Somos Licántropos

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El 9 de agosto se conmemora el fallecimiento del literato Hermann Hesse, celebérrimo autor de El Lobo Estepario, mitad hombre, mitad lobo. Quien encontraba en el saludo, la llave maestra que daba acceso a la paz. ¿Cuántos licántropos con estos modales conoce Usted?

Probablemente, muchos más de los que supone. Excepto que, para percibir a un lobo estepario, es preciso comprender las sutilezas que hay detrás de las fórmulas de cortesía.

Aunque no se crea, para Herman Hesse —quien vió la última luz en Suiza, en 1962—, no hay nada más elemental que el saludo (y en realidad para Usted también).

El saludo es un gesto o una expresión, generalmente breve y afable, mediante el que se manifiesta un deseo de prosperidad o se tiende un lazo de amistad, ya sea en favor de los seres queridos o de los anónimos, puesto que se ignoran sus nombres.

Pero ¿por qué lo hacemos?

Para cualquier lobo estepario, esta pregunta tiene una explicación tan obvia que no requiere de ninguna respuesta, pero sí de un entendimiento. Hesse lo esclarece en su poema Noche solitaria.

 

«Vosotros, hermanos míos,

pobres hombres, cercanos o alejados;

vosotros, que a la luz de las farolas

soñáis con un consuelo para vuestras penas; (…)»

 

La humanidad es una sola, no importa cuántas ideologías, prejuicios o distancias la separen o la unan. Como especie única y distinta al resto de los entes que pueblan la Tierra, conserva y transmite el gen común a todas sus generaciones.

Ya que participa, en todo tiempo y espacio, de idénticas aflicciones; de la necesidad de aliviarlas y de la capacidad para imaginar cómo conseguirlo.

Además, acude al ejercicio del soñar, ya como labor creativa para liberarse de las cargas que la vida le impone, o como catalizador que despierta la luz del intelecto.

Entonces nace una relación inquebrantable entre todos sus miembros, pues son hijos de la gloria y la desdicha. Por eso son hermanos. El poeta agrega en otros versos,

 

«vosotros, silentes, que unís las manos,

orando, renunciando, sufriendo

en las pálidas noches estrelladas; (…)»

 

Esto es, bajo el cielo infinto, en íntimo sosiego, habla consigo mismo y con el universo, para hallar las respuestas a sus inquietudes y a sus problemas. Así de simple y de difícil, ya que lo verdaderamente humano se localiza en su interior, que es más rico y deslumbrante que todos los cielos estrellados.

Desde luego, hay otros escollos. El poeta estepario lo reconoce.

 

«vosotros, que padecéis o permanecéis despiertos,

navegantes sin astros ni ventura,

rebaño errante sin cobijo,

extraños y, sin embargo, mis hermanos,

¡devolvedme el saludo que os ofrezco!»

 

Para Hesse, es incuestionable, cada sujeto habita su mundo particular; en consecuencia, solitario, misántropo. La mayor de las veces, insomne. Y siempre desnudo ante la creación.

No obstante, conectado con el otro — agrupado con sus semejantes—, prosigue su jornada. Anda la llanura intocada, sin guías ni rutas previamente trazadas.

De esta manera, Hesse, el eterno caminante, —como fue conocido—, demuestra por qué todos los indiviuos son hermanos; por qué pueden y deben tender vínculos de gentileza; por qué de ese gesto de cortesía depende el reconocimiento de lo semejante. En suma, por qué es esencial el saludo.

Es claro, éste entrelaza a los humanos, y abre la puerta a la solidaridad, la tranquilidad y, por lo tanto, de la paz. Sin saludo no hay nada.

Finalmente, el lobo estepario clama:

 

«¡devolvedme el saludo que os ofrezco!»

 

El extraordinaro ser ofrenda su amistad al prójimo (recuerde, Usted es el prójimo), admitiéndolo tal cual es. Asimismo, se identifica como un igual, como un hermano, y con vehemencia pide que lo reconozcan como legítimo miembro de la manada humana y esteparia.

¿Qué opina?, ¿está dispuesto a saludar al otro?

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