Aniversario de la Constitución: ¿una nueva Constitución?

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«La Constitución es una ley. No un poema. La Constitución no significa cualquier cosa que alguien le plazca. Así la constitución no puede tener cualquier significado.

No es absolutamente indeterminada. Aunque no siempre provee una solución unívoca».

Alfonso Santiago

 

Siempre que estamos en los albores del aniversario de la Constitución (5 de febrero de cada año), se pone de relieve la procedencia de crear una nueva. Esta administración pública federal, que ya no se puede denominar como «nueva», tiene entre sus pendientes plantear la viabilidad de crear una nueva Constitución, lo cual sería el último clavo al ataúd del Estado mexicano.

La Constitución, como lo sostiene el epígrafe, no significa cualquier cosa ni está disponible para el mejor postor, aunque las últimas administraciones públicas federales hayan «jugado» con ella con tantas reformas, cada una de la cuales se han encargado de, paulatinamente, romper el récord de reformas constitucionales. La creación de una nueva Constitución es un alto riesgo que se estaría corriendo en México.

Lo cierto es que la costumbre de las reformas constitucionales en México provoca que cada una de las nuevas administraciones públicas federales rompa el récord de la anterior en el número de reformas constitucionales. La más significativa de las últimas reformas presentadas fue la denominada «reforma energética», que, en los medios de comunicación, quedó expuesta como una hecha para los intereses externos a la población.

La prisa legislativa que había en el mes de diciembre de 2013 para aprobar la reforma «energética» provocó que los congresos locales rompieran récord en el tiempo para aprobarla. Parecía una carrera atlética al muy estilo de las olimpiadas, pues penosos 15 minutos eran suficientes para aprobar, en cada congreso de los Estados de la nación, la reforma energética que ahora es una realidad con la quiebra de PEMEX y con el panorama de las ciudades, las poblaciones y los caminos modificados. Vemos cómo han quedado en la historia las estaciones de gasolina con el único color verde y ya no se sabe si es una estación de gasolina o (con esos colores empresariales) una casa de la risa instalada por las compañías victoriosas con esa reforma constitucional.

Esa reforma energética es un ejemplo de lo que puede pasar si se legisla y se crea una nueva constitución. La lluvia de modificaciones que se presentaría haría imposible conocer cuáles son los cambios, los efectos de los mismos, las consecuencias y el riesgo, como sucedió en aquella reforma energética. El constituyente tocaría nervios sensibles de la nación, de la población, de la cultura al disminuir los derechos fundamentales de los gobernados, derechos ya consagrados que, en una nueva Constitución, se pueden perder de nuevo.

Esos nervios sensibles son a lo que el profesor italiano Luigi Ferrajoli denomina la esfera de lo indecidible (Derechos y garantías: la ley del más débil, Madrid, Trotta, 2004), es decir, derechos fundamentales que no deben ser disminuidos, a pesar de que las grandes mayorías sean quienes, apabullantemente, permitan y autoricen esas modificaciones constitucionales.

El riesgo de una reforma así es que las condiciones actuales, tanto en el mundo como en el país, no son idóneas para presentar una nueva Constitución, sobre todo ahora que, en el derecho, se está sufriendo de la falta de muchas teorías que sustentan el derecho constitucional; sobre todo porque se encuentran en crisis, sufre de una falta de legitimidad, de ausencia de sustentos y contenidos que permitan solidificar esa nueva Constitución. Por ello, este aniversario de la Constitución de 1857, reformada en 1917, no es el momento oportuno para pensar en su abrogación. (Web: parmenasradio.org).

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