Establecerse

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No hay nada más triste que hacer maletas, pues si bien esta acción puede ser un sinónimo de transformación y parte de un proceso inexorable en el devenir de los seres humanos, resulta extraño no percibir una sensación de ansiedad, mezclada con melancolía y confusión dentro de una atmósfera que nos invita a elegir las pertenencias necesarias para separarnos del sitio que nos abrazó: incluso a docenas de puntapiés. Recordando a Enrique Vila-Matas, la idea de viajar carece de sentido cuando el deseo de regresar no luce en nuestro crucigrama; es decir, separarse nos ofrece una tregua siempre y cuando exista la promesa de volver. Por lo tanto, cuando planeó el itinerario para otear mi trasero fuera de la ciudad donde he radicado toda mi vida, la emoción comienza a perecer conforme se acerca el momento de subir al transporte que me llevará a conocer un poco más del mundo. 

El viaje como sinónimo de conocimiento es un lujo que nadie podría rechazar porque es el instante en el que nuestra imaginación se materializa y trasciende; no obstante, en el momento que las maletas se cierran y el boleto se arruga dentro de mis pantalones la ambición de volver me invade; pero reconozco que viajar es una forma de esconderse de la muerte y ante tal elección, la Ciudad de México es uno de los destinos ideales para forjarnos como personas, enseñándonos lo pequeños e intrascendentes que somos dentro de una comunidad en constante movimiento. Casos similares deben suceder con todas las ciudades cosmopolitas que albergan diferentes formas de hacer y de pensar. Visitar nuevos lugares no sólo se ha vuelto una necesidad sino también una nueva forma del miedo en el que la inteligencia es la mejor aliada. Ante esta realidad, no somos bienvenidos en ningún sitio y un certificado de pedigree nos proporciona la autorización de reptar, siempre y cuando nuestra humanidad, potencialmente infectada, no sobrepase el límite de tolerancia.

Escribir sobre viajar, pronto se convertirá en un insulto; seguramente un sinónimo de irresponsabilidad y un eufemismo de la huida, así sea de un contexto cómodo y de privilegios. Incluso cuando se escapa de los sitios que nos producen tristeza, desasosiego o simplemente aburrimiento, éstos no desaparecen completamente de nuestra mente, pues han forjado lo que somos y seremos. No creo en los nuevos comienzos ni que el pasado se pueda dejar atrás, pero no cabe duda de que hemos creado un antídoto contra lo irrisorio, forjando una ficción digna de ser escrita, ya que no existe orgullo moral si un día no somos capaces de mirar de frente los motivos que nos hicieron partir. 

Admiro gran parte de la literatura norteamericana que narra la aventura, el descubrimiento y el proceso de desarrollo de sus personajes, que representan las vivencias como armas para combatir los lugares, olores, sensaciones y emociones que nos traen la geografía de un sitio enmascarado de recuerdos. Así que regresé a Puebla y la encontré tan fría como siempre, pero la acepto con mejor semblante. Vivir es lo único que importa.

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