Historia: utilidad y condena
Hasta ahora, la Historia nos ha enseñado que en realidad hemos aprendido poco en cuanto a superar los complejos retos de la humanidad.
Resulta habitual escuchar la siguiente frase: “el que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Algunos la atribuyen a Napoleón Bonaparte, otros a Confucio y hay quienes la imputan a autores contemporáneos. Mas allá del origen de ésta, es el contenido y su amplia aceptación popular, lo que hoy nos interesa. La frase aludida se ha convertido en un lugar común, es decir, en una expresión que de tanto usarse -repetirse- se vuelve trivial y se toma por un hecho consumado. Frecuentemente se recurre a ella cuando cuestionamos la utilidad de la Historia. Por lo tanto, al esgrimirla, pareciera que justificamos el interés y/o la necesidad de recurrir al pasado. No obstante, conviene cuestionarla. Cierto es que, los humanos solemos aprender de los errores que cometemos a lo largo de la vida, sin embargo, aprender de ellos, de forma particular, no nos impide volver a incurrir en traspiés. Si bien, a través del conocimiento comprendemos mejor los escenarios y el funcionamiento de las dinámicas humanas y naturales, éste no constituye una formula inexpugnable que elimine las contingencias y la aparición de circunstancias adversas. Con la Historia sucede igual. Comprender el pasado, implica un proceso de selección de información, vinculación de factores, identificación de narrativas y de motivaciones que derivaron en que ciertas causas, tuvieran como resultado determinadas consecuencias, en contextos específicos. Debido a que el factor humano interviene en todo proceso histórico se contribuye a la idea que existen dinámicas constantes y repetitivas, ello se debe a que como seres humanos compartimos emociones, intereses, miedos y funcionamientos físicos que trascienden temporal y espacialmente, mas no significa que debido a que en el pasado ocurrieron determinados eventos, en el presente aparecerán nuevamente. Lo anterior nos lleva a aterrizar la idea que está en el aire: la Historia no se repite. Para comprobarlo basta con hacer conciencia que los actores, los espacios, los tiempos y las dinámicas cambian. Así, aun cuando el conocimiento nos prepara para enfrentar la realidad, no existen garantías para no incurrir otra vez en errores; no existen fórmulas que los impidan, ni tampoco condenas que, la Historia como si fuese un ente autónomo, determine. Lo que ciertamente existe son algunas evidencias que dan cuenta de lo que ocurrió en el pasado y de las formas en que los seres humanos actuaron en esos contextos. ¿Podemos recurrir a esas huellas para contribuir a nuestro conocimiento? La respuesta es sí, sin embargo, cabe considerar que los acercamientos que tengamos al pasado estarán definidos por los intermediarios -con limitaciones y sesgos- que posibilitan que llegue hasta nosotros, de modo que, hay que atender a que la Historia no se presenta naturalmente, sino que se construye desde un presente que recurre a vestigios del ayer, para armar el complicado rompecabezas. Así pues, al preguntarnos por la utilidad de la Historia, quizás las respuestas más contundentes sean: comprender las realidades del presente e identificar sus causas. Lo que, definitivamente, no podrá ofrecernos, son fórmulas para resolver los problemas que nos aquejan, ni modelos para aspirar a futuros prometedores. Hasta ahora, la Historia nos ha enseñado que en realidad hemos aprendido poco en cuanto a superar los complejos retos de la humanidad, sirva como ejemplo el constante recurso a la guerra y la creación de otros, derivados también de la acción humana, como la crisis medioambiental. Paralelamente, comprobamos que la Historia puede convertirse en un arma peligrosa para justificar agendas políticas y proyectos legitimadores que manipulan datos y narrativas para incidir en la población que, voluntaria e involuntariamente, incurre en la reproducción de lugares comunes, sin cuestionarlos. Conviene entonces despojarnos de visiones totalizadoras y moralizantes para acercarnos, desde una postura crítica, al pasado y así entendernos como humanos capaces de incidir en el presente y no como víctimas de condenas prediseñadas por frases que damos por ciertas.
Profesora de cátedra del Tecnológico de Monterrey en Puebla
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