Putin revivió la OTAN

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Invitados del Tec


Mayo 16, 2022

Se veía venir y ya es un hecho: ayer, Finlandia y Suecia hicieron oficial su intención de ingresar a la OTAN. Esta decisión, que revierte décadas de neutralidad en la política exterior de ambos países, representa una señal adicional de que la invasión de Ucrania está resultando contraproducente para el país agresor.

Creada en 1949 en los inicios de la Guerra Fría, la OTAN bien pudo haberse esfumado al término de la misma, con la desaparición del rival geopolítico que había motivado su fundación en primer lugar. No fue así, porque el mundo multipolar que se sustituyó al orden bipolar reveló estar repleto de amenazas que justificaban una acción coordinada entre sus miembros. En 1999, el bloque publicó su “nuevo concepto estratégico” en el que de manera formal señalaba sus nuevas prioridades: tenían que ver con luchar contra el terrorismo, el crimen organizado o la proliferación de armas, así como protegerse de la inestabilidad susceptible de surgir a raíz de crisis localizadas en su vecindario. Si bien Rusia estaba mencionada en el documento, no era para designarla como otro más de estos riesgos, sino como un actor clave con el que el diálogo ya existente era crucial y se tenía que desarrollar. De hecho, desde 2002 opera el “Consejo Rusia-OTAN”, el marco formal en el que tienen lugar estos intercambios entre el bloque y su gigantesco vecino.

La alianza militar quedó fragilizada por los cuatro años de presidencia Trump, quien en su momento la había calificado como “obsoleta” y dejó en duda el compromiso de su país hacia el principio de seguridad colectiva. En 2019, el presidente francés señaló, en comentarios controversiales, que la OTAN se encontraba en un estado de “muerte cerebral”.

A finales de los 1990 y a inicios de la década siguiente, la OTAN creció al admitir a diez nuevos miembros, todos ellos de Europa Central y Oriental y, con la única excepción de Eslovenia, ex integrantes de la URSS o de su “esfera de influencia”. Rusia expresó su descontento ante esta tendencia, que describió como una amenaza a su propia seguridad. Como la finalidad de la alianza militar había cambiado de la forma que se describió arriba, existen serios motivos para dudar de la realidad de este sentimiento de vulnerabilidad por parte de la potencia nuclear: su inconformidad era sincera, pero se explicaba más bien por orgullo nacional, lastimado por el radical cambio de rumbo de Estados que antes eran parte del bloque soviético.

Cuando Georgia y Ucrania, a su vez, empezaron a voltear hacia Occidente en 2003 y 2004, Moscú tomó varias medidas para reducir sus chances de unirse a la alianza militar. En ambos casos, recurrió al mismo modus operandi: aprovechó y estimuló el separatismo de fuerzas pro rusas en el territorio de ambos países, de manera a generar o acentuar una situación de inestabilidad que representaría un obstáculo para sus proyectos de adhesión a la OTAN.

Y así fue. A pesar de unas cuantas declaraciones que mantenían viva su esperanza de integrar al bloque, ninguno de estos dos Estados tuvo avances concretos. Conscientes de que se trataba de casos “sensibles” para Rusia, varios miembros de la OTAN como Francia y Alemania hicieron lo necesario para que estas aspiraciones quedaran estancadas.

Lo anterior no impidió que Putin utilizara el pretexto de los vínculos entre la OTAN y Ucrania para lanzar su invasión contra esta última. Ochenta días de guerra después, la magnitud de los esfuerzos militares desplegados por Moscú – independientemente del fracaso de los mismos – revela que su maniobra iba mucho más allá de un intento por incrementar su capacidad de negociación sobre el tema de una hipotética adhesión de su vecino a la alianza militar occidental.

En una aparente paradoja, esta agresión llevada bajo el falaz argumento de contrarrestar la ampliación de la OTAN produjo precisamente el efecto opuesto. Lógicamente, la invasión de Ucrania volvió a despertar en Europa temores que parecían pertenecer a otras épocas.

Como consecuencia, Finlandia y Suecia repensaron de manera radical la postura de neutralidad que habían mantenido por décadas y que explicaba su decisión de mantenerse fuera de la organización, en contraste con la totalidad de sus vecinos.

Este cambio es especialmente notable en el caso del primer país mencionado, ya que había sostenido esta actitud de manera tan constante a lo largo de los años que se había acuñado el término de “finlandización” para describir el actuar de un Estado que, ante la intimidación ejercida por otro más poderoso, se somete a sus exigencias. En la fase inicial de la guerra en curso, se había incluso propuesto “finlandizar” a Ucrania.

No solamente esto no pasó, sino que al contrario los dos países nórdicos tomaron una dirección que hace meses parecían inconcebible.

Con su ataque contra Ucrania, Putin revivió la OTAN: ahora el bloque está visto como una protección contra una amenaza de primer nivel, hasta el punto que Estados históricamente neutrales buscan ahora integrarlo.

Por supuesto, es mala noticia para Putin: ahora tiene frente a él un bloque militar a punto de ampliarse y decidido a obstaculizar sus aspiraciones expansionistas.

Pero es una noticia todavía peor para el mundo en general, ya que confirma el regreso a un escenario confrontacional, en un contexto en el que las alianzas entre Estados serían mucho más productivas para contrarrestar a los numerosos desafíos comunes que nos acechan como humanidad.

 

Barthélémy Michalon*

* Profesor de tiempo completo del Tecnológico de Monterrey en Puebla, en la carrera de Relaciones Internacionales – [email protected] – Twitter: @bart_michalon

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