La puntualidad

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Si un deseo es digno de la senectud es el de morir a tiempo. Cuántos desgraciados van por el mundo llegando impuntual a las reuniones con el destino. Siempre que detecto que la vida va a dar un golpe certero, mi temperatura baja, actuó con rapidez y no deseo otra cosa que llegar a la cita que cambiará mi visión de la existencia. Nunca he llegado impuntual a las desgracias. Las veo a lo lejos acercándose puntualmente, sin hacerlas esperar. Sin embargo, la vida no deja de sorprenderme. Las cosas positivas siempre aparecen por obra divina. Nunca las esperas. De repente, las noches se condensan en un sólo momento y todo ha valido la pena. Un alma en lucha nunca percibe con exactitud la magnitud de sus esfuerzos.

Durante varios días, me encontré sopesando el tema para escribir una columna digna. Como no la encontré, decidí mirar al cielo y no me defraudo. Los amigos son pocos, pero buenos. En su mayoría, nos une un sentimiento fraternal y convicciones similares. La conversación es necesaria. Existen proyectos en conjunto que pretenden dirigirnos a algún sitio y fortalecer nuestra amistad. Hace poco, uno de ellos, inició una dinámica: hablar sobre nosotros. Él sabe que nada me incomoda más que eso. Por lo que, la noche previa a escribir, traté de salir por completo de mi ser. Busqué observarme con ojos de extraño y juzgué mis tareas diarias, llevándome a detectar mi entusiasmo y pasión hacia ciertos temas, adquiriendo una especie de liderazgo para las personas que cuentan con gustos similares, pero diferente grado de convencimiento e ímpetu. Es una cualidad útil que me ha hecho obtener satisfacciones. Mi puntualidad está sustentada en la ansiedad por el quehacer diario que, seguramente, al terminar mi vida, me provoque esbozar una sonrisa.

Las personas deben aprender a hablar sobre sí mismas. Aunque muchas de ellas no tengan nada que decir. Un escritor que conoció sus límites fue Robert Walser (1878 - 1956). Su grado de introspección llegó a tal punto que, por voluntad propia, se internó en un hospital psiquiátrico para desaparecer del mundo y escribir con tranquilidad. Un día salió de la cama y decidió renunciar. Su decisión es cuestionable. Murió en un gran campo de nieve en el invierno suizo. La fotografía de su muerte, es quizá, una de las más hermosas de la literatura. Walser murió como un artista. Cualquier pintor desearía hacer un retrato del deceso. Uno de los enfermeros que lo atendía, llegó a decir que su puntualidad para regresar después de cada paseo —alusión al título de una de sus grandes obras— era admirable. La mayoría de los pacientes odiaban regresar a la cárcel que representaba el encierro; no obstante, Walser cumplía con su deber de enfermo mental, regresando a la hora establecida. Comparto su sentir. El sentido de la obligación lo llevo dentro de mí. Los que no me conocen a profundidad seguramente me definen como una persona amable y correcta. Quien ha tenido la desventura de ser mi amigo, quizá descubra algo mejor.

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