son para los nietos no sólo un instrumento codiciado (porque fueron de mamá o de papá) sino porque forman parte de toda una herencia.

Después de todo, dedicar una poesía a cosas ordinarias —como la vajilla—, no resulta desorbitado ni loco.

Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, nombre verdadero de Pablo Neruda, lo explica mejor en otros versos de la misma Oda.

 

«(…) Amo

todas

las cosas,

no porque sean 

ardientes

o fragantes,

sino porque

no sé,

porque

este océano es el tuyo,

es el mío:

los botones, 

las ruedas,

los pequeños

tesoros

olvidados,

los abanicos en

cuyos plumajes

desvaneció el amor 

sus azahares,

las copas, los cuchillos,

las tijeras,

todo tiene

en el mango, en el contorno,

la huella

de unos dedos,

de una remota mano

perdida

en lo más olvidado del olvido. (…)»

 

¿Por qué amar las cosas? Porque los botones extravíados, las ruedas de algún juguete, que ya hasta se fue al reciclaje, son varitas mágicas. Al tocarlas, el recuerdo de una pasaje inolvidable recobra su existencia: las risas de un niño, la satisfacción de un padre, el amor de una pareja, y el éxito en la meta fijada.

Todo ello son cosas invaluables; vienen acompañadas de nostalgia, pero también de alegría y esperanza.

Es a propósito que el vate, Pablo Neruda, sin exageración dedicara una de sus famosas Odas a estas cosas.

Por cierto, Usted, ¿qué cosas dejará ir?

 


 

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