La violencia digital y el síndrome del sabelotodo

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Antes era común escuchar el refrán pueblo chico, infierno grande, para hacer referencia a qué en un lugar chico dónde todos se conocieran, se enteraban y juzgaban fácilmente  tu vida.

Ahora nada ha cambiado, y aunque no nos conozcamos, la información te llega más rápido sin ninguna necesidad de conocer a la persona o circunstancia señalada.

La violencia digital es definida como aquella que es expandida por cualquier medio electrónico, causando daños a la dignidad e integridad que ocasiona estigmatización, efectos negativos en lo personal y lo laboral, y una pérdida del autoestima y bienestar.

Por diferentes medios, tu vida y tu intimidad quedan expuestas y todos y todas nos sentimos con la calidad moral por los cielos para juzgar y señalar y así tener la verdad absoluta.

Ejemplos sobran, el caso de Olimpia que al ser joven tuvo la confianza de compartir fotografías íntimas con su aquél novio y él al difundirlas, todas la juzgaban de fácil y tener la culpa de lo que le había sucedido.

Otro ejemplo fue el del juicio de los actores Amber Heard y Johnny Depp, en el que todos, incluyéndome, nos sentíamos parte del jurado, opinando y dando nuestro veredicto y conocedores del tema.

Si bien, todas y todos tenemos derecho de opinar y de dar nuestro punto de vista, pero no así de juzgar y de señalar cuando tenemos errores y tener cola que nos pisen.

Recientemente ví la publicación de una chica que se dedica a teñir el cabello, dió su réplica ante los ataques de su clienta y de todas las personas que opinaban a favor de la clienta afectada que la "quemaba" por haber hecho un mal trabajo.

Ella expuso sus razones por la que el trabajo realizado no obtuvo los resultados esperados. Sin embargo, también expuso que a partir de la publicación, sin dar oportunidad a una explicación de la otra parte, además de un ataque mediático, las ventas y su prestigio se habían visto mermados.

Todos tenemos derecho a emitir nuestra opinión como yo lo hago en este espacio, pero, ¿A qué precio? ¿A perder clientes, a no conocer el trasfondo del asunto, al quiebre de negocios, a un trauma y un desprestigio, a un intolerancia desmedida, a asumir una responsabilidad por terceros que no tienen el mismo nivel de compromiso, a sentirnos identificados por la situación actual en la que estamos o la que hemos vivido, a generalizar, a dejarnos llevar por la mercadotecnia, a dejarnos llevar por un influencer carismático, a apoyar al género solo por el simple hecho de ser afin al nuestro, a permitir que nuestras debilidades y errores se antepongan ante la justicia y la razón?

Esta columna, al igual que todas, trata de despertar conciencia, y a ser juiciosos de manera objetiva y no dejarnos llevar por una primera impresión u opinión, a indagar, sin chisme, al trasfondo de cada hecho, a no señalar por un artículo de opinión de una sola voz, a se más empáticos y entender que todo en la vida es corresponsabilidad, a no sepultar a una persona por ser diferente a nuestro modo de ser y de pensar, a no burlarse de la desgracia ajena, a no permitirnos ser protagonistas ni inquisidores, ni dioses por juzgar porque la mujer es golpeada por qué quiere, es violada porque provocó; porque es soltero seguramente es gay, porque es mujeriego, es que es hombre; porque es prostituta, es que le gusta la vida fácil; porque no tiene recursos, es que no es ambicioso; porque es un hombre de casa, es un mandilón.

En lugar de juzgar y opinar sin medida a través de las redes sociales, de los chismes, de lo que leemos y escuchamos; mejor mejoremos como persona siendo más empáticos, más objetivos, más conscientes de que en "la casa del jabonero, el que no cae resbala", y que "calladitos no es que nos veamos más bonitos, es que todos podemos cometer el mismo el error".

Evitemos ser individualistas y a creernos superiores a los demás, y a dejar de creer que  todos son unos pendetontos, menos nosotros mismos...

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