En Navidad y Año Nuevo tenga el teléfono a la mano
La gente queda apartada una de otra, imposibilitada para franquear las distancias físicas, ¿podrá reunirse sin estar junta? ¡Qué reto!
La navidad es la morada de nuestros corazones. En ella se conjuntan las tradiciones de las familias y comunidades. Por ella, las naciones pactan treguas, las grandes urbes adornan sus monumentos más importantes y los gobiernos llaman a la paz. ¿Usted, qué hace para pasarla bien en esa fecha?
Ahora, con la mortal pandemia, buena parte del mundo se reduce al confinamiento. La gente queda apartada una de otra, imposibilitada para franquear las distancias físicas, ¿podrá reunirse sin estar junta? ¡Qué reto!
De no aceptarlo, el anhelo de degustar los platillos acostumbrados en la Nochebuena y de abrazar —el día de Navidad—, a las personas que estén cerca, quedará en meros deseos.
Pues, mientras la mayoría de los parientes y amigos estarán entonando villancicos y otras canciones sin nuestra valiosa presencia; nosotros (Usted también) podríamos incurrir en el desquiciamiento.
En consecuencia, toca idear la forma de estar con todos, sin estarlo. Para ello, nada como las palabras y medios sugeridos por los literatos.
Viene a mi mente, Manuel Iris, quien en su poema “No es aquí”, narra:
Varado en lenta, ennegrecida estancia en que se aduermen horas y llovizna voy a negar la casa.
No admitiré que estoy compuesto de oquedades,
a confesar que me hacen falta abuelos y mi hermana que parece siempre a punto de parir.
Apuntaré: afuera sopla el viento, se evaporó la nieve y el pordiosero sale de sí mismo…
Diré que escribo con entera libertad pero será mentira.
No es éste el sitio de decir lo que uno extraña.
No es aquí.
Mi madre mira su ventana y dice llueve miro afuera realmente está lloviendo dice cuando niño te buscabas charcos para ver las nubes abro mi ventana
todo huele como a sabor de jícama
colgamos el teléfono salimos a la puerta sonreímos como si viéramos la misma lluvia
Este distinguido mexicano, oriundo de Campeche; radicado en Cincinnati, Ohio, Estados Unidos de Norteamérica, describe con toda precisión los huecos que dejan las ausencias de sus abuelos, hermana y madre; confiriéndoles el lugar que ocupan en su pensamiento y afectos. Los abuelos representan su pasado, su antiguo linaje y su arraigo. Por su parte, la hermana significa la vida; por eso, siempre parece que está a punto de parir, de “dar a luz”. En esto, hay una sonrisa que se extraña, una mirada de añoranza y de desesperanza; ya que simboliza a su propia persona como una casa inmersa en la oscuridad; sitio donde el tiempo transcurren sin que nada pase. Es un individuo que no inverna, sino que muere.
De este modo, queda expuesto el fuerte contraste entre su vida en solitario y la que disfrutaba al lado de su remota familia. Una familia que tiene sabor a jícama; es decir, a la sensación dulce de su patria, de su barrio, de su casa.
Mas, mucho de esto es mentira, porque en realidad, uno no debe darse permiso de sentir pena ni tristeza. El poeta lo declara:
…No es éste el sitio de decir lo que uno extraña…
…No es aquí…
Y, luego, uno se pregunta, ¿cuándo puede uno nombrar lo que extraña? Para este bardo mexicano, probablemente, nunca.
Porque rememora a su madre y habla con ella. Para lo cual, se vale de la memoria y del teléfono. Por cierto, ¿tiene usted el suyo a la mano?
Manuel Iris, ganador del Premio Nacional de Poesía Mérida 2009 y del International Latino Book Awards 2018, en Los Ángeles, California, sostiene que su madre dice: abre la ventana, está lloviendo, y le recuerda:
…cuando niño te buscabas charcos para ver las nubes…
En aquella época, el pequeño Manuel Iris sólo tenía esperanzas, no había tormentas ni chaparrones que menguaran su amor por la vida.
Para él, la lluvia se trasmuta en puente que comunica el pasado con el presente. Asemeja al teléfono que une las voces y activa las memorias del hijo y de la madre.
Evocan que trás la precipitación pluvial, queda el cielo líquido y acumulado; y se regala en forma de nubes al infante, para aumentar su ingenio.
Así mismo, firmes en el presente: ambos cuelgan el teléfono, salen de sus viviendas y miran llover; quizá, sea la misma agua que los refresca, renovando su fe y alegría.
De esta suerte, el limosnero necesitado de calor, comparte lo más valioso que tiene de sí mismo con su origen; se despereza, vientos inéditos lo impulsan.
Por consiguiente, no existe en este mundo, ninguna razón para sufrir de angustia o desánimo en esta Navidad. Imagine, en su propio interior están las nubes, los charcos y las lluvias que necesita para regocijarse.
Ahora bien, si por casualidad ocurriera que Usted no tiene un teléfono a la mano, (lo que sería muy raro), y tampoco encuentra el camino para recordar las cosas buenas de la vida; entonces, recite una plegaria; si no la sabe, invéntela.
También, puede acudir a objetos que, por sus características, revivan en su ánimo a ese alguien especial que le hace la vida plena y feliz. Siga el ejemplo de Manuel Iris, que en su poema, “Jaculatoria” pide:
Déjame ser, Poema, el cristal de una lámpara, el vaso de una vela.
Que tu luz me habite y mi silencio, tuyo la proteja.
En suma, el poeta se deja alumbrar por la belleza del espíritu humano que, puede ser el propio o el del ser amado: la pareja, los padres, los hijos.
Queridos lectores, con este artículo cerramos el año 2020; deseándo que las fiestas decembrinas nos llenen de contento y que el proximo año nuevo 2021 sea de dicha y felicidad para todos. Nos vemos en enero de 2021.
Muchas gracias.
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