Testamentos
Nadie tiene el derecho de no ser amable con sus semejantes. Por el momento, escribo estas líneas, sinónimo de que me encuentro con vida.
Me dispongo a escribir estas líneas con el deseo de que quienes las encuentren por mal gusto o afecto, posean la fortaleza suficiente para forjar un camino soportable ante esta pandemia abyecta, pues imaginar trayectos y vías alternas, resulta el único antídoto ante toda limitante vital. En este escenario, suelo hacer acto de presencia en parques o lugares abiertos con el objetivo de presumirme vivo, en la época donde el tiempo se ha transformado en muerte y desolación. Caminar para despejar un poco la mente y el cuerpo, se convierte en un paseo heroico, donde los sobrevivientes fingen una sonrisa de normalidad. Protesto y solicito que compartan la penumbra en sus rostros. Sin vida no hay pandemia posible. La que nos aqueja, nos ha llevado a cuestionarnos sobre los límites entre ellas y, hasta qué punto, es permisible tratar de existir sin el remordimiento de pecar de irresponsable. Este juicio, deberá ser respondido con plena consciencia del devenir; a lo cual, como he procurado gran parte de mi vida, acudo a la literatura y a sus consejos para tomar decisiones, sin olvidar a los científicos, sociólogos y artículos de divulgación con suficientes fuentes para dar un paso al precipicio sin el riesgo de caer siendo un perfecto ignorante. Tener el derecho de actuar con conocimiento de las consecuencias, pareciera un lujo en una sociedad civil poco educada e incapaz de reconocer las implicaciones de sus decisiones; sin embargo, en plena caída de nuestra comunidad no todo es tristeza, pues se ha vuelto evidente el valor de lo subjetivo y la importancia en el desarrollo humano para contar con ciudadanos aptos para soportar su exterminio. Reconocer nuestros alcances, sería el comienzo del nacimiento de una sana curiosidad, en la que nadie cometerá la ignominia de aconsejar lo que no conoce, así que elegiré uno de mis descubrimientos más recientes, sintiéndome culpable por no encontrarlo antes, pero que busca exonerar a los lectores. Hace unos días, en búsqueda de respuestas, me dispuse a abordar la obra de la escritora brasileña Clarice Lispector; había escuchado buenas referencias de personas de fiar, debido a mi sana costumbre de evitar ayuda de idiotas. Así que, en tan sólo unas horas, me encontré la sorpresa que había terminado el libro completo. El título de la obra responde a Un soplo de vida. De inmediato, vinieron a mi cabeza libros como El Oficio de Vivir de Cesare Pavese que resulta similar, pues ambos serían una especie de diario y ensayo literario. Confieso que hace tiempo no me encontraba con una prosa tan impresionante. A la fecha, puedo afirmar que resulta mi género favorito dentro de la literatura, pues permite al lector conocer al hombre y a la mujer que tuvieron el impulso de escribir como testimonio vital. No es sorpresa que el libro de Lispector, sea prácticamente el último de su vida a pocos meses de su muerte. Por tal motivo, ante un futuro incierto y una vida que no promete ser larga, todos deberíamos preparar nuestro testamento en la forma que consideremos prudente y en el campo donde creamos, ingenuamente, ser más aptos. Espero, sólo por hoy, leerla nuevamente, pues la relectura en un punto se vuelve más importante que la aproximación a la obra y, finalmente, disfrutar por un día del acto de vivir en un mundo colapsado y que no permite aseverar con certezas, si hay demasiadas cosas que vale la pena preservar, cuando la irreverencia y la altanería se confunden con libertad e inteligencia. Nadie tiene el derecho de no ser amable con sus semejantes. Por el momento, escribo estas líneas, sinónimo de que me encuentro con vida, mientras juego con mi querida sobrina a ser felices sin razón aparente. Todos los días aprendo de su sabiduría, pues al igual que la religión y la filosofía, el amor profesa una ética y metafísica, que se niegan a morir sin esperanza. Parafraseando al fallecido Luis Alberto Spinetta: El infinito está presente cuando miramos al cielo. |
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