La dictadura de Ortega y la ambigüedad de los gobiernos mexicano y argentino
El régimen del presidente Daniel Ortega en Nicaragua, y de su esposa Rosario Murillo, se ha empecinado en mantenerse en el poder...
El régimen del presidente Daniel Ortega
en Nicaragua, y de su esposa Rosario Murillo, se ha empecinado en mantenerse en
el poder a costa de la violación de los derechos humanos, de la represión en
contra de los opositores, de la censura a los medios de comunicación y de la
traición a los valores de igualdad, fraternidad y esperanza que se defendieron
durante la década de 1970 por parte del Frente Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN) para sacar a otros dictadores de la Presidencia del país
centroamericano, a los Somoza; en tanto, las acciones persecutorias de la
pareja presidencial nicaragüense han provocado ambigüedades en las posturas de dos
de los gobiernos más importantes de la región latinoamericana, el de México y
el de Argentina. Ortega es un exguerrillero que
participó con el FSLN para expulsar del gobierno nicaragüense en 1979 a la
dinastía Somoza y es desde 2007 presidente de la nación centroamericana, puesto
que ocupa por segunda vez, ya que entre 1979 y 1990 también fue el mandatario
de Nicaragua tras el triunfo de la Revolución Sandinista. Durante los últimos
14 años, el actual gobierno se ha dedicado a coptar a grupos e instituciones
del Estado, como el Ejército y los Poderes Judicial y Legislativo, a cambiar
las leyes del país para permitir reelecciones consecutivas de Ortega, a callar
a los medios de comunicación no oficialistas, y a perseguir a opositores,
incluso a ex compañeros de guerrilla y de gobierno, que ahora son tildados de
“traidores al pueblo” por Daniel Ortega y por su influyente esposa, quien
ejerce como vicepresidenta. En las últimas tres semanas, y en
vísperas de las elecciones presidenciales que se desarrollarán el 7 de
noviembre próximo, el gobierno de la pareja presidencial ha lanzado una nueva
andanada en contra de la oposición al detener a una veintena de personas, entre
quienes se encuentran cinco precandidatos a la Presidencia, dirigentes de
partidos políticos, activistas, empresarios y ex compañeros de armas de Ortega,
a quienes el mandatario acusa de ser “criminales” que atentan contra la
“seguridad del país” por tratar de organizar un “golpe de Estado”. El vetusto presidente se ha valido de
su Policía Nacional, que actúa como si fuera la antigua Gestapo (policía
secreta oficial de la Alemania nazi), del corrompido poder judicial y de leyes
recién aprobadas para perseguir y encarcelar a sus opositores. Este nuevo
capítulo de la crisis política nicaragüense es un síntoma más de la
descomposición del régimen de Ortega, quien en 2018 reprimió protestas sociales
por medio de la policía y de paramilitares, lo que dejó un saldo de al menos 328 muertos, más de dos mil heridos,
cientos de detenidos y unos 100 mil emigrados y exiliados, según datos de
la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH). Las acciones represoras del otrora libertario, devenido en dictador, han
sido condenadas en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA), por
la Unión Europea (UE), por Estados Unidos, así como por organizaciones
internacionales no gubernamentales defensoras de los derechos humanos, como
Amnistía Internacional y Human Rights Watch, sin embargo, han generado
ambigüedades en los gobiernos de México y de Argentina, que con sus inacciones
han dado de facto espaldarazos a un régimen caduco, violento y que se ampara en
la bandera de la izquierda y se apropia del pasado revolucionario para cometer
tropelías y perpetuarse en la Presidencia. Si bien es cierto que, en
los últimos días, los gobiernos de México y Argentina llamaron a consulta a sus
respectivos embajadores en Nicaragua para conocer a detalle lo que ocurre en el
país centroamericano, en la práctica se negaron a condenar en la OEA la
represión y también se negaron a firmar una declaratoria en contra del gobierno
del país centroamericano aprobada en el Consejo de los Derechos Humanos de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU). Apenas el viernes 25 de junio, el
presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador llamó a garantizar que el
pueblo nicaragüense decida de forma libre en las elecciones de noviembre y
rechazó el uso de la fuerza y los encarcelamientos, sin embargo, esta
administración mexicana y la del mandatario argentino Alberto Fernández han
preferido no condenar las acciones represoras de la pareja presidencial
nicaragüense, bajo argumentos como la libre autodeterminación de los pueblos y el
principio de no intervención, postura que contrasta con las acciones que tomaron
por el golpe de Estado en 2019 en contra del otrora presidente de Bolivia, Evo
Morales, a quien las autoridades mexicanas le enviaron un avión para rescatarlo
de la persecución y después estuvo como refugiado en Argentina.
Las decisiones de política exterior de
México y Argentina son relevantes en la región, es por ello que las ideologías y
filiaciones políticas (de derecha o de izquierda) tendrían que estar al margen
cuando se trata de violaciones masivas a los derechos humanos, como las
acontecidas en Nicaragua, en donde se profundiza el ocaso del dictador. |
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