El Axólotl, y el origen del mundo

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Después del águila real — posada, en posición de combate, sobre un nopal, devorando una serpiente—, el axólotl o ajolote (como Usted prefiera llamarlo), es el animal que más y mejor identifica a México.

Especie endémica —que se encuentra, de forma natural, únicamente en el territorio mexicano—, emparentada directamente con la salamandra.

La que, a pesar de su permanente calidad de larva y cara de simpático dragón, se reproduce sin mayor problema. Por lo que, atrae la atención de propios y extraños.

Según la leyenda náhuatl, la aparición del hombre en el planeta se debe a este ser de genética milenaria. Y, como en toda historia que se precie de maravillosa, su origen se pierde en el inicio de los tiempos, dando lugar a distintas versiones.

Por lo pronto, atenderemos a la que recogió Fray Andrés Olmos, citado por Gerónimo de Mendieta, quien en resumen dice:

El dios Citlalatónac  y la diosa Citlalicue habitaban el cielo. Un día, la diosa parió un pedernal, es decir, un cuchillo de obsidiana, en forma de hoja; este cayó en la tierra, en el lugar conocido como “siete cuevas”, y de él nacieron 1600 dioses.

Los dioses solicitaron permiso a su madre, la diosa Citlalicue, para crear a algunos hombres, que fungieran como sus sirvientes.

La madre autorizó que pidieran al Mictlan Tecutli, señor del infierno, un hueso o ceniza de uno de estos individuos, de los cuales ya no quedaba ninguno, a fin de hacerlos renacer.

Los dioses encomendaron tal tarea a Xólotl, quien obedeciendo todas las instrucciones y sabiendo que el Mictlan solía no cumplir lo prometido, en cuanto tuvo el hueso, huyó del infierno, siendo perseguido por este.

Todos los dioses —como se los había ordenado su progenitora—, vertieron su propia sangre en los pedazos de hueso, que eran brazas de fuego, y brotaron los humanos.

Después, hicieron emerger al sol y a la luna. Sin embargo, el sol estaba quieto, no iluminaba el orbe. Así que le entregaron sus corazones; el último en hacerlo, fue Xólotl.

O sea, de acuerdo a esta tradición, Xólotl es un dios bienechor, dador de vida, sin el cual habría sido imposible el resurgimiento de las personas.

Otra versión, igualmente interesante, es la conocida, Leyenda de los Soles; traducida, primero, por Primo Feliciano Velázquez, y en una segunda oportunidad, por Ángel Ma. Garibay.

En esta, se asegura que se esperaba el advenimiento del quinto sol, (que es el actual). Entonces, reinaban las tinieblas. Quetzalcoatl descendió al infierno, acompañado de su nahual, es decir, su doble o mellizo, cuyo nombre se ignora. No obstante, algunos creen que se trataba de Xólotl en persona; después ocurrieron los hechos que ya conocemos.

Debe considerarse una tercera versión, la de Sahagún; conforme a la cual, posterior a la creación del sol y la luna, los dioses vieron que estos astros no salían, por lo que se comprometieron a inmolarse en su honor; mas Xólotl faltó a su palabra.

Por ello, el señor de la Muerte lo busca para llevárselo. El incumplido dios se escondió entre los maizales, donde fue hallado. Enseguida, se ocultó trás los magueyes, igualmente, fue localizado. Por último, se hundió en el agua, adquiriendo la forma de una especíe de pez (como aún se le conoce), y se le llamó Axólotl. Finalmente, el ejecutor, lo atrapó y mató.

En otra versión, quedó condenado a permanecer en el agua; bajo la advertencia de que perecería, una vez que ésta se extinguiera.

En cualquiera de los casos, es gracias a Axólotl que los mortales reviven y gozan de los beneficios del sol y de la belleza de la luna.

Así, la cosmogonía náhuatl (azteca) explica el inicio de la humanidad, vínculada de manera inexorable al habitat del ajolote o axólotl y a la supervivencia de este.

La próxima vez que se encuentre con este pequeño dios, de aspecto extraño y biografía fabulosa, dedíquele un momento; es posible, que se admire de cómo en su acción, anida la honrosa estirpe de los mexicanos y de sus semejantes (la de Usted también).

 

 

 

 

 

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