En pocas palabras, estamos repitiendo un discurso colonialista y repetir un discurso de poder discriminatorio es una forma de poner en práctica, una vez más, esa discriminación.
Dra. Nofret Berenice Hernández Vilchis Profesora de cátedra del Tecnológico de Monterrey, región Centro-Sur En mi contribución anterior a este diario
titulada “Feminismo islámico” explicaba las contradicciones entre el feminismo
y el islam. En esta ocasión me propongo profundizar en cómo un feminismo ciego
a la diversidad contribuye a la islamofobia. ¿Qué es la islamofobia? Es un
sentimiento irracional de miedo hacia todo aquello que tenga que ver con el
islam. Para comprender este término, existen otros dos de utilidad, el
orientalismo y la maurofobia. El orientalismo es la
representación del “otro”, un discurso o narrativa que exotiza, infantiliza y
deshumaniza todo aquello que es oriental o extraño a occidente. Este concepto
fue acuñado en los 70 por un académico estadounidense de origen palestino
cristiano, Edward Said. Resulta interesante indicar que la islamofobia afecta a
los árabes cristianos también, pues dentro del discurso orientalista el árabe
es ese “otro” al cual se le debe temer, no importa si es cristiano, musulmán o
ateo; es oriental. Mientras que la
maurofobia se utiliza para explicar ese rechazo que los españoles de la
Reconquista, finalizada por los Reyes Católicos Isabel y Fernando, sentían
hacia lo oriental y no castizo, judíos y musulmanes por igual. Ya sabemos que
les pasó a aquellos que no quisieron convertirse al cristianismo bajo el reinado
de la Inquisición española. Cuando a una mujer
musulmana se le señala como una mujer sumisa por portar el velo, se está
incurriendo en orientalismo, maurofobia e islamofobia. En pocas palabras,
estamos repitiendo un discurso colonialista y repetir un discurso de poder
discriminatorio es una forma de poner en práctica, una vez más, esa
discriminación. Al señalar un pedazo de tela como el símbolo inequívoco del
sometimiento de la mujer, al creer que esa “otra” cultura es “más machista”
porque ese machismo es evidente en ese trapo de tela, estamos siendo
racistas-islamófobos y de paso, estamos ejerciendo ese mismo machismo que
criticamos sobre esa mujer musulmana. El pensamiento colonial
es profundamente racista, está basado en la superioridad racial de lo europeo y
occidental sobre los “otros”; alimenta la islamofobia y se basa en la
presunción sexista de que las mujeres musulmanas -o de culturas “exóticas”- no
tienen agencia ni pueden liberarse por sí mismas del yugo que su cultura les
impone. El pensamiento colonial puede ser ejercido por hombre y mujeres que
piensan que la única forma de liberarse es quitándose trapos de encima,
obteniendo salarios iguales y cumpliendo con cuotas de género. El pensamiento
colonial considera a los hombres musulmanes, latinos, afrodescendientes,
indígenas, asiáticos más machistas simplemente por ser lo que son; por no ser
blancos. ¿De qué sirven las
cuotas de género y la paridad salarial si la mujer por muy blanca y poderosa
que sea en su vida pública llega a casa -el espacio privado- a ser golpeada,
humillada y tratada como servidumbre por su pareja? Deberíamos preocuparnos por
el maltrato hacia la mujer sin importar si este ocurre en un hogar indígena,
afrodescendiente, islámico, asiático, religioso o ateo.
Dejemos de lado la
hipocresía y la ceguera que el pensamiento colonial provoca y en vez de señalar
rasgos culturales como sexistas, señalemos y combatamos el sexismo donde
aparezca y en quien lo ejerza. Pongamos atención en los victimarios y no en las
víctimas, las mujeres son mujeres sin importar raza, color de piel, religión,
orientación sexual, edad o condición social. |
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