Cita de amor

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La primera cita de amor ocurre —con pandemia o sin ella—, provocando cuestionamientos fundamentales: ¿qué me pondré? ¿cómo me veo?, ¿la selfie se parece a mí? Sin embargo, lo importante es ¿cómo saber si esa fue una verdadera cita de amor?

No se crea, una cita de esta naturaleza no necesariamente se pacta. Lo mismo se produce en el transcurso de un viaje que en una antigua fortificación.

Hay que poner atención. Es el encuentro de dos, quienes se miran por vez primera, y sin remedio, surge una fuerte conexión, liberándolos de cualquier atadura al mundo. Es la posibilidad de reír y gozar, aparentemente, sin ningún motivo. Es el inmenso bienestar que los invade, al punto de llamarlo amor.

Para el poeta argentino, Oliverio Girondo, fue en Granada, España, donde la cita amorosa tocó a su puerta de una manera inesperada.

Seguramente, fue durante el verano, justo después de quejarse del calor asfixiante, cuando ante él, se abrieron las puertas del Alhambra, fortaleza y palacio del hoy extinto Reino nazarí, asentado en Granada.

El escritor y viajero, Girondo, relata en su poema Alhambra.

 

«Los surtidores pulverizan

una lasitud

que apenas nos deja meditar

con los poros, el cerebelo y la nariz.

 

 

¡Estanques de absintio

en los que se remojan

los encajes de piedra de los arcos! (…)»

 

 

Porque adentrado en la enorme edificación, descubre en sus corredores exteriores, fontanas de las que brota agua limpia. Esta corre por canaletas o cae en cascadas; finalmente, llega a los bebederos. Al redededor, los frondosos jardines de distintas plantas y flores hermosean el lugar.

Los sentidos se expanden. Todo el conjunto devuelve la vitalidad y el ánimo.

El contenido de los estanques no es agua simple, sino curandera, como si fuera infusión de ajenjo o artemisa. Líquido que refleja el cielo, las nubes, las arcadas del inmueble y los rostros que se miran en él (el de usted también).

Sí, la Alhambra despierta la sensualidad de los paseantes; o por lo menos, la del poeta, quien dice los siguientes versos:

 

«Al interior encuentra otros escenarios.

¡Alcobas en las que adquiere la luz

la dulzura y la voluptuosidad

que adquiere la luz

en una boca entreabierta de mujer!

 

 

Con una locuacidad de Celestina,

los guías

conducen a las mujeres al harén,

para que se ruboricen escuchando

lo que las fuentes les cuentan al pasar,

y para que, asomadas al Albaicín,

se enfermen de “saudanes”

al oír la muzárabe canción,

que todavía la ciudad

sigue tocando con sordina. (…)»

 

Los guias son como Sherezada, cuentan mitos y relatos, activados por la imaginación del oyente; en habitaciones desprovistas de muebles, con espectaculares vistas al antiquísimo barrio de Albaicín, del cual proviene una música atenuada y suave.

Entonces, nace una nostalgia, un ansia de tener a alguien muy cerca: al ser amado (aunque no se le conozca todavía), a la familia y a la patria.

Se pregunta el poeta, cúantas personas habrán percibido estos paisajes, compartido estos sentimientos y entendido que cada espacio tiene en su interior otros más váliosos, históricos y ricos, como las personas.

 

«¡Persianas patinadas

por todos los ojos

que han mirado al través!

 

 

¡Paredes que bajo su camisa de puntilla

tienen treinta y siete grados a la sombra! (…)»

 

A pesar del sofocante calor, son muchas las capas de miradas y de siglos que recubren al castillo. Inmueble que no deslumbra al bonarense, sino que lo lleva a otra dimensión; tal vez, el paraíso.

Conciente de ello, el argentino, reflexiona sobre el monumento que perpetúa el tiempo y a los seres amados.

El poeta regresará al espacio, origen de este poema, que conjura a tantos amores, para concluir:

 

«Decididamente

cada vez que salimos

del Alhambra

es como si volviéramos

de una cita de amor.»

 

Es decir, la experiencia ha sido extraordinaria, de renovada alegría; de una hospitalidad que de inmediato se comprende que el suceso es la vida misma. Para Girondo, esos son los efectos causados por las primeras citas, cuando son de amor.

Por cierto, él no mencionó los atuendos que portaba ni cómo se veía.

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