Lo que las escritoras me dijeron

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La columna de esta semana es el resultado de un ejercicio del taller que estoy cursando titulado “Escritura de mujeres y ensayo”, que imparte Edith Mora desde España, on line los martes. Mi agradecimiento a Edith por enseñarme nuevas lecturas y nuevas formas de escritura.

Ante la pregunta, “¿Qué es el amor?”, Ana Clavel me frenó en seco. Me dijo A ver, ¿esta pregunta se la haces también a los hombres? Claro, a todos los entrevistados sean hombres o mujeres, le respondí. Continuó: Te lo pregunto porque me parece que tu pregunta tiene un sesgo de género: ¿sólo porque soy mujer me estás preguntando qué es el amor? Contestó seria, lacónica.

La entrevista había fluido con naturalidad, hablamos de sus libros y del erotismo, incluso del cambio de roles en su novela Cuerpo náufrago, en donde una chica un día se despierta siendo un chico y desarrolla un fetiche con los mingitorios. Esos cuerpos porcelanosos que guardan un secreto jamás revelado para las mujeres, y que Ana se dio vuelo fotografiando, sin embargo, plantear la pregunta “¿Qué es el amor?”, jamás fue con la intención de exhibir a una escritora. Y es que es verdad: a todos mis entrevistados les hago esa pregunta. A pesar de ello, noté que estaba pisando terrenos fangosos al plantearla. El periodista cumple con esa misión: ser incómodo, pero ¿hasta dónde?

Háblanos de la maternidad y la escritura, le pregunté a Ana Fuente Montes de Oca, cuando ganó el premio Dolores Castro de narrativa. A ver, wey, espérate, me dijo la autora del libro de cuentos Chicharrón de oso y otros cuentos del fracaso, ¿le has preguntado a los escritores sobre su escritura y la paternidad? Ante su respuesta sobrevino mi silencio. No, respondí. Creo que deberías plantearle esa misma pregunta a los escritores porque parece que hay un sesgo de género. Era la tercera ocasión en que una de mis preguntas molestaba a una escritora. Y sin embargo: El periodista cumple con esa misión: ser incómodo, pero ¿hasta dónde?

Entre la entrevista de Ana Clavel y la de Ana Fuente, le hice una entrevista a Fernanda Melchor a quien le pregunté ya no por el amor ni por la maternidad sino por una situación más triste en el país: ¿Quiénes matan a las mujeres? La mirada de Melchor fue de furia, como diciendo Pues ustedes, cabrones. En cuanto pasó el silencio insistí: Te lo pregunto en buen plan, Fer, ¿en México quiénes matan a las mujeres? La respuesta no pudo ser más brutal, sobre todo porque coincidió con la Ana María Jaramillo, escritora colombiana, directora de Ediciones Sin Nombre: sus conocidos, hombres del círculo familiar cercano, novios, ex novios, ex esposos, padres, padrastros, padrinos celosos, son ellos los que matan a las mujeres en México, hombres que las conocen.

El periodista cumple con la misión: ser incómodo, pero ¿hasta dónde?

La mexicana es una sociedad conservadora, en los últimos 30 años no hemos tenido un presidente de ideas de izquierda en materia de género –incluyendo al presidente en turno–, que le haya entrado de lleno al tema del aborto, de los feminicidios, a los temas que urgen en la agenda política para que la educación de los varones comience a cambiar.

Las respuestas que todas las autoras me han dado contribuyen a que me dé cuenta de que no hay educación emocional en el país y que es urgente contar con ella: el machismo ocurre como forma de comportamiento en hombres y mujeres. Ahí es donde la figura del periodista es fundamental: señalar lo que socialmente duele.

El machismo también es arrancarle la palabra a alguien. La imposición de las ideas no sólo ocurre de un macho a otro macho, se observa de un macho a sus hijos, de un macho a sus hijas.

¿En qué momento permitimos que nos fueran arrancadas las palabras de la boca?, ¿en qué momento la voz del macho se impuso como la verdad y anuló toda forma de independencia? Justo para resolver estas preguntas es que trato que mi clase de literatura contribuya a reflexionar, a criticar, a pensar.

Justo la búsqueda de las respuestas es para lo que sirve un periodista. Quizá.

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