Estampas a color de Anáhuac
La magia de las palabras de Reyes, nos remiten de inmediato a las majestuosas imágenes del Valle de México. Rodeado de imponentes volcanes; a veces, cubiertos de nieve; otras, teñidos de azules que se confunden con el cielo.
Cuando se habla del Valle de México, poco se piensa en su pasado, seductor de nacionales y extranjeros. Sin embargo, si se acude a los recursos legados por artistas y científicos, es posible ver una de las más bellas postales del mundo. Oiga Usted lo siguiente:
(…) las estampas describen la vegetación de Anáhuac. Deténganse aquí nuestros ojos (…)
(…) La visión más propia de nuestra naturaleza está en las regiones de la mesa central: allí la vegetación arisca y heráldica, el paisaje organizado, la atmósfera de extremada nitidez, en que los colores mismos se ahogan —compensándolo la armonía general del dibujo—; el éter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte individual; y, en fin, para una vez decirlo en palabras del modesto y sensible Fray Manuel de Navarrete: una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los Cielos (…)
Esta prosa poética es un fragmento del famoso texto, Visión del Anáhuac, de Alfonso Reyes, el poeta, ensayista, escritor, diplomático y pensador mexicano más connotado de finales del siglo XIX y principios del XX. La magia de las palabras de Reyes, nos remiten de inmediato a las majestuosas imágenes del Valle de México. Rodeado de imponentes volcanes; a veces, cubiertos de nieve; otras, teñidos de azules que se confunden con el cielo o de un plumbago intenso que contrasta con el; con fumarolas o sin ellas; destaca el aire que se mueve con la ligereza de lo imperceptible. Representaciones realistas y épicas de la pluma de Reyes que, coinciden con las plasmadas por el ilustre pintor mexicano José María Velasco, nacido en Temascalcingo, Estado de México, el 6 de julio de 1840 y muerto en Villa Guadalupe Hidalgo, Ciudad de México, el 26 de agosto de 1912. Quien tradujo la geografía mexicana, específicamente la del Valle de México, al lenguaje de las artes plásticas, hechas de óleo y lienzo, que aún se conservan en distintos museos. En las que, al fondo del paisaje, precisó las sierras con sus salientes y quebrados, siempre a punto de la erupción, aplacada por copos. A un lado, cúmulo de nubes tiernas o refulgentes; en el medio, los dos lagos; en los planos intermedios, los llanos y pequeñas colinas matizados de ocres, cienas y rojos, bañandos por la claridad del día. En las creaciones de José María Velasco, la capa de gas que envuelve al Valle de México es especial e inimitable. El viento —guiado por el sol—, la ha limpiado de sustancias borrosas o tóxicas; por eso, aparece en su estado original: pura y tenue. Lo anterior explica el por qué el artista percibe y retrata todo el Valle, desde puntos separados entre sí por varios kilómetros, como del cerro de Santa Isabel hasta el Popocatépetl e Iztaccíhuatl. Así mismo, Velasco perfila y colorea sin hacer machas difusas; por el contrario, usando los pigmentos y el pincel como instrumentos del lenguaje de un juglar, asienta características de árboles, cañadas, caminos y personas; exaltando la portentosa altura de las leyendas vivientes, hechas volcanes. Como diría Alfonso Reyes, en el mismo texto:
(…) El poeta ve, al reverberar de la luna en la nieve de los volcanes, recortarse sobre el cielo el espectro de Doña Marina, acosada por la sombra del Flechador de Estrellas (...)
Pero no se confunda, por favor. Ni José María Velasco pintó a tono de “El regiomontano universal”, Alfonso Reyes, ni éste último escribió, queriendo aludir al excepcional mexiquense. Más bien ocurrió que, cada uno, con sus herramientas habló de la belleza del Valle central del país llamado México. Una nación, cuyo territorio ha sido motivo de crónicas, informes, diarios, novelas, poesías, fotografía y plásticas de propios y extraños. Cuyos retratos fascinan, especialmente las panorámicas realistas de José María Velasco, o las de Alfonso Reyes, quien mediante el arte del ensayo desvela pasajes de los últimos días del siglo XV y los iniciales del siglo XVI. Como habrá notado, a pesar de los siglos transcurridos, en ambas obras, prevalece la atmósfera auténtica y cristalina que distinguía a esta región de las del resto del orbe. De ahí que Reyes, al inicio de Visión de Anáhuac, escribiera con toda sencillez:
(…) Viajero: has llegado a la región más transparente del aire (…)
A partir de ahora, no le pillarán desprevenido las estampas mexicanas de los siglos pasados, pero sí le maravillarán. Por cierto, ¿se ha dado cuenta que los lagos ya no existen?
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