De nuevo sobre los poderes salvajes

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Es indudable la gran preocupación que hay por la distribución de las vacunas a nivel mundial. En todas las naciones se observa esa problemática. La población, en general y con desespero, deambula por clínicas, hospitales y oficinas de gobierno buscando dónde se suministran las vacunas; en tanto, los gobiernos de las naciones se ven sumamente presionados, porque requieren millones de dosis, pero resulta que no hay forma de obtenerlas. Por más organización que haya, toda esta película lo que demuestra es la vigencia total de lo que se ha denominado, desde hace mucho tiempo, como globalización o mundialización.

La globalización es la forma en que se ha desarrollado el mundo y la humanidad, donde unos pocos han absorbido todo el sistema económico, donde no hay libertades para los ciudadanos, donde la supuesta ley de oferta y demanda, contraria a su naturaleza de contrapesos, está coaptada por el propio sistema y es una en la que es imposible que cualquier ciudadano de pie participe ni, menos, compita en el mercado. Es un sistema establecido para que, cuando las grandes corporaciones invaden un mercado, compren las empresas regionales y locales a precio de regalo, dejando como única alternativa para los propietarios (que, normalmente, son ciudadanos nacionales) la de vender sus negocios como venta de lote, pues resistirse al sistema devorador de las grandes empresas, tarde o temprano, acabará con ese negocio. Por ello, la referida ley de la oferta y la demanda no es la que gobierna, sino que lo hace el sistema que implementa estos grandes monopolios.

Esto es lo que sucede actualmente con las vacunas, pues están controladas por algunas empresas farmacéuticas mundiales, es decir, ninguna de ellas se visualiza como una empresa local, nacional. Por el contrario, éstas dependen de esas grandes empresas, lo mismo que hoy sucede con los gobiernos de las naciones: dependen del suministro de las vacunas de esas empresas mundiales, que son las que disponen qué nación se ha portado a la altura con ellos y cuáles no para dotar de vacunas a unas y despreciar a otras, por más dinero que tengan esas naciones (que, normalmente, no cuentan con el). Esta es la mejor forma de controlar a las propias naciones, de ponerlas a su disposición con leyes y políticas públicas a beneficio corporativo. Razón por la cual, esas grandes empresas mundiales han sido denominadas «poderes salvajes» (Ferrajoli, Luigi, Poderes salvajes. La crisis de la democracia constitucional, Madrid, Trotta, 2011).

Son «poderes salvajes» porque se tratan de entidades ingobernables, porque no hay forma de limitarlos con las leyes de las naciones ni sus propias políticas públicas. Lo cierto es que controlan el mercado y, sobre todo, el mercado mundial, como está sucediendo actualmente con la producción y distribución de las vacunas. Naciones, sobre todo las de nuestra región, que son rebasadas y no tienen forma de exigir un determinado suministro de vacunas; pues para estas corporaciones, no hay razón para darlas más que la económica. Por ello, el mismo autor que menciona la existencia de estos «poderes salvajes» —hoy, más que nunca, evidenciados— sostiene la necesidad de crear una «Constitución» de carácter «global» que permita limitar estas grandes corporaciones, pues están haciendo lo que quieren y frente a las naciones que se ven sumamente rebasadas. Necesaria sobre todo ahora que, muy a pesar de la enfermedad, no se ha implementado otros mecanismos más ágiles para suministrar la vacuna, como si nuestras vidas y nuestro futuro dependieran de esas farmacéuticas. (Web: parmenasradio.org).

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