Volver a caminar por los museos

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La escritura y caminar son ejercicios que exigen que tengamos los pies bien plantados sobre la tierra. Pensar en salir descalzo a caminar en la calle en medio de esta pandemia no es tarea sencilla. Lo intenté: abrí la puerta y mi planta sintió el frío del cemento, la humedad de la tierra es intensa aunque las lluvias de este año no fueron fuertes. Además, he decir que me apena mucho mi dedo pequeño del pie izquierdo, casi no tiene uña y me genera curiosidad la forma en que se ve, como si fuera un habitante liliputense junto a sus hermanos gigantes.

La humedad hizo que regresara a ponerme los zapatos. Me di cuenta de que “zapatos” es el nombre genérico que empleo para referirme a mi calzado. Me percaté de que no tengo zapatos de vestir desde hace mucho tiempo y lo único que uso son tenis, como una forma de rebeldía contra las convenciones sociales. Aunque ya hubo gente de mi familia que me criticó porque se me ocurrió ir de camisa, saco, pantalón de mezclilla y tenis a los XV años de mi sobrina y la boda de una de mis primas. Los tenis como forma de manifestarse contra un sistema rígido y que hasta nos dice cómo sí y cómo no vestirse.

Con tenis también asistí al funeral del papá de un amigo cercano. También con tenis presenté mis libros en la Ciudad de México y en Puebla y mi examen profesional de maestría. Y es que me causan tanta comodidad que he olvidado qué se siente usar zapatos de vestir.

Calzados los viejos tenis azules emprendí la marcha, directo al centro de la ciudad de Puebla para ver la otra pandemia que venía: varios letreros de “Se Renta”. La poca actividad comercial de los últimos meses cobró sus víctimas por la línea más frágil, la economía de los que pagan rentas en locales y departamentos.

Esto que escribo ocurrió durante el mes de septiembre cuando la gente aún le temía al COVID-19.

Caminar una ciudad deshabitada –de la que tantas veces hemos vociferado que es nuestra– es una situación por demás peculiar.

Salí por la mañana e inmediatamente me di cuenta de que caminar una ciudad de día es diferente a hacerlo de noche. El calor, la lluvia, el amor siempre es distinto por las madrugadas.


Lo que me encontré fue una ciudad deshabitada, las calles sin gente me recordaron la ocasión en la que regresaba a casa el 19 de septiembre de 2017: cerca de las 7 de la noche, cuando terminamos de sujetar la cornisa de la prepa Zapata –que estaba a punto de desprenderse– varios docentes fuimos al VIPS que está en el edificio donde se encuentra la Capilla del Arte de la UDLAP –en la 2 oriente y 2 sur– en donde me tomé una cerveza de un solo trago pues la sed había comenzado a apremiar.

Ese es uno de los edificios más seguros de Puebla pues la estructura de acero es de la misma constructora que realizó la Torre Eiffel en París.

Pero este paseo de pandemia fue distinto: ni tacos de canasta en las esquinas a pesar de que era una hora adecuada para quienes tratan de mitigar el hambre, ni puestos ambulantes de tamales y champurrado. Nada. El confinamiento ha puesto a prueba a cualquier vendedor callejero y nos ha hecho que dudemos de cualquiera que se encuentra en la calle.

Mi paseo fue detenerme en las puertas de cada uno de los museos del centro de la ciudad de Puebla y que se encontraban cerrados. De pronto decidieron reabrir a pesar de que los contagios tienen un comportamiento poco predecible pues unas semanas suben y otros bajan y otros suben al doble.

¿A quién le urgiría regresar a los museos? Sobre todo cuando hay un día en el que se puede entrar gratuitamente y no se reactiva la economía pues no hay ingreso inmediato para el museo.

Se reabrieron y no creo que la marabunta de gente los haya invadido, no veo a las familias poblanas planeando su domingo diciendo: “Ya sé, niños, báñense que iremos a hacer dos horas de fila para entrar al museo”. Como sí ocurrirá cuando reabran los estadios de futbol, los conciertos y la arena de lucha libre.

Pensándolo bien, quizá caminar la ciudad y visitar los museos en este engañoso semáforo amarillo pueda ser una opción segura pues si antes nadie los visitaba no creo que la pandemia nos haya hecho mejores personas hambrientas de productos culturales, decididos a volver a caminar por los pasillos de los museos.

Quizá al poblano le urge regresar al barrio del artista a ver las pinturas costumbristas de paisajes, manzanas y de los volcanes. Y a abarrotar las heladerías.

A lo mucho.


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