Gobiernos, propiedad privada de los bancos

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Como que, en estos espantosos tiempos del 2020, se está reforzando aún más la frase de que los gobiernos son propiedad de los bancos, pues éstos son los que menos se están quejando de la crisis económica; por el contrario, ahora brindan más y más créditos. Son de los pocos negocios que, aun cerrados y en horarios no laborables, siguen generando dividendos; además, bien pareciera que, por el momento, las cosas se están dando para que aumenten todavía más sus dividendos. La celebre frase de Bertolt Brecht: «robar un banco es delito, pero más delito es fundarlo» (Galeano, Eduardo, Patas arriba, Ciudad de México, Siglo xxi, 2009) está más vigente que nunca.

Para muestra de que esto se ha ido confirmando con el paso de los días de la pandemia, ocurre que, en crisis financieras, lo primero que sucedía era que los Estados intervenían al rescate de los bancos. La última de las crisis financieras fue la de 2008, en la que los Estados, mundialmente, intervinieron al rescate del sector bancario y a costa de los ciudadanos. Cabe recordar la crisis económica de México en diciembre de 1994, cuyo rescate de los tres niveles de gobierno a los bancos fue inmediato; ya que, del lado del ejecutivo y el legislativo, la deuda bancaria se volvió deuda pública y, por ello, se conformó el fobaproa (después denominado ipab). Estrepitosa deuda que, incluso hasta la fecha, estamos pagando. Por su parte, el poder judicial también entró al rescate bancario en esos tiempos. Basta recordar que se resolvió la controversia respecto de la procedencia constitucional del denominado “anatocismo”, esto es, el cobro que se hace de intereses sobre intereses. Esta sentencia indicó que ese cobro es constitucional y, por ende, lícito; pero, si se hubiera resuelto conforme a razones de derecho y no de Estado, hubiera habido efectos sin precedentes, porque los bancos estaban cobrando de esa forma los créditos vencidos.

Esas son simples muestras de que, ante una crisis financiera que repercuta en los bancos, desde luego, el rescate de los gobiernos está a la orden del día. Hoy, que no hay crisis financiera para ellos, los Estados ni se introducen ni se pronuncian sobre el rescate de la economía; pues, en estos momentos, los afectados son las medianas, pequeñas empresas y, desde luego, los ciudadanos de a pie. Por ello, cada día queda más clara la sentencia que sostiene que: «el neoliberalismo ha hecho de los bancos centrales, los reguladores del crédito y del dinero, organismos completamente independientes de cualquier poder democrático formal» (Lorente, Miguel Ángel; Capella, Juan Ramón, El crack del año ocho. La crisis. El futuro, Madrid, Trotta, 2009).

Una muestra más de que los Estados son propiedad privada de los bancos es que éstos son los únicos que no se quejan de que están cerradas muchas de sus sucursales; es más, son ellos los que, voluntariamente, han cerrado muchas de ellas. Además, en las regulaciones, resoluciones y determinaciones que han dictado las autoridades sanitarias, siempre se ha sostenido que la actividad bancaria es una de las esenciales, es decir, nadie invitó a los bancos para que se pasaran a las actividades no esenciales. Sin embargo, ellos mismos lo han realizado, excusándose con que están cuidando a sus clientes de la enfermedad; por ello —dicen— han cerrado sucursales. Lo cual no lo cree ni aquel que haya nacido un día 28 de diciembre (día de los santos inocentes), pues es un hecho notorio que tienen a las personas en las calles haciendo filas enormes, sobre todo en tiempos de quincena, asoleándose, sacando fichas para pasar, como si se tratara de clínicas y hospitales. Filas interminables en cajeros: bien pareciera que las tiendas de raya del porfiriato se han convertido en las actuales instituciones bancarias.

Verdaderamente, si pretendieran cuidar a los usuarios de la banca y a sus clientes, tendrían abiertas todas sus sucursales, salvo las que se encuentran dentro de los centros comerciales. El propósito de estos cierres es, en cambio, un intento de orillar a sus propios clientes al uso de los servicios bancarios electrónicos, pues estos no requieren de un cajero, de un gerente de sucursal, de personal de carne y hueso que reciba a los clientes en una sucursal; menos aún, requieren renta de locales para sucursales, gastos de mantenimiento, etc. Lo cierto es que, con ello, se está provocando que, tarde o temprano, los bancos cierren muchas de sus sucursales y despidan a muchos de sus empleados —quienes, por cierto, no son trabajadores directos de los bancos—, pero que sigan contando con las mismas ganancias (a menores costos, claro) y, así, sigan siendo propietarios de los gobiernos y de cada uno de nosotros.

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