RASTROS DE TINTA

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Invitada


Septiembre 29, 2020

Por: Fátima Escalante

 

Con las piernas entumecidas un lucifer oficinista pasa en promedio veintiuna horas sentado, en la época moderna.
María José Sevilla –especialista en ergonomía– señala que, por cada cincuenta minutos en esta posición, lucifer debería realizar alguna actividad de pie por al menos diez minutos.

En la oficina cada día es una aventura, cada minuto lleva la vida al límite.

 

León, Guanajuato, México.
14 de octubre de 2019.
Sucursal 11677
5 meses antes de la catástrofe del Homme Oficce.

Más allá del subsuelo, pegado al núcleo de la tierra la dinámica laboral es controlada por una sola cosa, el café; mientras en la superficie los seres humanos concluyen sus tareas, un trabajador desconocido apenas tiene tiempo para comer, es El Diablo, quien se dispone a tomar un sorbo.

Este espécimen se tira el café encima, por accidente, claro, gastó lo último que le quedaba de la quincena para comprarlo.

Está muy frío, casi congelado, ¡maldición, le ha dejado mancha en el uniforme! Peor aún, dejó una mancha en su pecho, ahora tendrá que pasear con una marca morada que opaca el rojo vivo natural de su piel. Él no tiene nombre solo un número, no recuerdo cuál: ¿cinco, siete, dieciocho? Da igual.

Casi es la hora, tres de la madrugada, faltan treinta y tres minutos para que los treinta y tres demonios colorados que trabajan en la oficina subterránea tomen su descanso.

Para quienes se preguntan, ¿cómo se mantiene el inframundo con toda esa gente que llega a ser torturada por la eternidad? ¿Cómo se pagan los permisos de uso de suelo correspondientes? ¿Cómo mantiene el mal su status quo?

Bueno, La “Fuerza laboral invisible” como se les conoce, produce miles de millones de pesos al año. El demonio de alto nivel se encarga de ocasionar toda clase de destrozos que deben ser reparados o reemplazados, eso hace que gire la economía del mundo, mientras que el administrativo –además de hacer las cuentas vigila– que todo vaya viento en popa una y otra y otra vez.


 

Los últimos minutos antes del receso pasan sin pena ni gloria, en automático, archivan casos, graciosos y tristes que van de leves, moderados a muy graves, de unos cuantos chicles pegados en el cabello, operaciones, desempleo, cristales rotos y violencia, pero en este punto ya nada les sorprende, nada es lo suficientemente terrible o divertido para que quieran permanecer un minuto más entre los monitores.

Finalmente es la hora y Satanás siete ¿o trece? Bueno, Satanás de la Mancha de Café, está listo para correr desquiciadamente hacia el checador, el San Pedro de la libertad (Sí, los demonios tienen santos y les rezan).

Terminó la jornada, se quita deprisa el uniforme, el cual es tan feo que su sola existencia está registrada como una desgracia entre leve y moderada en el propio archivero de las oficinas centrales del inframundo.

Sale a la calle, todo está quieto, pero no se desanima, tal vez hoy sí tenga suerte y encuentre una pareja adolecente copulando para romperles el condón, un borrachito para extraviar su cartera o a algún desafortunado humano con insomnio (estos últimos son sus favoritos).

De las tres treinta y tres a las cuatro hay exactamente veintisiete minutos, y según los parapsicólogos avalados por Google, durante este corto tiempo se producen miles de sucesos paranormales en todo el mundo, entonces ¿podrá nuestro amigo encontrar a tiempo alguna actividad divertida que realizar para anestesiar el vacío existencial que le produce su miserable trabajo? Lo averiguaremos.

Nuestro anticristo escucha algo, es como un quejido atrapado entre los dientes, así que entra a la última habitación de la casa más cercana, en busca de entretenimiento, desafortunadamente no encuentra lo que esperaba. Es su enemigo número uno, El Muerto.

 

Hagamos un acercamiento: el espíritu de un hombre transparente yace sobre un hombre robusto de aproximadamente cincuenta años, no para matarlo sino para abrazarlo y sentir el calor de la vida una vez más, un acto egoísta si tenemos en cuenta que esto genera miedo e incertidumbre en el vivo.

Un buen número de sujetos aseguran haber experimentado parálisis del sueño, un trastorno que produce una incapacidad transitoria para moverse y hablar, mientras se está cognitivamente despierto.

–Está ocupado –le dice El Muerto.
–Perdón, creí que el hombre estaba despierto –responde Satanás.
–Casi despierta, pero lo atrapé segundos antes y ahora está inmóvil, más suerte para la próxima.

Son las tres cuarenta y cinco y el de la mancha se lamenta por tener un empleo con un horario tan de la chingada, a esa hora ya no hay mucho que hacer, menos un lunes. Ser el diablo parece ser más difícil de lo que creímos.

Satanás se mira la quemadura pues siente frío, ahí en la mancha morada no arde y eso es malo pues él es un ser de fuego, un aventurero, el Sagitario del Tarot, el más grande anarquista, quien desafió a Dios, o bueno, al menos eso es lo que dice la mercadotecnia.

Vemos que camina cabizbajo, parece que su gran momento se le va de las manos, le queda poco tiempo y es momento de ponerse creativo antes de tener que regresar a la oficina a escuchar cómo sus compañeros cuentan sus mejores anécdotas en una carrera por demostrar quién es el menos desdichado.

Una sonrisa aparece en su rostro, una idea, esperemos que sea buena. Entra en otra casa, la verde, una familia promedio vive en ella, va a la habitación principal y observa a la madre, busca en el buró. ¿Qué está haciendo? Parece que toma su celular, un momento, ¿eso es la alarma? Sí, la ha desactivado.

Algo viene, ah no, ya está aquí.
–¿Mamá? ¿Mamá?

Él se mantiene en silencio, no es invisible, no para los niños.

–¿Quién eres?

No le responde, lo niños hacen preguntas y las respuestas rompen el orden de las cosas, rompen las ventas.

–¿Eres un ladrón?

-–Soy el diablo –dice al fin, decepcionado de no poder hacer bien una simple travesura.

–No, el diablo es más grande, con afiladas garras y un tenedor gigante como el del rey Tritón.

–El rey Tritón no existe y tú estás soñando –suspira– te daré un consejo, ve a tu cama y espera el siguiente sueño y nunca, nunca te despiertes a esta hora, es cuando los demonios se liberan de sus cadenas y los miedos te molestan en sueños, pero si estás despierto se acercan a ti y son directos, te susurran al oído una lista de todo lo que te hace falta tener, lo que te hace falta hacer, lo que te hace falta ser.

Confundido, el menor se marcha. Tremenda decepción para nuestro amigo, no asusta nada, es comprensible tal vez, pues ahora en el mundo moderno con redes sociales (WhatsApp, Facebook, Twitter, Instagram y Snapchat) y llamadas ilimitadas por 19 días y según el precio de cada recarga más megas de navegación libre en Estados Unidos, México y Canadá a sólo cien pesos, ya hay mucha competencia.

 

Algo es algo dijo el calvo, al menos, podrá pasar las siguientes horas riendo, imaginando como una de los millones de personas que por la mañana dirán: “te juro que la alarma no sonó” es obra del mismísimo diablo.

Van a ser las cuatro, ya debería estar en busca del uniforme, pensar en el desayuno, en el tráfico, pero no, está en sus genes llegar un poquito tarde después de todo es El Diablo.

Después de años de escuchar sobre los peligros paranormales de la noche, finalmente documentamos lo que ocurre, la sobreexplotación y estrés los impulsan a molestarnos en sus ratos libres, te puede tocar un diablo malo o uno torpe después de las tres treinta y tres porque el trescientos treinta y tres, es la mitad del seiscientos sesenta y seis, “el número del diablo”.

Podría haber sesenta y seis diablillos en cada sucursal del mundo en lugar de treinta y tres, pero eso implicaría más interacción entre ellos, es decir, improductividad y de por sí ya se corre el riesgo de que se sindicalicen, es lo último que necesita una cadena tan exitosa como la del mal.


 

 

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