Feminismo: Palestina y Afganistán

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Invitados del Tec


Noviembre 16, 2021

Dra. Nofret Berenice Hernández Vilchis

Profesora de cátedra del Tecnológico de Monterrey (región Centro-Sur), posdoctorante CIDE

 

Esta colaboración es la última de una trilogía que concebí hace ya meses atrás. Anteriormente ya discutimos sobre el feminismo islámico y de qué manera el feminismo puede fomentar la islamofobia. Esta entrega pretende ofrecer dos ejemplos de poblaciones con mayoría musulmana, no necesariamente árabes, en los cuales el feminismo se ha instrumentalizado para justificar invasiones o poco ha servido para comprender el contexto en el que esas mujeres llevan a cabo su vida cotidiana.

El caso palestino es quizás el mejor ejemplo de la manera en la que los valores democráticos se han deteriorado al punto de crear espacios cotidianos de violencia y abuso; esos abusos y violencias cotidianas se han normalizado. El modelo que ha impuesto la ideología del sistema económico imperante exige que cualquier individuo que desee convertirse en ciudadano debe asimilarse al modelo de ciudadano: hombre, blanco, burgués. Todo lo que no sea masculino y viril es ciudadano de segunda clase, todo lo que no sea blanco occidental es ciudadano de segunda clase, todo lo que no sea clase media productiva es ciudadano de segunda clase.

Las mujeres palestinas se encuentran en una intersección en la que son oprimidas por ser mujeres, árabes y apátridas. Recordemos que existen mujeres árabes cristianas, palestinas cristianas, pero igualmente son discriminadas por ser árabes palestinas. Las mujeres palestinas deben enfrentar diferentes escenarios de discriminación que van más allá de su identidad; enfrentan diferentes escenarios legales y estas realidades también atraviesan su cuerpo y su cotidianidad.

Las palestinas que tienen ciudadanía israelí y que viven dentro de Israel sólo pueden aspirar a ser ciudadanas de segunda categoría; no tienen la obligación de enlistarse en el ejército, pero jamás podrán votar por un presidente árabe palestino porque para ser un “verdadero israelí” es necesario ser judío. Las mujeres palestinas de Gaza viven en una prisión al aire libre y no pueden recibir tratamiento médico ni parir en hospitales de Egipto, Europa o Israel sino se les otorga un permiso previo; además, viven en condiciones insalubres y de hacinación. Las mujeres palestinas de Cisjordania deben enfrentar los retenes impuestos por Israel que les impide la libertad de movimiento y con el miedo de que en cualquier momento algún asentamiento ilegal de israelíes judíos se establezca cerca de sus casas. Las mujeres palestinas refugiadas de Jerusalén viven sabiendo que en cualquier instante se quedarán sin hogar porque la ley israelí así lo permite.

En cuanto a las mujeres afganas, el presidente George W Bush y su esposa Bárbara les prometieron liberarlas de los talibanes. Ya sabemos cuál fue el desastroso resultado tras 20 años de ocupación estadounidense en ese país. Sin embargo, poco se ha discutido de la poca protección a la integridad física que se les otorgaba a las mujeres afganas -quienes son en su mayoría musulmanas mas no árabes-, para ejercer un puesto público durante esos 20 años de ocupación. El caso de las mujeres afganas sirve para ejemplificar la hipocresía del feminismo occidental que termina convirtiéndose en un aliado del discurso colonialista, racista, orientalista, islamófobo y discriminatorio que considera a las culturas orientales intrínsicamente más machistas sin siquiera comprender esas culturas.

Una explicación más compleja de ambos ejemplos requiere un espacio y un lenguaje que sobrepasan al presente texto. Sirvan estas líneas para ayudarnos a reflexionar sobre esos espacios cotidianos en los que las mujeres alrededor del mundo deben enfrentarse a contextos en los que la violencia hacia ellas ha sido normalizada.

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