EL USO DE LA TECNOLOGÍA DIGITAL DESPUÉS DE LA PANDEMIA

Hay diferentes posturas frente a la tecnología, los optimistas la ven como una solución, los pesimistas no piensan lo mismo.

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Memorias del Crimen

*Por: Dr. J. Alejandro Ortiz Cotte

 

El tema de la tecnología desde hace unas décadas se ha vuelto central en casi todos los ámbitos humanos. Hay diferentes posturas frente a ella. Unos, los más optimistas, la ven como una gran solución a muchos de los problemas centrales de nuestras sociedades, los que la defienden más, carecen de una postura crítica frente a ella pensando que el uso de la misma en sí mismo es positivo. En cambio, hay otros, los más pesimistas, que la ven como todo lo contrario. Es la gran causante de muchos de nuestros problemas, los más extremistas buscan regresar o volver a un mundo sin tecnología recuperando las vivencias más ligadas a la tierra y al mundo indígena que han sobrevivido sin ella por siglos.

 

Creo que debe haber una postura más centrada y racional, mucho más crítica y sobre todo informada de modo interdisciplinar. No basta una sola mirada para comprender su complejidad y prioridad. Recupero algunas reflexiones que pueden servir de base para diálogos más enriquecedores.

 

1. Relación entre tecnología y desarrollo. En la historia de la humanidad ha sido fundamental la tecnología para generar nuevas formas sociales y nuevos horizontes de desarrollo. La tecnología marítima en barcos más resistentes y más veloces definió el mundo antiguo y sus nuevos imperios. La tecnología del vapor revolucionó las sociedades industriales. El telégrafo y después el teléfono impulsaron enormemente la comunicación entre lugares remotos y con ello aceleró, las economías capitalistas emergentes. La electricidad cambió el mundo a lo que es hoy. Y por último la tecnología digital, desde el invento de las computadoras y del internet, sigue modificando todos los rincones humanos.

 

2. Los dueños de la tecnología. Aunque pareciera que la tecnología es un elemento bondadoso para todos los seres humanos, no es así. Ya que quienes tienen control sobre ella, grandes compañías transnacionales, la utilizan para sus propios fines, sobre todo económicos y de poder mundial. De modo que la investigación biomédica y farmacéutica, no buscan acabar con las enfermedades del mundo sino un mundo enfermo que necesita estar medicado. La nanotecnología tiene también un uso económico y militar. Los nuevos gigantes que controlan las dinámicas vitales del mundo económico de hoy tienen que ver con las tecnologías digitales: google, redes sociales, Microsoft, Apple, Huawei, Samsung, Xiomei, etc., y es claro que sus objetivos no son humanistas.

 

3. Capitalismo digital. Para muchos analistas estamos hablando de la última etapa del capitalismo (que convive con otros modos del mismo: financiero, criminal, consumista) sería el digital. Se refiere un capitalismo que, a través de obtener datos y datos sobre cada usuario digital, le ofrece una serie de opciones de compra adecuadas a su perfil. Es un capitalismo que destruye la privacidad convirtiendo a la persona en un algoritmo (Canclini). Es un capitalismo que vive en la virtualidad incidiendo en lo real de manera contundente.

 

4. El fin de trabajo. Así tituló un libro en los años noventa Jeremy Rifkin, analista mundial y asesor de los países más desarrollados y de las grandes corporaciones transnacionales. Vio, hace bastante tiempo, la realidad actual. Dijo que desaparecería el empleo productivo, aquel que genera riqueza e intercambio de bienes a escala micro, solo habría trabajo a nivel de servicios, vendiendo y/o ofreciendo mercancías. La última reunión de DAVOS reafirmó esta profecía capitalista diciendo que desaparecería los trabajos industriales por millones al año al robotizar la producción. La tecnología en ese sentido no ha sido utilizada para mejorar la vida humana sino para enriquecer, aún más, al 1% de los más ricos del mundo. En este sentido un capitalismo digital vendría a fortalecer esta tendencia del fin del trabajo.

 

5. Los usuarios de redes. Se piensa que entonces ante este dominio mundial todo mundo goza del internet y tiene los medios o dispositivos digitales para estar conectados y no es así. Según la encuesta mundial “we are social y hootsuite del 2020”, de 7,750 millones de personas que existen el mundo el 67% tienen teléfonos celulares, el 59% son usuarios de internet y el 49% son usuarios de redes sociales. Esto implica que, aunque hay un número mayor de personas con celular, pero un número menor de usuarios de internet. Hay cerca de un 40% mundial que no tiene internet. Se calcula que cada usuario destina 6 horas y 43 minutos como promedio en el uso de internet, siendo el uso mayoritario de la tecnología digital el de las redes sociales.

 

Es por eso que la discusión sobre el uso crítico de las tecnologías es urgente realizarla ya que todavía no se da desde una perspectiva latinoamericana y sobre todo desde los más pobres y excluidos. Hay muchos temas por discutir, aprovechando las ventajas tecnológicas que se nos permiten (pagando obviamente), no cayendo por completo en las dinámicas capitalistas ni propiciando solamente una visión superficial de la vida que dan las redes sociales. Se deben ganar espacios en beneficio de la ciudadanía mundial. Uno de los temas vitales es la educación. Donde es necesario y urgente generar un modelo educativo propio de la virtualidad, que ni sea el anterior a la pandemia (cursos on-line todo construido donde el estudiante en su propio tiempo los va realizando) ni el que se está dando ahorita durante la pandemia (donde se dan dando clases sustituyendo el modo de hacerlo presencial por técnicas virtuales) de este modo la educación sigue siendo de 2 horas como si fueran presenciales, se sigue dando clases con PowerPoint como si estuviéramos en el salón de clases y mil ejemplos más.

 

Tenemos que generar propuestas desde la ciudadanía global desde la vivencia de las mayorías pobres y excluidas para no caer en las dinámicas de un capitalismo digital donde todos somos parte una gigantesca red de algoritmos en Silicon Valley.

 

 

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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