Selma ganó un Nobel
A principios del siglo XX, las mujeres carecían de los derechos fundamentales atribuirles la capacidad de leer, escribir e imaginar mejor o igual que un hombre, era una locura.
Corría el año de 1909, cuando la cordura —por trágica y aburrida—, fue expulsada del Comité del Nobel. De inmediato, sus miembros reconocieron con el Premio Nobel de Literatura a Selma Lagerlöf. Seguramente, la decisión originaría largas y airadas discusiones. Algunos exclamarían: «¡Estos hombres se han vuelto locos!» Pero ellos no desistieron; por el contrario, apostaron por una mujer que daría mucho de qué hablar. ¿Alguna vez, usted ha corrido ese riesgo?
Para comprender al Comité, es necesario considerar lo siguiente:
A principios del siglo XX, las mujeres carecían de los derechos fundamentales de cualquier ser humano; por ejemplo, no gozaban del carácter de ciudadanas; en consecuencia, no podían votar por los gobernantes. De modo que atribuirles la capacidad de leer, escribir e imaginar mejor o igual que un hombre, era una locura.
Desde luego, Selma Ottilia Lovisa Lagerlöf —nacida en Värmland, Suecia, el 20 de noviembre de 1858—, tenía fe en la educación y en sus semejantes, sin importar su aspecto ni su conducta descarriada.
En su cuento, “La Llama sagrada”, presenta la historia de un caballero que, en su peregrinar desde Jerusalén hasta Florencia, era nombrado, «loco», por el común de los pobladores.
¿Qué ocasionaba dicho calificativo? Es muy simple, Raniero Ri Ranieri viajaba, llevando en la mano una vela con la luz encendida. Era tal su devoción que, nada ni nadie, ni siquiera el hambre o el frío, lo apartaban de su cometido. Motivo por el cual, algunos lo consideraban un hombre santo o bueno; prestándole ayuda en la medida de lo posible.
Raniero tenía antecedentes familiares que, en todo caso, podrían haber confirmado o desacreditado la impresión contradictoria que provocaba en la gente.
En efecto, había salvado a muchas personas de morir aplastadas por un techo que se derrumbó sobre de ellas. Pero también, dañó el honor y los bienes tanto de su esposa, Francesca, como del padre y hermano de ésta; siendo el más grave, haber orillado a un joven a cometer suicidio. Razones por las cuales, ella lo abandonó.
Más tarde, liberó a su ciudad natal, Florencia, de los ladrones que la asolaban. Combatió al lado del emperador y salió victorioso; en compensación, fue armado caballero. A pesar de todos sus esfuerzos, Francesca no regresó con él.
Posteriormente, bajo el mando de Godofredo de Bouillón, participó con éxito en la ocupación de Jerusalén; donde tuvo el honor de tomar lumbre del Santo Sepulcro.
Durante los festejos, por este triunfo, aceptó el reto propuesto por un bufón, que consistía en llevar la llama hasta Florencia, sin que nunca se apagara.
Comenzó, entonces, la odisea del caballero Raniero Ri Ranieri.
Fueron muchas las peripecias que vivió con tal de conservar la llama encendida. Para lo cual, entre otras cosas, accedió a perder todas sus posesiones, al punto de adquirir la estampa de un pordiosero. Cabalgó de espaldas en un escuálido jamelgo, que recibió por la compasión que le tuvieron unos asaltantes. Brindó ayuda a una mujer, sin esperar nada a cambio; empero, obtuvo las ceras para mantener viva la flama. Además, se alimentó y pernoctó gracias a las limosnas.
En esa larga y penosa travesía, el caballero no se dio cuenta de los hechos extraordinarios que se produjeron; por ejemplo: la lumbre prendió la capa que vestía, sin que él resultara lastimado. La vela cayó al suelo y se apagó; pero, casualmente, alcanzó a inflamar el pasto seco, impidiendo que la llama se extinguiera. Tampoco le sorprendió que un par de pajaritos alentarán el fuego, cuando ni rescoldos quedaban para alimentarlo. Sin embargo, en su futuro, algo portentoso estaba por llegar.
Finalmente, el viernes santo, arribó a la catedral de Florencia. Fue recibido por el obispo y los sacerdotes. Después de escuchar su relato, surgió en ellos la absoluta confianza en él y en su palabra, pues, aunque fuera de lo común, guardaba un propósito prodigioso. Por consiguiente, tuvieron por cierto que el fuego provenía del Santo Sepulcro, y así lo informaron a los feligreses.
En ese momento, un parroquiano dudó del relato y del origen de la llama. Se trataba de Oddo, el padre del joven que se había quitado la vida, a causa de Raniero.
El tema era trascendente, porque en caso de aceptar el fuego, serían encendidas todas las veladoras apagadas, como si de un milagro se tratara.
La iglesia se dividió; el debate creció. Francesca, su padre y su hermano argumentaron en favor del protagonista.
Raniero requería de pruebas; mas, se había desplazado en solitario, sin otros caballeros ni escuderos. Sólo un testigo era posible; uno, de irrefutable prestigio y credibilidad, que lo salvaría de la desconfianza y del temor. El lector ya supondrá de quién se trata.
Es decir, Lagerlöf, poetisa, cuentista y novelista, crea a un personaje que, enfrentado con él mismo, supera sus banalidades y soberbia, encontrando dentro de sí, la «llama sagrada». Ésta habita en su pensamiento, palabra y corazón. Consecuentemente, él logra tener confianza en los individuos y viceversa.
Además, todo cuanto hace, es para llevar la luz a Florencia, lo que no entraña ningún despropósito; por lo tanto, no es una locura. Como tampoco lo fue, otorgar el Premio Nobel de Literatura a una mujer que, como Selma Lagerlöf crearía en 1911, el Congreso Internacional por el Sufragio Femenino, con sede en Estocolmo, Suecia. Sufragio femenino efectivo en las elecciones de 1921.
De suerte que los miembros del Comité no se equivocaron al correr esta aventura junto con la maestra rural, Selma Lagerlöf.
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