El romántico ciudadano intelectual

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Luis J. L. Chigo


Junio 09, 2021

Pocas cosas me dan tanto miedo como llegar a los 30 años y descubrirme tirado en un sofá con total desesperanza. Mirar al techo, tomar mi teléfono –si no han evolucionado en otro dispositivo– y publicar en mis redes sociales, de la manera más descarada, que lo intenté tantas veces como fue posible y ahora ya no queda nada. Y si vivo 60 años, ¿30 de ellos serán un ejercicio de desilusión eterna?

Eso observé el 6 de junio de este año cuando abrí mis redes sociales. Los escritores, intelectuales, docentes y todo aquel autoconsiderado como ilustrado, presumían su no-voto. También de forma descarada, llaman al obrero a luchar y a no marcar la boleta, que porque la historia se repite, que porque elegimos de nuevo al dueño y vacilaciones escritas con metáforas ridículas, que porque están desilusionados. Claro, ellos ya eligieron toda su vida, eligieron lo peor para los más jóvenes y ahora debemos sentir lo que sienten y hacer lo que piden con discursos cursis sobre su cansancio.

Me los imagino sintiéndose Nietzsche mientras escribía la Segunda consideración intempestiva, observando a través de su balcón la “embarazosa carrera de antorchas” en la historia monumental. En realidad, son como los animales descritos por el filósofo alemán: envidian tanto la dicha de estos que, cuando tienen la oportunidad, se comportan inertes.

Son gatos dormidos: cuando el viento llega, sólo mueven los bigotes para afinar los reflejos. Por eso, cuando dan su perspectiva sobre las elecciones, los gatos se juntan y entre todos se relamen los pelos de la espina dorsal. “No iré a votar, me siento decepcionado”, dice un personaje ganador de uno de los tantos premios nacionales de literatura. “El obrero no vota, el obrero lucha”, le contesta un columnista que de obrero sólo tiene las fotos que acompañan su sentencia. Se veían tan lindos y elocuentes hace tres años, pidiendo el voto para López Obrador, con la exigencia de la democracia desde la altura moral.

Y no, no soy un defensor de la mentira democrática de este país. Mucho menos de un partido o personaje político. A todas luces, se trata de un ejercicio vacío e intrascendente. Este asunto trata de la incongruencia, de cómo la palabra se vuelve el medio para engrandecer el espíritu –el propio–, pero sin asumir las consecuencias. ¿Acaso no es Nietzsche quien asevera que cuando el espíritu crece el dolor se intensifica? Pero estos son maestros de la palabra, tienen novelas y poemarios excepcionales y lo gozan. Ahí debería detenerse su influencia. El escritor, filósofo, artista, etc., debería pensar si coincide él mismo con sus preceptos. Ni siquiera para ser mejor ser humano, sino para no quedar en ridículo.

Exigen del resto de la sociedad el raciocinio. “Dicen más todos los votos anulados o la ausencia total de la sociedad en las casillas”, pero no tienen idea de cuáles son las colonias obreras de la ciudad, dónde quedan los parques industriales ni qué rutas de camión nos llevan a ellos. Organizan imaginariamente: seguramente su petición aparecerá por arte de magia ante aquellos seres barriobajeros sin memoria ni cerebro. Ellos y ellas, quienes nunca en su vida han organizado una huelga o una marcha –y mucho menos poseen la valentía de dirigir a la masa que tanto odian por no ser pensante–, habitan un mundo donde todos y todas comprendemos su vocabulario e ideales.

La periferia no es ignorante, pero tiene otras preocupaciones. ¿O de verdad creen que mi casilla estaba vacía porque todos tomaron consciencia de su clase y decidieron plantar cara a los poderes políticos de este país? Mi amiga, madre soltera desde los 16 años cuya economía es la venta de productos por catálogo, mi compañero de butaca en la secundaria ahora dealer o trabajador de 12 horas en una tienda de autoservicio, seguramente leyeron la publicación del premio nacional de novela y fueron iluminados.

Estas publicaciones deberían quedarse guardadas en algún segmento de la masa encefálica y no salir de ahí jamás. Por más que estén escritas en primera persona, si lo pones en tu muro, la intención deja de ser personal. Por alguna razón, ser pobre está de moda, al menos desde el inicio de las campañas electorales. El 7 junio quizá ya recuerden que viven en colonias bastante cómodas y con todos los servicios, que tienen becas muy jugosas por escribir sus libros o pintar sus cuadros. El 7 de junio dejarán de recordarnos a cada rato que su tataratatarabuelo fue un humilde campesino abusado por el dueño de las tierras, de la misma hacienda en Comala que posteriormente le serviría a Rulfo para hacer su Pedro Páramo.

O pueden ser ese Marx que pasaba 9 horas en la biblioteca y otras 9 organizando a la clase trabajadora. El chiste se cuenta solo.

Hace poco me preguntaron el porqué de estudiar Filosofía y la tardía decisión de laburar con algo relacionado a la Literatura. Las dos me salvaron la vida en etapas distintas. No lo digo al borde de un edificio con el llanto descontrolado: mi existencia sería una línea recta infinita sobre un plano cartesiano, de no haber llegado a ellas.

Ambas disciplinas tienen protagonistas, y estos se desbordan de pasión en las aulas para (con)mover a los más jóvenes. Ocultan detrás de su discurso elocuente un beneficio personal. Son los fuckboys de las ciencias sociales y humanidades: saben ilusionar para luego abandonar. Son románticos empedernidos del intelecto y la reprensión moral, galanes de telenovela producida por la gran escena política. En una mano sostienen el megáfono y en la otra el sobre con la beca del SNCA o del CONACyT.

Lamentablemente, el ciclo se repite. La fuerza de la palabra domina la escena. Nosotros caemos rendidos ante ella, sea de un político, un “intelectual” o un patán salido de una telenovela. La preferencia de que “todo fluya” a construir algo. Ya vendrán los posts de corazones rotos o de por qué amamos a quienes no nos corresponden. Porque amamos ser contradictorios, como dicen los poetas. Nos reconciliaremos con quienes nos hicieron daño y aseguraremos vivir contentos con ese pasado monumental.

¡Venga, pues! Que hablen los resultados de nuevo. Pero si usted no está dispuesto a tomar las calles y palacios de gobierno, no nos romantice la mediocridad en el ciudadano, que ese es el pan nuestro de cada día, con los políticos.

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